C U E
N T O D E A Ñ O N U E V O
Mediodía; y
llegué casi a comprender y aun a conocer íntimamente a Satán,
Lucifer, Ashtarot, Beelzebutt, Asmodeo, Belphe- gor, Mabema, Lilith, Adrameleh
y Baal. En mis ansias de comprensión, en mi insaciable deseo de
sabiduría, cuando juzgaba haber llegado al logro de mis ambiciones,
encontraba los signos de mi debilidad y las manifestaciones de mi pobreza,
y estas ideas, Dios, el espacio, el tiempo, formaban la más impenetrable
bruma delante de mis pupilas... Viajé por Asia, África,
Europa y América. Ayudé al coronel Olcott a fundar la rama
teosófica de Nueva York. Y a todo esto -de súbito el doctor,
mirando fijamente a la rubia Minna- ¿sabéis lo que es la
ciencia y la inmortalidad de todo? ¡Un par de ojos azules...o negros!
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C R Ó
N I C A S Y C U E N T O S
II
-¿Y el fin del cuento? -gimió dulcemente la señorita.
El doctor, más serio que nunca, dijo:
-Juro, señores, que lo que estoy refiriendo es de una absoluta verdad.
¿El fin del cuento? Hace apenas una semana he vuelto a la Argentina,
después de veintitrés años de ausencia. He vuelto
gordo, bastante gordo, y calvo como una rodilla; pero en mi corazón
he mantenido ardiente el fuego del amor, la vestal de los solterones. Y,
por tanto, lo primero que hice fue indagar el paradero de la familia
Revall. «¡Los Revall -me dijeron-, las del caso de Amelia
Revall!», y estas palabras acompañadas con una especial sonrisa.
Llegué a sospechar que la pobre Amelia,
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