En la patria del cacique: Valle-Inclán en Huesca

Mª Carme Alerm Viloca
(T.I.V.-U.A.B.)

                                                                                                                                           

Al alimón con Julio Antonio: un «recuerdo» de Sebastián Miranda
Sin duda, la emergencia de nuevas fuentes documentales en los últimos años ha impulsado notablemente la investigación sobre la vida y la personalidad de Valle-Inclán. Atrás va quedando esa legendaria imagen de «extravagante ciudadano», nacida de su tendencia a la autoficción y alimentada por el aluvión de anécdotas que con excesiva ligereza se le atribuyeron. Fueron muchas las que agavillaron sus primeros biógrafos e, incluso, como Gómez de la Serna, superando al propio Valle en fantasía e imaginación [Alberca: 17; Joaquín del Valle-Inclán: 11-13]. Con todo, tanto al creador de la greguería como a Melchor Fernández Almagro [1966; 1ª ed. 1943] y a Francisco Madrid [1943] se les quedaron en el tintero algunas otras, entre las cuales destacan las anécdotas testimoniales que en años posteriores relataron con voz propia varios amigos y conocidos del escritor gallego y que después se han ido incorporando, con mayor o menor rigor, en los estudios sobre su vida y obra.

En este sentido, basta echar un vistazo a la sección «Valle a través de» de esta misma revista para comprobar que no solo en las biografías y semblanzas sobre Valle-Inclán, sino también en las memorias de algunos de sus coetáneos afloran vivencias o anécdotas de innegable interés para los investigadores, por cuanto permiten confrontar datos procedentes de testimonios directos con los obtenidos a través de otras fuentes o bien iluminar aspectos aún poco conocidos de la vida del escritor. Sin embargo, a la hora de manejar el contenido de este tipo de textos, en ocasiones no se ha analizado convenientemente su auténtico grado de veracidad, hasta el punto de que puede hallarse una simple paráfrasis de la anécdota en cuestión entre las páginas de un solvente estudio biográfico. Tal es el caso de un singular episodio evocado en las memorias del artista asturiano Sebastián Miranda (1885-1975), compañero de tertulias, banquetes y novilladas e igualmente aficionado a las corridas de Juan Belmonte (1892-1962)1.

Muchos años habían transcurrido desde aquel entonces cuando en 1962 el ya provecto escultor empezó a publicar en el diario ABC una serie de artículos autobiográficos que reuniría después en el volumen Recuerdos y añoranzas (1972), al que seguiría Mi segundo libro de recuerdos y añoranzas (1975). Con ánimo de solazar al lector, recordaba Miranda diversos lances de su vida y a los variopintos personajes que conoció incidiendo a menudo en la nota cómica o pintoresca, por lo que no siempre cabe esperar en sus memorias, concebidas más bien a modo de instantáneas, la precisión y la exactitud propias de una crónica.
Un ejemplo de ello es «Al alimón con el escultor Julio Antonio», donde el autor contaba entre bromas y veras una experiencia vivida en su juventud junto al escultor catalán Julio Antonio (1889-1919) y que habría de concluir con una jocosa intervención de su buen amigo Valle-Inclán2. Miranda vinculaba este episodio, que situaba «a comienzos de 1914», a su «íntima amistad» [Miranda, 1972: 41] con Belmonte3, de cuya relación con Valle daba noticia en «Recuerdos de un único superviviente». En él refería, entre otras anécdotas, cómo el escritor, entusiasmado por las audacias del diestro sevillano, le espetó la célebre frase, también recordada por este años después: «¡Juanito, Juanito, estás en plena gloria, ya no te falta más que morir en la plaza!», a lo que respondió el torero: «Se hará lo que se pueda, don Ramón» [Miranda, 1972: 283]. El escultor aportaba así un testimonio más de la admiración y amistad que suscitó Belmonte tanto en Valle-Inclán como en otros artistas e intelectuales desde su debut en Madrid en marzo de 1913, lo que le valió una cena de homenaje en un restaurante del Retiro el 28 de junio del mismo año [A. de Juan, 2010: 118-121]. A este evento dedicaba el artista unas sabrosas páginas, en las que reverbera, acaso con tintes deliberadamente hiperbólicos, el genio atrabiliario de Valle-Inclán4.
Meramente circunstancial es la aparición de Belmonte en «Al alimón con el escultor Julio Antonio», pues el centro de atención reside en las peripecias que sufrieron los dos artistas cuando, con la esperanza de solventar sus apuros económicos, aceptaron una propuesta de trabajo por mediación de un pintoresco admirador del torero: un tal «don Venancio Cabal, oriundo de un pueblo de la provincia de Cáceres o Badajoz», que un buen día se presentó en el estudio de Miranda. Nada bueno hace presagiar la animalizada estampa con que describe al personaje:
Era alto, fuerte, algo cheposo, rostro color rojizo de langosta cocida y con ojos negros y brillantes semejantes a este rico crustáceo, pero siempre en movimiento de rotación, como si estuviera escamado. [Miranda, 1972:41]
Cuenta Miranda que, en nombre de una comisión local creada a tal efecto, don Venancio le encargó un monumento en memoria de su difunto protector, un «cacique muñidor de elecciones» [Miranda, 1972: 41]. Gracias a la colaboración de Julio Antonio, gran amigo del escultor asturiano, el proyecto se llevó a cabo, aun cuando el proceso de realización no fue precisamente un camino de rosas5. Por lo pronto, la comisión manifestó una «repulsa unánime» a los dos primeros bocetos, diseñados por Julio Antonio, al considerarlos «poco alusivos». Ante la desesperación de su amigo, Miranda decidió hacer él «una verdadera birria, muy alusiva», que, tal como preveía, esta vez fue acogida «con verdadero entusiasmo». Acto seguido firmaron un contrato, y tras hacer el boceto «a un tercio del natural, se encargaron en el taller de Julio de ampliarlo al tamaño definitivo» [42]6. Sin embargo, con el pretexto de su «supuesta bohemia y falta de seriedad» [44], los dos artistas recibían «con cuentagotas» el dinero necesario para ejecutar la obra y, para colmo de males,
don Venancio, hombre precavido y astuto, concertó con un peluquero llamado Toribio, que había afeitado durante veinte años al homenajeado, para que se pasase un día todas las semanas a fin de que siguiésemos su sabio consejo respecto al parecido. [Miranda, 1972: 42-43]
Tampoco escapa Toribio al cincelado grotesco de un escultor justamente famoso por su dominio de la caricatura7: «Era un hombre vulgar, mofletudo, con ojos de jabalí, bigote a lo Kaiser, de tipo adiposo» [Miranda, 1972: 43]. Pero lo más llamativo es que se trata del barbero del cacique, un cacique tachado además de «muñidor de elecciones», que es ¿casualmente? el calificativo con que Baroja [Divagaciones apasionadas, 1985: 28; 1ª ed.: 1924] −entre otros detractores− motejó al farmacéutico y político oscense Manuel Camo Nogués (1841-1911); el mismo personaje evocado con sorna en la Escena III de Luces de bohemia, cuando el tabernero Pica Lagartos, que curiosamente dice llamarse Venancio, exclama: «Mi padre era el barbero de Don Manuel Camo. ¡Una gloria nacional de Huesca!» [Luces de bohemia: 33].

También Julio Antonio mencionó la anécdota del barbero en relación a la estatua de un cacique de «un pueblo de provincias»: un encargo que se vio obligado a realizar, «junto a otro escultor», por motivos estrictamente económicos. Tal despego sintió hacia esta obra que se resistía a reconocerla como propia, por más que su firma apareciera en ella. Así lo relataba M. Nelken en un extenso artículo dedicado al escultor tarraconense tras su prematura muerte en 1919:

Una vez, a toda extremidad de recursos, no pudiendo ni costearse los modelos necesarios, aceptó, junto con otro escultor, el encargo, para un pueblo de provincias, de la estátua [sic] de un cualquiera cacique. Y presentó en efecto una estatua con levita y gesto «a lo romano», según el más ruin y más estrecho precepto académico. Para decidir si la obra estaba bien o no, el comité que la encargó mandó al barbero del cacique a juzgar el parecido. Y Julio Antonio se reía:

−¡A mí qué me importa! −decía− Son los del taller los que la han hecho, y cuanto más académica, mejor.

−Pero, −le objetaban sus amigos− esa estatua llevará su firma y más tarde le avergonzará a V.

−¿A mí? −respondía él orgullosamente− Eso no, yo no me he manchado las manos con eso.

−Pero los demás no lo sabrán.
−Pero yo sí lo sé, y los que sean tan brutos que crean que yo he hecho eso, peor para ellos: eso y esto (mostrando el «Wagner») no se pueden hacer juntos [Nelken: 418
]
8.

Omitió Julio Antonio (o M. Nelken) las secuencias posteriores de la historia, narradas en la versión de Miranda con extraordinaria viveza y humor: cómo lograron librarse del acoso del barbero, al que le dieron cincuenta duros −los honorarios que percibía de la comisión por diez visitas−, asegurándole además que «una persona adinerada» [Miranda, 1972: 43] le compraría una parte de la coleta de Belmonte, que él conservaba como una reliquia; la divertida escena en que, ante la imposibilidad de sufragar los gastos de la fundición de la estatua en bronce y del pedestal que la sustentaría, Miranda se presentó en casa de don Venancio para exigirle el «cumplimiento del contrato», pero «el gran animal» lo despachó a tiro limpio persiguiéndole por las escaleras [44-45]; las «convulsiones de risa» de Belmonte, que lo esperaba en el coche, al enterarse del rocambolesco incidente [46]. Y, sobre todo, la aparición final de Valle-Inclán que, «como hombre bueno», acompañó a los dos artistas cuando estos, tras recibir una carta de la comisión, acudieron al pueblo del cacique «para inaugurar el monumento y liquidar el último plazo». Sentados como «tres reos» en un banco del Ayuntamiento, hubieron de oír cómo «un señor imponente» elogiaba el jardincito y la verja que la comisión había encargado por su cuenta «para realzar la belleza del monumento y cuyos gastos creían, en justicia, deducir de nuestros honorarios». Al aducir Miranda que esta cláusula no figuraba en el contrato, la respuesta de la comisión fue tajante y la de Valle, también:
−No tienen ustedes más que dos caminos, la paz o la guerra, elijan.

Don Ramón, con su espíritu belicoso, dijo por lo bajo:

−La guerra; no lo duden ustedes [46].
Sin embargo, conscientes de que apenas podían costearse los billetes del tren de vuelta si no transigían, no tuvieron más remedio que optar por la paz. «Don Ramón» −concluye el humillado Miranda− «nos miró compasivo, detrás de sus gafas, [y] comentó sonriendo: ¡Inocentes corderillos!» [47].

Sorprende un tanto que esta historia que, como avanzaba en líneas anteriores, se ha incluido e incluso parafraseado en las biografías de Valle-Inclán más autorizadas, no se haya investigado fehacientemente, contrastando datos y situándolos en su contexto para tratar de dilucidar qué puede haber de verdad o de fantaseo en ella, particularmente en lo relativo al viaje del escritor al pueblo del cacique9.

Por suerte, la creciente digitalización de materiales hemerográficos, especialmente del Diario de Huesca (1875-1936), y las investigaciones de la historiadora del arte María Soto Cano sobre la figura de Sebastián Miranda nos permiten ahora cotejar algunos personajes y situaciones del relato con su trasfondo real, si bien quedan aún muchas incógnitas por resolver, entre ellas la identidad del «rapador».


Un encargo: el Monumento a Manuel Camo

Hace unos años, Soto Cano daba cuenta, en un artículo revelador, de la colaboración de Sebastián Miranda y de Julio Antonio en tres proyectos para monumentos conmemorativos durante la segunda década del siglo XX [Soto Cano, 2008a]. El primero de ellos fue el Monumento a las Américas, una iniciativa promovida en 1913 por la Marquesa de Argüelles, perteneciente al colectivo indiano de Oviedo, para rendir homenaje al continente americano con un monumento que debía ser erigido en la ciudad. Sebastián Miranda, que pertenecía a una familia burguesa asturiana, se enteró del proyecto por su relación con los Marqueses de Argüelles y con otros miembros de la comisión organizadora, y decidió presentar un boceto, realizado conjuntamente con Julio Antonio, con quien a la sazón compartía estudio y taller.

Como documenta la historiadora, a finales de 1913 Julio Antonio y Miranda ya tenían muy avanzada la maqueta, que presentaron en enero de 1914, esto es, por las mismas fechas en que, según el testimonio posterior del asturiano, recibió el encargo del monumento al cacique de «Cáceres o Badajoz», del que, por cierto, no se ha hallado rastro alguno [Soto Cano, 2008a; 57, n. 20]. Precisamente en esa época Miranda tenía puestas todas sus esperanzas en el triunfo del proyecto ovetense, máxime cuando en el mes de febrero su estudio fue visitado por la infanta Isabel [Soto Cano, 2008a: 52 y n. 9]. Y no era para menos, pues a juzgar por los bocetos que se han conservado iba a tratarse de una obra maestra donde se fundían magistralmente clasicismo y modernidad: arquitectura y escultura armonizaban en un monumento colosal, compuesto por una pirámide cuadrangular con cuatro contrafuertes en las aristas, tres grandes escalones de sillares y coronada por varias figuras alegóricas, algunas de las cuales irisadas con matices de oro. Se trataba de un proyecto muy ambicioso, elogiado por artistas y escritores como Pérez de Ayala, José Francés o Fernando Gillis. Aun así, y pese a la buena acogida que le dispensó la comisión, la obra no llegó a materializarse, posiblemente debido a su desorbitado coste [Soto Cano, 2008a: 53], cifrado por el propio Miranda en un millón de pesetas [Soto Cano, 2008a: 57].

Sí se llevó a término el segundo proyecto colaborativo entre Miranda y Julio Antonio: el Monumento a Manuel Camo (Huesca), que es en realidad el trasfondo de la anécdota narrada en «Al alimón con Julio Antonio», tal como advirtió con buen tino María Soto Cano partiendo de los estudios de Mª José Calvo Salillas sobre la arquitectura oscense contemporánea y de varias noticias espigadas en el Heraldo de Aragón [Soto Cano, 2008a: 57-59]. Hora es ya de ahondar, pues, en los personajes y circunstancias que alteró Miranda y de plantearse qué motivos le indujeron a ello.

Según Calvo Salillas, el encargo tuvo lugar en enero de 1913 [Calvo Salillas, 1990:110], pero es a partir del 18 de marzo de 1915 cuando aparece la noticia en la prensa, si bien en aquellas fechas la autoría se atribuye únicamente a Sebastián Miranda. Como era de esperar, es el Diario de Huesca, fundado por Manuel Camo, el que más se congratula con la buena nueva:

La Comisión encargada de la elección del proyecto de monumento á nuestro inolvidable don Manuel Camo, ha elegido el del notable escultor residente en Madrid, don Sebastián Miranda, que entre los grandes triunfos de su brillante carrera tiene la construcción del grandioso monumento del Museo en Oviedo, y de cuyo celebradísimo proyecto se ocupó toda la Prensa madrileña con unánime aplauso.

Haciendo honor á sus preclaros hijos, Huesca tendrá en breve un monumento que honrará la memoria de varón tan insigne y en el mismo año que se inauguren las obras de los Riegos, de los cuales fue el mayor entusiasta.

Haciendo suyo el proyecto lo impuso al Gobierno.

Se alzará en gigantesco pedestal la figura del honorable altruista que ante el bien ajeno supo sacrificarse á sí mismo. [«La estatua de Camo», Diario de Huesca, 18-III-1915:1]10
Afirma Calvo Salillas [1990:110] que quien hizo el encargo fue Justo Martínez, el editor en Madrid del Diario de Huesca, lo que concuerda parcialmente con el comentario de Miranda respecto a don Venancio:

Era hombre ya entrado en años, cacique de no recuerdo qué personaje [sic], muñidor de elecciones, director, desde Madrid, de un periódico local; en suma, contaba con grandes influencias. [Miranda, 1972:41]

Propietario de una imprenta en la Puerta del Sol de Madrid y de otra en Huesca, ejerció don Justo las funciones de representante en Madrid de una comisión, que forzosamente ha de ser la misma a la que aludía el escultor: «Trasladamos el boceto a mi taller y avisamos a la comisión que previamente se había formado a base de lo que llaman fuerzas vivas» [Miranda, 1972: 42].

Efectivamente, a principios de enero de 1912, poco después de la muerte de Manuel Camo −acaecida el 26 de diciembre de 1911−, el Directorio Liberal que le sucedió al frente del Partido Liberal en Huesca11 promovió la creación de una «Comisión ó Junta ejecutiva» para dar cauce a una idea compartida por los amigos y admiradores del político: «la idea de perpetuar su memoria en forma tangible, con algo que exteriorice el general sentir de ahora y que en el mañana de otros tiempos» recordara al «preclaro oscense como modelo de abnegación sin tasa, de actividad prodigiosa y de sacrificios constantes por su querida patria». Parece que el propósito inicial era construir un mausoleo («un artístico y póstumo recuerdo donde se depositen los restos del gran oscense»), pero se emplazaba a una próxima reunión de la comisión para perfilar el proyecto, que más adelante hubo de trocarse por la construcción de un monumento. Lo que sí se hizo en seguida fue abrir una suscripción pública para costear la obra y dar a conocer a los miembros de dicha comisión, todos ellos destacados miembros de la vida política de la ciudad: Agustín Viñuales (presidente), Máximo Escuer (vicepresidente), José Arizón y Santos Coarasa (vocales), Juan Atarés (depositario), Juan Tello (contador) y Nicolás Lacasa (secretario) [«En memoria de Don Manuel Camo», Diario de Huesca, 7-I-1912: 1]12.

A este propósito, el 25 de enero de 1912 el Diario de Huesca iniciaba una sección titulada «Suscripción para dedicar un homenaje póstumo á Manuel Camo»[1]. En ella se fueron publicando periódicamente los suscriptores, la aportación de cada uno, la cifra de la recaudación, así como los tres responsables designados por la comisión para recibir los donativos, junto a la dirección del establecimiento que regentaban: en Huesca, Juan Atarés, «Coso bajo, depositario de la Junta Ejecutiva»; en Madrid, Justo Martínez, «Puerta del Sol, núm. 1», y en Zaragoza, «Giménez y Compañía, almacén de Coloniales, Coso, 159».

He aquí, pues, a Justo Martínez Franco13, que se había estrenado como editor del Diario de Huesca unos días antes, el 1 de enero de 1912, en sustitución de Leandro Pérez [Calvo Salillas, 2004: 137-138]. Según anunciaba el propio Martínez, aunque el centro de sus negocios estaba en Madrid, acababa de montar en la capital oscense «un establecimiento é imprenta con todo lo más moderno, y sobre todo con una voluntad extraordinaria de servir y complacer á mis paisanos» [«A mis queridos paisanos», Diario de Huesca, 1-I-1912:1]. A finales de ese mismo mes, al dar noticia de la reciente inauguración de la librería, desde las páginas del Diario se ponderaban sus virtudes en tanto aragonés «prototipo de nuestra raza» (franqueza, bondad, tesón en el trabajo), que le habrían permitido «labrarse paso á paso una posición sólida y un nombre de reputación y crédito muy bien cimentados» [«Nueva imprenta y librería», Diario de Huesca, 27-I-1912: 1].

Teniendo en cuenta que desde hacía años su librería madrileña se había convertido en «un segundo centro aragonés» y, sobre todo, sus contactos con miembros del Partido Liberal del Alto Aragón −y, por ende, con los sucesores de Camo−, no es de extrañar que se le confiara la representación de la comisión en la capital14.
A finales de 1912, tras varios meses de tramitación parlamentaria, Alfonso XIII firmaba la orden de concesión del bronce necesario para erigir el monumento a Camo [Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 31-XII-1912: 852]15. El 21 de noviembre del año siguiente el Diario de Huesca anunciaba que el plazo para entregar los donativos de la suscripción se cerraría definitivamente el día 30 de ese mes y «para poder publicar lo antes posible el resultado de la misma, cuantos deseen contribuir á ella, pueden hacerlo, cogiendo el correspondiente recibo, en la casa del señor depositario don Juan Atarés» [«Suscripción para dedicar un homenaje póstumo á Don Manuel Camo» [Diario de Huesca, 21-XI-1913: 1]. El 10 de diciembre apareció por última vez en el periódico el listado de la recaudación, que ascendía entonces a 24.776 pesetas [«Suscripción para dedicar un homenaje póstumo á Don Manuel Camo», Diario de Huesca, 10-XII-1913: 1]. Según Calvo Salillas [1990: 110], el balance final fue de 28.348 pesetas, una diferencia considerable que induce a pensar que seguirían llegando donativos aunque no se publicaran ya en el periódico16.

Quizá en 1914, con buena parte del capital recaudado, se pensó ya en el artista que había de ejecutar la obra, lo que coincidiría con la visita del supuesto don Venancio Cabal al estudio de Sebastián Miranda17. En cualquier caso, como el encargo no se difundió en la prensa hasta mediados de marzo de 1915, seguramente debió de ser entonces cuando se formalizó el contrato.

Bien pudiera ser, como afirma Miranda, que don Venancio Cabal/JustoMartínez le encargara «todo este tinglado» «creyendo que podría halagar a Juan [Belmonte]» [Miranda, 1972: 41], pues de Justo Martínez se llegó a decir que «aun siendo un buen liberal, era más taurófilo que liberal» [«Añoranzas oscenses. Justo Martínez», Diario de Huesca: 13-VIII-1930:1]. De hecho, su librería de la Puerta del Sol «era punto de encuentro de grandes figuras del toreo e incluso allí aquellos contrataban sus cuadrillas de subalternos en vísperas de temporada» [Baso: 48-49]. Pero, por encima de todo, era un devoto de Belmonte, quien, al parecer, apadrinó a una hija suya [Baso:49]18.

No hay mención alguna de Martínez en la célebre biografía novelada de Belmonte escrita por Manuel Chaves Nogales, pero su nombre aparece en las crónicas taurinas de la época como un amigo o íntimo amigo que solía acompañar a El Pasmo de Triana en las corridas [Villa, 1928: 198]. Incluso, en una entrevista celebrada en Granada en 1919, afirmaba el diestro que se honraba con la amistad de «artistas, literatos y políticos esclarecidos», entre los cuales nombraba, junto a Valle-Inclán, Pérez de Ayala o Sebastián Miranda, a Justo Martínez [López, «No todo ha de ser política. Hablando con Belmonte», El Defensor de Granada, 20-VI-1919:1].

En 1930, diez años después de su muerte, el Diario de Huesca publicaba un artículo donde se elogiaba el empeño de Martínez por conseguir que el «gran Belmonte» toreara en Huesca durante las fiestas de San Lorenzo. Rememoraba el periodista la «vida ajetreada e intensa de don Justo por aquellos días», cuando a las lucidas corridas que pagaba de su bolsillo acudían personajes como «Luis de Tapia, el poeta festivo» o «Julio Antonio, el escultor», que se contaban entre sus «amistades» [Alas, Diario de Huesca, 13-I-1930:1].

Ignoramos qué relación pudo tener Martínez con Julio Antonio más allá de la común admiración por Belmonte, pero nos consta que a Luis de Tapia lo invitó, junto al torero y a otros amigos, a una cacería en Lupiñén, pueblo natal del anfitrión, en noviembre de 1914. A ello dedicó un reportaje la revista Gran Vida, ilustrándolo con varias fotografías de los participantes [Castro Les, «Cacerías en el Alto Aragón», Gran Vida, noviembre de 1914: 323-325]. Y no fue la única cacería que compartieron don Justo y el diestro sevillano, pues en enero de 1917 la revista Toros y toreros publicó una imagen de ambos portando sendas escopetas [«Juan Belmonte en el invierno», Toros y toreros, 2-I-1917:1].

Parece bastante inverosímil que Justo Martínez Franco persiguiera a tiros al infortunado Miranda como si estuviera cazando liebres y perdices en su finca de Lupiñén; pero son varios los indicios que apuntan a que es él el personaje que se oculta bajo el nombre −seguramente ficticio− de don Venancio Cabal.
Dada la fama de la librería Martínez en Madrid y la extremada taurofilia de su propietario, es probable que Valle-Inclán lo conociera en persona, aunque por el momento nada sabemos al respecto. Con todo, algo tuvieron que ver las gestiones de don Justo como representante de la comisión del Monumento a Camo con el viaje a Huesca que emprendió Valle, con Ramón Pérez de Ayala y Sebastián Miranda, dos meses después de que se difundiera públicamente el encargo.


Valle-Inclán en Huesca (1915): algunas noticias

En efecto, el 28 de mayo de 1915 aparecía en La Correspondencia de España el siguiente despacho:
Huesca (jueves noche). Ayer llegaron, en un automóvil, el poeta Sr. Valle-Inclán, el literato Sr. Pérez de Ayala y el escultor Sr. Miranda. Después de visitar la ciudad regresaron a Madrid. [«Visitando la ciudad», La Correspondencia de España, 28-V-1915: 7]
El Diario de Huesca aportaba algunos detalles más sobre lo que debió de ser el motivo principal del viaje:

Ayer por la tarde llegaron á Huesca, en automóvil, procedentes de Madrid, los ilustres literatos don Ramón del Valle-Inclán, don Ramón Pérez de Ayala y el notable escultor don Sebastián Miranda, encargado por la Junta del Monumento á don Manuel Camo de la ejecución de la estatua de aquel insigne patricio.

Los ilustres viajeros, después de descansar un momento en el Hotel de la Viuda de Chaure, donde se hospedan, estuvieron en el Círculo Oscense, donde se procedió á desembalar el proyecto de monumento.

Como de esta obra y de su autor hemos de ocuparnos con el detenimiento que merecen, dejamos para entonces su descripción y para entonces también los elogios que merece.

Ahora sólo diremos que el señor Miranda ha estado acertadísimo en la ejecución del proyecto del monumento y que éste llamará, por su arte exquisito, por su originalidad, la atención de todos.

Sean bienvenidos los ilustres viajeros. [«De ayer. Viajeros distinguidos», Diario de Huesca, 27-V-1915: 3]
19.
Por desgracia, no se cumplió lo prometido, al menos en lo referente al «señor Miranda», del que ni siquiera se llegó a publicar una breve semblanza. Su nombre solo se desliza fugazmente, junto al de Julio Antonio, en las extensas crónicas con que el periódico de Justo Martínez celebró la inauguración del monumento, a finales de noviembre de 1916 [«Monumento á Don Manuel Camo», Diario de Huesca, 26-XI-1916: 1-3; «El homenaje de ayer á Don Manuel Camo», Diario de Huesca, 27-XI-1916: 1-2]. Los tres visitantes fueron bien acogidos: el hotel de la Viuda de Chaure, fundado por Manuel Chaure en 1877 con el nombre de Hotel de la Unión y magníficamente remodelado en 1908, se consideraba uno de los más prestigiosos de la ciudad [Calvo Salillas, 2004: 148; García Guatas, 46-49]. El Círculo Oscense o Casino, construido a iniciativa de Camo entre 1901 y 1904, constituía el núcleo de la vida social, cultural y recreativa de la burguesía oscense de la época, y era además la sede del Partido Liberal [Calvo Salillas, 2004]; de ahí que fuera precisamente en este hermoso edificio modernista situado en la Plaza de Camo (actual Plaza de Navarra) donde se desembaló el «proyecto de monumento» a «aquel insigne patricio».

Si en agosto de 1916 el escritor Eugenio Noel habría de pronunciar una conferencia que llenó de público uno de los lujosos salones del Círculo Oscense20, en mayo de 1915 bien pudiera haber expuesto allí Valle-Inclán sus ideas sobre la guerra europea y anunciar de paso la inminente publicación del Manifiesto de Adhesión a las Naciones Aliadas. Sin embargo, a juzgar por un artículo del entonces director del Diario de Huesca, Alejandro Ber, el escritor prefirió hacerlo en privado. Por su indudable interés para conocer el proceso de gestación del Manifiesto, merece la pena reproducir enteramente el fragmento:
Cuando el señor Valle-Inclán, hace escasamente dos meses estuvo en Huesca hablando de la guerra europea y de la actitud de España frente al luctuoso conflicto, el genial autor de Romance de Lobos me anunció el buen propósito que hoy es ya una realidad.

Valle-Inclán tuvo uno de sus gestos más agrios y una de sus frases más cáusticas al juzgar la actitud pasiva y resignada del pueblo español y una cortante mofa para nuestros hombres públicos. Pero Valle-Inclán, en tono de dómine, me prohibió terminantemente hablar del hecho.

No se trata −dijo− de un manifiesto político, de una campanada, de un llamamiento, ni siquiera de un aviso.
No sólo no pretendemos, sino que no queremos que alrededor de este propósito se haga atmósfera, ni se llame la atención de las gentes. De momento se está meditando en silencio, se redactará en silencio, también después de su estudio y se publicará en la Prensa francesa. Será una obra hecha en colaboración por los hombres de entendimiento y de conciencia y en ella, como en todas las obras del espíritu, sobran los ruidos externos, los peripatéticos reclamos y las discusiones de café con media. Queremos, ya que nuestro propósito es limpio, que no se manche con el polvo y el barro de la calle. [Alejandro Ber, «El Manifiesto de los Intelectuales. Pensando como hombres y como españoles», Diario de Huesca, 7-VII-1915:1]21.
Aunque en los meses anteriores, Valle-Inclán ya había expresado públicamente su firme aliadofilia y su oposición a la neutralidad española en el conflicto, Alejandro Ber mantuvo el secreto del Manifiesto hasta el 6 de julio, un día después de haberse publicado la versión francesa del mismo [«El Manifiesto de los intelectuales españoles», Diario de Huesca, 6-VII-1915: 2]22.

A buen seguro, debió de ser un honor para Alejandro Ber −pseudónimo de Alejandro Bermúdez Cartagena− tener la oportunidad de charlar con Valle-Inclán y que le hiciera objeto de su confianza, quizá porque en su pluma, fogueada en diversos periódicos (desde La Tarde de Málaga al Heraldo de Madrid, pasando por El Día, El Criticón, La Mañana, Mundo Gráfico, El Liberal…), también alentaba un espíritu combativo que le reportó no pocos problemas, como un sonado duelo con un militar [«Lance de honor», El Liberal, 6-V-1914:2]. Pero es que además era escritor y muy probablemente admiraba al autor de Romance de lobos, al que a finales de 1915 defendió de las acusaciones de plagio vertidas por Julio Casares en su Crítica profana [Ber, «Nada hay nuevo bajo el sol», Diario de Huesca, 30-XII-1915: 1-2].
Personaje hoy olvidado, al que Gómez Aparicio considera un «periodista de poco relieve, pero ambicioso de notoriedad» [411], Alejandro Ber fue, sin embargo, bastante conocido entre los profesionales de la prensa de su época, según se desprende de los artículos que diversos medios prodigaron a su temprana muerte, el 25 de noviembre de 192123. En 1917 publicó su obra más emblemática, la colección de cuentos Panorama errante. El caso del periodista español (1917), con prólogo de Carmen de Burgos, que alcanzó cierto éxito. Dos años antes, el 30 de octubre de 1915, se había celebrado un banquete de homenaje en su honor, en el Ideal Room de Madrid, por la reciente aparición de su libro Tres sendas. Compartiendo mesa con destacados políticos oscenses, escritores −Eugenio Noel y Luis de Tapia−, periodistas y personajes varios −como el apoderado de Belmonte−, hallamos a Justo Martínez y a nuestros dos artistas: Julio Antonio y Sebastián Miranda [Blanco, «El banquete á Alejandro Ber», Diario de Huesca, 2-XI-1915: 1]24. Sea cual fuere el grado de amistad que los autores del Monumento a Camo mantuvieran con Alejandro Ber o la opinión que les merecía su obra, lo cierto es que en aquellos momentos se codearon con parte del mundillo político y periodístico vinculado de algún modo a la herencia del cacique, como el exministro Juan Alvarado, sentado a la derecha del autor, o los diputados por Huesca Antonio Aura Boronat y Luis Fatás25. No obstante, cuando el 26 de noviembre de 1916 se inauguró el monumento con grandes fastos, ni Julio Antonio ni Miranda estaban presentes, aun cuando, al parecer, habían anunciado su próximo «arribo», según leemos en una nota publicada en el Diario de Huesca el mismo día [«Gracias a todos», 26-XI-1916:3]26.

Seguramente, pues, fue en los meses siguientes y, por tanto, con posterioridad al viaje a Huesca en automóvil que emprendió Miranda junto a Pérez de Ayala y Valle-Inclán en mayo de 1915, cuando las relaciones con la comisión debieron de enturbiarse. Ahora bien, hasta la fecha no disponemos de más información sobre las circunstancias en que tendría lugar el desencuentro que la proporcionada por el escultor asturiano en la parte final de su relato, donde recrea lo que presuntamente habría de ser un nuevo viaje de Valle a la ciudad –en tren− acompañando a los dos artistas, poco antes de la inauguración de la obra. Desde luego, es plausible que Miranda y Julio Antonio, habiendo concluido ya su trabajo, se personaran en Huesca para «liquidar el último plazo» [Miranda, 1972: 46]; pero si así fue no parece que el Diario de Huesca se hiciera eco de ello. Ni tampoco de la eventual presencia de Valle-Inclán en aquella coyuntura.

De la «emoción estética» que sintió Valle al contemplar la «monumental fachada» del Ayuntamiento, que es justamente el escenario de su aguerrida intervención en la anécdota de Miranda, nos da noticia el historiador y a la sazón cronista de Huesca Ricardo del Arco Garay quien, en un artículo publicado en el Diario de Huesca en abril de 1917, afirmaba que «no hace mucho tiempo» lo acompañó por las «callejas de la ciudad»:
No hace mucho tiempo estuvo D. Ramón del Valle Inclán (el exquisito prosista) en la vieja «Osca»; acompañéle por las callejas de la ciudad en su peregrinación de amateur; y acaso el monumento que mayor emoción estética le produjo, fue la Casa Ayuntamiento. Ante aquel gran caserón de ladrillo, flanqueado de altas torres y rematando en su centro en una gran galería de rafé ó alero; ante aquella monumental fachada, el hombre artista habló:
−¡Qué hermosura! −me decía−; ¡qué modelo de arquitectura civil! ¿Por qué nuestros arquitectos no buscarán aquí su inspiración? ¿Hay algo más sobrio, más serio, más artístico, en su género, que este edificio?

Y al referirse á nuestros arquitectos lo hacía a guisa de imprecación, y también de súplica.
Tenía razón sobrada el autor de Voces de gesta. [Arco Garay, «De la Huesca de antaño. Las viejas casas solariegas de la ciudad», Diario de Huesca, 21-IV-1917:3] 27.
Pese a la imprecisión cronológica, esa «peregrinación de amateur» hubo de tener lugar en la primera y hasta ahora única estancia documentada de Valle-Inclán en la «Vieja Osca», es decir, entre el 26 y el 27 de mayo de 1915.
Por otra parte, cuesta creer que en 1916, un año muy ajetreado en la vida del escritor (viaje al frente francés, veraneo en Galicia −con tensas negociaciones con el propietario de la finca La Merced−, estreno como catedrático de Estética…), tuviera tiempo y ocasión para una nueva escapada a Huesca. Y mucho menos en el mes de noviembre, cuando su esposa sufrió un aborto que quizá le obligara a cancelar algún compromiso [Hormigón, 2006, I: 728; Alberca: 369-379]28. A lo sumo, cabe la posibilidad de que Julio Antonio y Miranda le contaran en algún momento sus tribulaciones con la comisión y él respondiera con ese «espíritu belicoso» al que alude el escultor asturiano29; pero, de ser así, el contexto real debió de ser bastante diferente del que aparece en su relato.


Sebastián Miranda y Julio Antonio: de la alegoría a la estatua sedente de Manuel Camo

En otro orden de cosas, y a pesar de que carecemos de información sobre el desarrollo del proyecto, puede acreditarse que en el mes de mayo de 1916 la comisión ya disponía de los planos del monumento, firmados por ambos artistas. Se conservan en el Archivo Municipal de Huesca como parte de un expediente que contiene otros documentos anexos30: la instancia presentada por Máximo Escuer −por entonces presidente de la comisión− con registro del 18 de mayo, en la que solicita al alcalde el terreno necesario para erigir el monumento en la Plaza de la Constitución (hoy de la Inmaculada); la autorización del consistorio, otorgada el 3 de junio; un escrito adjunto a los planos donde Escuer advierte que se ha de desmontar la fuente de la plaza, y la concesión final del terreno, el 5 de julio [OBR/1916 [2616]]31. Es de notar que los planos corresponden al pedestal −formado por una pilastra con base y fuste−, pero no se acompañan de ningún esbozo de la estatua en sí que tantos quebraderos de cabeza provocó a sus autores.





Lo que sí conocemos son dos bocetos del proyecto inicial: dos dibujos a lápiz sobre papel depositados en el Museo de Arte Moderno de Tarragona, que alberga un buen número de obras de Julio Antonio, nacido en la localidad de Mora d’Ebre32. Según el autorizado juicio de Soto Cano, se trata «casi con total seguridad» de los dos esbozos que rechazó la comisión del Monumento a Camo, de acuerdo con el testimonio de Miranda. Veamos la minuciosa descripción técnica que nos brinda la historiadora:
El primero de ellos (NIG 689) muestra, con un trazado muy abocetado, un alto y sobrio pedestal rectangular con cuatro aleros sobresaliendo en la base. Sobre el pedestal, y de pie, una figura femenina alegórica de corte clásico y portadora de una guirnalda muy similar a las que ya se han comentado en el Monumento de las Américas. En la parte anterior del basamento, otra mujer arrodillada, En el frontal, un espacio reservado para un relieve y una inscripción, dedicadas casi con seguridad a la efigie y ponderación del homenajeado.

Este primer boceto, rechazado por poco alusivo, dio paso a un segundo (NIG 700). Partiendo del anterior, Julio Antonio diseñó un monumento consistente en un desarrollado cuerpo rectangular con columnillas en las esquinas, sobre basamento rectangular y dos escalones. Sobre el pedestal, de nuevo, una figura alegórica de una mujer portando guirnaldas, como símbolo de la eternidad y la fama del cacique. En el cuerpo rectangular, y rodeada de guirnaldas, el relieve clásico y de perfil de una mujer, de sentido simbólico desconocido.
En ambos proyectos primaba el sentido intemporal del monumento y se evitaba la representación realista del homenajeado, aludiéndose a él mediante representaciones alegóricas. [Soto Cano, 2008a: 58-59]



Nada tuvo que ver el producto final, ciertamente «muy alusivo», con la altura artística que perseguía el escultor tarraconense, esa «armonía de volúmenes» con que él mismo definía su obra [Correa-Calderón, «Los grandes artistas españoles. El magnífico escultor Julio Antonio responde…», Renovación española, 8-VIII-1918:9]. Hubo que desechar «la alegoría, el simbolismo y el clasicismo» en pro de «una concepción totalmente académica», de modo que la coronación fue sustituida por «una realista representación sedente de Manuel Camo, y el relieve por un escudo de la villa» [Soto Cano, 2008a: 59]. Asegura Soto Cano que fue Miranda quien diseñó el monumento partiendo del segundo esbozo ideado por Julio Antonio, del que sólo conservó «la estructura arquitectónica del pedestal del sillar revestido de placas de mármol» [Soto Cano, 2008a: 59]. Y es que, en su opinión:
Aunque atribuida durante años a Julio Antonio, la figura del cacique se relaciona más con la producción de Miranda. De carácter realista, con poco interés por el detalle de la vestimenta y un acabado de bronce muy pulido, recuerda a otros retratos de esos años del escultor asturiano, como el busto del monumento a Jerónimo Ibrán […], de 1912, o el retrato de Egidio Gavito Bustamante en su monumento en Poo de Llanes (Asturias), de 1911. En este último, y como en el caso de Camo, se representa al también político sobre un alto pedestal y sentado, aunque en el caso de Gavito está ligeramente inclinado hacia un lado, dando una mayor sensación de movimiento ausente en el monumento oscense. [Soto Cano, 2008a: 59]
Señala la historiadora asturiana que la atribución de la obra a Julio Antonio en exclusiva viene de antiguo; al menos desde que Pío Baroja, al narrar en Las horas solitarias [1918] su fracasada aventura electoral como candidato por Fraga, escribiera:
Al salir del gobierno civil contemplamos la estatua de Camo, el cacique de Huesca, hecha por Julio Antonio, y Alaiz33 cuenta algunas cosas chuscas de la estatua mientras estaba en el taller. [Baroja, Las horas solitarias: 107]
Desde luego, es incontestable que tanto Miranda como Julio Antonio estamparon su firma en los planos del pedestal y también que en las crónicas de la inauguración publicadas en el Diario de Huesca se nombra a ambos como autores de la obra. Y, sin embargo, Soto Cano no menciona la existencia de estos planos ni, a lo que alcanzo, tampoco aparece referencia alguna a los mismos en los estudios más recientes sobre Julio Antonio. Es más, en un artículo de 2018 titulado justamente «Julio Antonio y el monumento conmemorativo» se habla del «Monumento a José Camo», cuyo protagonista se describe como «un personaje del siglo XIX, que había traducido unos tratados de medicina» [García de Carpi: 158]. Se trata de una evidente confusión con el padre del cacique; un error en el que ya habían incurrido algunos estudiosos anteriores al referirse al segundo boceto del proyecto [Salcedo Miliani: 119], tal como puso de relieve Soto Cano [2008a: 57 n. 20].

Quizá un mayor rastreo de la prensa aragonesa de la época, particularmente de julio a noviembre de 1916, permitiría hallar algunos datos adicionales sobre el problema de la atribución y, de paso, conocer algo más sobre el proceso de ejecución del monumento a Manuel Camo (que no José…). Por lo pronto, La Crónica de Aragón (Zaragoza) nos brinda algunas claves. Así, el 27 de julio de 1916 se informaba que el día anterior había llegado a Huesca «don Paulino Caballero, encargado de la labra del pedestal y de los trabajos de instalación» del monumento a Camo, añadiendo que «la estatua es obra del joven y ya célebre escultor Julio Antonio» y que «como en todas las obras de Julio Antonio, en el monumento a Camo, predominará la elegante sencillez» [«El monumento a Camo», 27-VII-1916: 4]. Obsérvese que ahora ya aparece el escultor tarraconense como autor, a diferencia de las noticias referentes al encargo realizado el año anterior, en las cuales solo se nombraba a Miranda. Aun así, más adelante reaparecerá el nombre del asturiano, pero solo en calidad de colaborador. En efecto, el 12 de septiembre, con ánimo de adelantarse a otros periódicos en ofrecer los detalles sobre el pedestal del monumento, el rotativo publicaba una minuciosa descripción del mismo y apostillaba: «La estatua, como ya dijimos, es obra de Julio Antonio, habiéndole ayudado el conocido escultor Miranda» [«El monumento a Camo. Detalles», La Crónica de Aragón, 12-IX-1916: 3].
Nueve días más tarde, burlando la prohibición de las autoridades y el celo de los trabajadores para cumplirla, el corresponsal del periódico logró ver la estatua del cacique mientras era elevada sobre el pedestal. En la descripción apunta un detalle que le desagradó, «la fealdad de las líneas del pantalón», pero lo peor fue que:
Por parte alguna vimos la firma de Julio Antonio ni de nadie. Y, por otra parte, no pudimos advertir ninguno de los caracteres que personalizan el estilo de Julio Antonio.

¡Quizá el escultor firme en el pedestal!, hubimos de pensar; por lo que nos abstenemos, por ahora, de hacer ningún comentario. [«El monumento a Camo», La Crónica de Aragón, 21-IX-1916: 4]
El 12 de noviembre, al anunciar la fecha y los actos programados de la inauguración (que se había retrasado dos meses sobre lo previsto), el corresponsal expresaba bien a las claras la mala impresión que le produjo el monumento, que no creía digno de un escultor como Julio Antonio:
Los detalles del monumento, ya recordarán nuestros lectores que los dimos hace cerca de un par de meses, y una vez más insistiremos en que el monumento es muy pobre y la estatua no va firmada por escultor alguno (a no ser que desde que la vimos por última vez, le hayan añadido la firma de alguno, que no creemos sea la de Julio Antonio).
A continuación, se emplazaba a la futura crónica del evento para reiterar los detalles del monumento actual y dar además «los del primer proyecto de Julio Antonio» [«La inauguración del monumento a Manuel Camo. Actos», La Crónica de Aragón, 24-XI-1916: 3]. Sin embargo, nada de ello aparece en la noticia aparecida al día siguiente de la inauguración. Y parece que más adelante, tampoco34.

Así las cosas, cumple a los especialistas en la obra de Julio Antonio y de Sebastián Miranda tratar de dirimir quién de ellos ejecutó tal o cual parte del Monumento a Manuel Camo, pues desde aquí, a falta de conocimientos que corresponden más bien al ámbito artístico, no podemos sino aglutinar datos y abrir nuevas vías de reflexión35.

Ciertamente, la anécdota relatada por Miranda ofrece algunas pistas reveladoras sobre el proceso: el rechazo de los dos primeros bocetos realizados por Julio Antonio y la «birria» que después hiciera Miranda; la figura del director de un periódico local y gran admirador de Belmonte como portavoz de la comisión impulsora del monumento; la posible incorporación posterior de Julio Antonio al proyecto (lo que explicaría que su nombre no apareciera en un primer momento); la incomodidad de los artistas al verse obligados a realizar una estatua de sabor decimonónico, tan distante de sus aspiraciones estéticas; y, como telón de fondo, el presumible bochorno que debieron de sentir porque con su obra iban a contribuir, nada más y nada menos, que a la veneración de un cacique, una de las figuras más vilipendiadas entre los intelectuales de la Restauración, con Joaquín Costa a la cabeza. Y un cacique harto famoso, cuyo homenaje póstumo por parte de sus allegados suscitaría no pocos resquemores.


Ante la estatua del cacique

No es este tampoco el lugar adecuado para examinar la personalidad de Manuel Camo Nogués, que −en palabras de Calvo Salillas− «pasa por ser la figura del cacique perfecto, político consumado, manipulador, con grandes dotes organizativas» [Calvo Salillas, 1990: 105], aun cuando, a su parecer,
esta palabra (cacique) entra dentro de las bases operativas de la política del largo periodo de la Restauración; todos, unos a otros, se acusaban de caciquismo como si no fuera con nadie; era en resumidas cuentas una dinámica, una manera de actuar en la que el chantaje, soborno y el amiguismo era consustancial a todo el mundo, muy pocas mentes se apartaron de esta línea de conducta y naturalmente quedaron aislados, como es el caso de Joaquín Costa. [Calvo Salillas, 1990: 110-111]
Y puntualiza que al impulsar la construcción del Círculo Oscense, amén de otras iniciativas (la fundación del Diario de Huesca, otro gran pilar de su legado), Camo actuó como un verdadero mecenas y como tal debería ser recordado y su memoria, rescatada:
Rescatar la memoria de este hombre, que de ser recordado por el nombre de una plaza o por la presencia de un digno monumento, pasó a ser ignorado. Rescatar su memoria sería una buena idea porque, aunque fuera el cacique de Huesca, existían muchos y, según Joaquín Costa, no era de los peores. [Calvo Salillas, 1990: 111]36.
De todos modos, parece evidente que Manuel Camo no fue solo un cacique más: el incontestable dominio que ejerció en Huesca acabó por convertir la provincia, desde finales del siglo XIX, en un cacicato estable del Partido Liberal y ajeno, por tanto, al turno político de la Restauración, resultando así un caso único en toda España [Trisán Casals, 1983]. Su ascenso fue meteórico: farmacéutico de profesión, tras participar en la Revolución de 1868 accedió a la alcaldía de Huesca y durante la Primera República, a la Diputación Provincial. Con la llegada de la Restauración se adscribió al posibilismo del Partido Histórico Republicano de Emilio Castelar, a quien consiguió acta de diputado por Huesca entre 1881 y 1898. Fue a partir de entonces, habiendo quebrantado ya su amistad política con el viejo orador, cuando cobró verdadera fuerza el Partido Liberal Oscense, renunciando al republicanismo para adherirse al liberalismo de Sagasta. Tal era su poder que en 1899 Camo controlaba ya cinco de los siete distritos electorales de la provincia (Fraga, Huesca, Sariñena, Jaca y Barbastro), además de la Diputación de Huesca y de un buen número de alcaldías y consistorios municipales, en manos de sus partidarios. Entre 1899 y 1905 fue diputado por su ciudad (desde 1893 lo había sido por Fraga) hasta que en 1906 sería nombrado senador vitalicio37.

Fundador en 1875 del Diario de Huesca y comprometido en sus últimos años con el proyecto de Altos Riegos de Aragón −cuyo primer inspirador fue Joaquín Costa−, durante cuatro décadas prodigó favores aquí y allá, pero acabó muriendo en la pobreza, según se insistió una y otra vez en las alabanzas póstumas que se le tributaron38. Sin embargo, tuvo también enconados detractores. Acaso uno de las más tempranos y particularmente hostiles fue Pascual Queral y Formigales, cuya novela en clave, con prólogo de Joaquín Costa, La ley del embudo (1897) constituye una acerba diatriba contra el cacique, satirizado con el apelativo de «Gustito», quien hace y deshace a su antojo en «Infundia» (Huesca). He aquí una breve muestra:
Esta cualidad de la esplendidez era lo que más simpático le hacía y elevó más los ojos de aquella gente, que miraba en él un Montecristo, un Mecenas.
−No tiene nada suyo −corrió entre el tabernaculismo de Infundia.
Y era verdad; ni lo necesitaba, mientras pudiera disponer de lo ajeno. [Queral y Formigales: 59]39.
A principios de diciembre de 1916, Unamuno respondía con dureza a la apología de Camo que Aznar Navarro acababa de publicar en un artículo de La Correspondencia de España para celebrar la reciente inauguración del monumento. El periodista zaragozano lo comparaba con Joaquín Costa, haciendo hincapié en el pragmatismo del cacique frente al idealismo del intelectual de Graus, que habría vivido «en la región fantástica de las nubes». En su acerada réplica, Unamuno, costista hasta la médula, defendía con denuedo al autor de Oligarquía y caciquismo: «Costa hacía opinión; Camo, favores. Y los más de ellos, personales», sin interés alguno en favorecer la conciencia nacional:
Todo el problema político-moral de España es hacer conciencia nacional, conciencia pública civil, y el cacique se apoya en la inconsciencia y aunque haga favores oprime y ahoga la conciencia que podría brotar. Y es casi peor aquel a quien se le tiene por buen cacique.
Y más adelante, tras equiparar la estatua de Camo con la del político Eugenio Montero Ríos (obra de Mariano Benlliure), en Santiago de Compostela, sentenciaba: «Esas estatuas las costean no los cerebros, sino los estómagos agradecidos». [«Costa y Camo», La Publicidad, 1-XII-1916:1]40.

Dos años más tarde, con ocasión de una reciente visita a Huesca, el escritor vasco volvía a la carga señalando al paso la nula calidad artística de la estatua:
La estatua como obra de arte es deplorable; pero los admiradores fervorosos de Camo y los que con este monumento han querido pagarle deudas de gratitud y no de intelectualidad no nos parece que sean muy exigentes en punto a bellas artes. No se trataba, además, al erigirla, de enriquecer artísticamente la ciudad de Huesca o de embellecerla; tratábase más bien de que aquel bloque de bronce y piedra pesase sobre ella como pesa la memoria y el legado político de aquel a quien representa. La tal estatua es un símbolo de liberalismo −¡así se le llamó!− oscense y del de toda la España electorera; del liberalismo del boticario que protegió a Castelar sin ser por ello ningún Mecenas. [«Dos antiestatistas. Costa y Camo», El Mercantil Valenciano, 1-IX-1918:1].
Pocos días después, el periodista y escritor oscense Ángel Samblancat, haciéndose eco del artículo de Unamuno, arremetía con despiadada virulencia contra el «boticario cochino» y el «esperpento artístico» erigido en su nefasta memoria:
Don Miguel de Unamuno pasa por Aragón escupiendo lagartos, escupiendo cóleras santas y santos desprecios sobre el adefesio de bronce que deifica al bandido, y repartiendo justicieros bastonazos entre la negrada que no sabe tumbar patas arriba el monumento al ladrón de su honor.

Pues para que no se diga que todos los aragoneses somos unos venados, unos mansos perdidos, yo escupo también a ese esperpento artístico que eterniza nuestra deshonra. Yo me meo en esa estatua. Yo me pedo en ella, me zullo y me zurrusco en el boticario cochino, en el electorero estafón y tramposo que personifica. Yo pateo las cenizas del grandioso canalla y maldigo su memoria y su casta hasta la última generación. Y me contento con esto, porque está muerto. Que si viviera, de un facazo alevoso le partiría el corazón [Samblancat: «Sierra Morena en Aragón», Ideal de Aragón, 14-IX-1918:1-2].
En 1922, habiendo transcurrido más de tres años desde la muerte de Julio Antonio, aparecía en El Ebro. Revista Aragonesista un curioso artículo de Julio Calvo Alfaro bajo el título de «Polémica entre la estatua de Camo, la memoria de Costa y el escultor Julio Antonio». Se trata de un diálogo fantasmagórico que el autor finge haber oído en una noche invernal al pasar frente a la estatua sedente del cacique. Obviamente, es este quien sale más malparado: «Tú no te contentaste – le espeta la sombra de Costa− con sentarte, es decir apoltronarte, sino que sentaste y apoltronaste á Huesca entera, que está petrificada en un butacón siglo XV, como tú en esa aborrecible estatua que creó ese malaventurado Julio Antonio…».

Ante las protestas del espectro del escultor −considerado como único autor de la obra−, le reprocha el contraste entre tan «aborrecible estatua» y «otros supremos estetismos a los que supiste dar vida», pero su alma de artista se defiende aduciendo la imposibilidad de crear belleza con la fealdad. Al final, la sombra de Costa acabará dándole la razón:
La verdad es, Julio Antonio, que estuviste cruel en tu obra, pero estuviste justo. Has eternizado en esa escultura horrible todo el horror de la negra historia oscense en el siglo XIX. [Calvo Alfaro, El Ebro, mayo de 1922: 5]
Repárese en que la animadversión hacia Manuel Camo en estos y otros textos de la época va unida con cierta frecuencia al repudio estético del monumento que pretendía glorificarlo. Y no sorprende que así fuera, máxime si se compara la obra con el Monumento a los mártires de Tarragona o el Mausoleo Lemonier, de Julio Antonio41, y con el ambicioso −y más tardío− Retablo del mar, de Sebastián Miranda, pongamos por caso [Soto Cano, 2008b].

De ahí habría de surgir la displicencia de Julio Antonio cuando se le preguntaba sobre aquel infausto encargo y también las mixtificaciones de Miranda casi medio siglo después, al cambiar el nombre de Justo Martínez por el de Venancio Cabal, el de Huesca, por «un pueblo de la provincia de Cáceres o de Badajoz» y, por supuesto, al silenciar la identidad del cacique.
De hecho, ya en un artículo sobre Sebastián Miranda publicado en 1921, su buen amigo Antonio de la Villa evitaba nombrar al personaje, aunque no su región de origen. Así describía los «malos años de trabajo» que compartió el escultor asturiano con Julio Antonio:
Miranda puso estudio. Y resuelto a trabajar y a abrirse camino, decidió, con el inolvidable Julio Antonio, dar fe de su vida. Fueron aquellos los malos años de trabajo de Sebastián Miranda.  […] Por aquella fecha le encargaron dos monumentos. Uno había de erigirse en el puerto del Musel42; el otro era en memoria de cierto cacique que había mangoneado la política durante cuarenta años en cierta provincia aragonesa. [Villa, «Artistas ovetenses. Sebastián Miranda», Asturias. Revista gráfica semanal, 7-VII-1921: s/n]
Tres lustros más tarde, en la primavera de 1936, la estatua de Camo fue demolida y el busto del cacique yació olvidado en un antiguo parque de bomberos hasta que en 1968, tras una pequeña restauración, se colocó al pie de la escalinata del Círculo Oscense [Calvo Salillas, 2004: 136], sobre un pedestal realizado por el tallista y escultor oscense José Larruy [Garcés Manau, 2012a: 23]43. Ya fuera obra de Julio Antonio, ya de Miranda, poco interés ha suscitado la estatua de Camo más allá de la reivindicación del cacique como principal impulsor de uno de los más bellos edificios de Huesca.


El recuerdo del cacique de Huesca en Luces de bohemia: ¿un guiño póstumo a Julio Antonio?

No sabemos qué impresión causaría en Valle-Inclán esa joya del Modernismo arquitectónico aragonés, que probablemente debió de visitar. Y, como se ha podido comprobar, sigue siendo una incógnita qué puede haber de verdad en el «belicoso» comentario del escritor cuando, en una sala del Ayuntamiento de la ciudad −cuya arquitectura tanto elogió−, sus dos amigos artistas pugnaban por cobrar los honorarios que se les había prometido. De todos modos, tratándose de una obra dedicada a un cacique, a los tres debió de quedarles un mal sabor de boca, que cada uno canalizó a su manera. Valle-Inclán lo hizo, cómo no, a través de la literatura, con ese zarpazo crítico que se desliza en Luces de bohemia por boca de Pica Lagartos. Al fin y al cabo, aunque probablemente no viajara con ellos en aquella ocasión, la estancia de 1915 en la patria del cacique estaba aún muy cercana en su recuerdo.
 
En este sentido, creo que la mención de Manuel Camo en la obra es algo más que un intento de «llevar a la imaginación del receptor a una época reciente, pero no ya de estricta actualidad, a fin de recrear ese tiempo que comprende el cuarto de siglo anterior a 1920». Tal es la conclusión de Iglesias Feijoo, quien, en su documentado artículo sobre diversas referencias que recorren Luces de bohemia, relaciona la «extraña aparición de Manuel Camo» [88] con la alusión a Emilio Castelar. En efecto, Max Estrella increpa al tabernero, cuyo padre era el barbero de Camo: «Venancio, no vuelvas a compararme con Castelar. ¡Castelar era un idiota!» [Luces de bohemia: 32]44. Sin embargo, a juicio del investigador gallego, «si extraño era el recuerdo de Castelar, mayor es el de esta otra figura [Manuel Camo], fallecido en 1911 y sin la misma resonancia histórica» [Iglesias Feijoo: 85]. Aunque la explicación la encuentra en el hecho de que Camo «lo sacara diputado» por Huesca desde 1881, la alusión valleinclaniana al cacique oscense sigue pareciéndole «un tanto extraña»:
Con todo, a casi un decenio de su fallecimiento, sigue siendo un tanto extraña la voluntad de Valle-Inclán de evocarlo en un diálogo de taberna, pues su recuerdo sería una pálida sombra en la mente de bastantes lectores del esperpento [Iglesias Feijoo: 88].
En verdad, no sabemos hasta qué punto los lectores de 1920 tenían presente a Manuel Camo; pero la culminación del Monumento a su memoria apenas cuatro años antes pudo vivificar ese recuerdo, al menos en la mente del escritor, quien, además −no lo olvidemos−, acababa de perder a uno de los autores de aquel malhadado «esperpento artístico»: su admirado Julio Antonio. Por los sinsabores y el bochorno posterior que le reportó semejante encargo, quizá Valle-Inclán le estaba tributando, a través de ese guiño de complicidad tan acerbamente satírico, una suerte de homenaje póstumo. Y es que, a buen seguro, Sebastián Miranda y Julio Antonio habían tenido ocasión de comentar con el futuro autor de Luces de bohemia las anécdotas a que dio lugar el monumento al cacique de Huesca: tal vez, esas «cosas chuscas» a que se refería Felipe Alaiz. Como la del barbero.


© Carme Alerm Viloca
diciembre 2021


HEMEROGRAFÍA HISTÓRICA

  1. Artículos anónimos:

- «En memoria de Don Manuel Camo» [7-I-1912]: Diario de Huesca, p. 1.

- «Monumento al Sr. Camo» [13-I-1912]: El Liberal, p. 3.

- «Monumento al Sr. Camo en Huesca» [13-I-1912]: La Época, p. 2.

- «Homenaje á D. Manuel Camo» [13-I-1912]: Heraldo de Madrid, p. 4.

- «Suscripción para dedicar un homenaje póstumo á Manuel Camo» [25-I-1912]: Diario de Huesca, p.1.

- «Nueva imprenta y librería» [27-I-1912]: Diario de Huesca, p. 1.
- «Homenaje póstumo al Excmo. Sr. D. Manuel Camo» [3-II-1912]: Diario de Huesca, p. 1.

- «Leyes» [31-XII-1912]: Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, D.O. núm. 295, p. 852.

- «Ayer llegó a esta capital…» [16-XI-1913]:  Diario de Tarragona, p. 1.

- «Suscripción para dedicar un homenaje póstumo á Don Manuel Camo» [21-XI-1913]: Diario de Huesca, p. 1.

- «Suscripción para dedicar un homenaje póstumo á Don Manuel Camo» [10-XII-1913]: Diario de Huesca, p. 1.

- «El regreso a la patria» [3-III-1914]: La Mañana, 3-III-1914, p. 2.

- «Alegrías y tristezas» [9-III-1914]: El Globo, p. 3.

- «En Barcelona» [16-III-1914]: La Mañana, p. 2.

- «Lance de honor» [6-V-1914]: El Liberal, p. 2.

- «La estatua de Camo» [18-III-1915]: Diario de Huesca, p.1.

- «Monumento a Camo» [18-III-1915]: Diario de avisos de Zaragoza, p.1.

- «Figuras de actualidad» [20-III-1915]: La Mañana, p. 3.

- «Miscelánea de actualidades» [14-IV-1915]: Mundo Gráfico, p. 24.

- «De ayer. Viajeros distinguidos» [27-V-1915]: Diario de Huesca, p. 3.

- «Visitando la ciudad» [28-V-1915]: La Correspondencia de España, p. 7.

- «Huesca al día. Un monumento» [28-V-1915]: Heraldo de Aragón, p. 1.

- «El Manifiesto de los intelectuales españoles» [6-VII-1915], Diario de Huesca, p. 2.

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- «En el Ayuntamiento. Sesión de ayer» [4-VI-1916]:  Diario de Huesca, p. 1.

- «El monumento a Camo» [27-VII-1916]: La Crónica de Aragón, p. 4.

- «En el Círculo Oscense. La conferencia de Eugenio Noel» [18-VIII-1916]: Diario de Huesca, p. 2.

- «En el Círculo Oscense. La conferencia de Noel» [19-VIII-1916]: Diario de Huesca, p. 2.

- «El monumento a Camo. Detalles» [12-IX-1916]: La Crónica de Aragón, p. 3.

- «El monumento a Camo» [21-IX-1916]: La Crónica de Aragón, p. 4.

- «La inauguración del monumento a Manuel Camo. Actos» [24-XI-1916]: La Crónica de Aragón, p. 3.

- «Monumento á Don Manuel Camo» [26-XI-1916]: Diario de Huesca, pp. 1-3.

- «Gracias a todos» [26-XI-1916]: Diario de Huesca, p. 3.

- «El homenaje de ayer á Don Manuel Camo» [27-XI-1916]: Diario de Huesca, pp. 1-2.

- «El homenaje de ayer á don Manuel Camo. Los discursos. El señor Armiñán» [27-XI-1916]: Diario de Huesca, p. 2.

- «Homenaje a la memoria de Camo. Inauguración del monumento» [27-XI-1916]: Heraldo de Aragón, p. 2.

- «Juan Belmonte en el invierno» [2-I-1917]: Toros y toreros, núm. 44, s/n.

- «Crónica diaria. Oro y oropel» [9-II-1919]: El Diluvio p. 8.

- «Don Justo Martínez» [23-V-1920]: Diario de Huesca, p. 2.

- «Don Justo Martínez» [23-V-1920]: El Liberal, p. 2.

- «Añoranzas oscenses. Justo Martínez» [13-VIII-1930]: Diario de Huesca, p. 1.

- «La estatua de Camo, ya no existe» [13-V-1936]: Diario de Huesca, p.1.


  1. Artículos firmados:

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- BER, Alejandro Ber [26-IX-1914]: «De nuestra campaña. Obras son amores y no buenas razones», Diario de Huesca, p. 1.
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DOCUMENTOS
 
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- ________________________________  [1935-1936]: Expediente OBR/1935/81 (6242)
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- HEMEROTECA DIGITAL DE LA BIBLIOTECA NACIONAL (MADRID): http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital/
- HEMEROTECA DIGITAL DIARIO ALTOARAGÓN: https://hemeroteca.diariodelaltoaragon.es/
- HEMEROTECA DIGITAL DE TARRAGONA: https://www.tarragona.cat/patrimoni/fons-documentals/arxiu-municipal-tarragona/biblioteca-hemeroteca/hemeroteca-1/premsa-digitalitzada-1
- HEMEROTECA DIGITAL DEL DIARIO ABC: https://www.abc.es/archivo/periodicos/

 

NOTAS


1  Artista poco reconocido y a menudo citado «de soslayo, como representante de la figuración expresiva en los estudios de historia del arte regional asturiano y nacional» −según lamenta Soto Cano [2006: 510]−, Sebastián Miranda cultivó el dibujo, la pintura y la escultura de pequeño formato centrada básicamente en los retratos, donde el realismo deriva a veces en la caricatura, siguiendo la línea humorística sustentada por José Francés y representada por Salvador Bartolozzi e Ismael Smith [Soto Cano, 2008a: 50]. En su conjunto, la obra de Miranda refleja la influencia de diversas corrientes artísticas de su época, como el Modernismo, el Expresionismo y el Art Decó, que supo asimilar con originalidad y maestría [Soto Cano, 2006: 515]. Por otra parte, a partir de la segunda década del siglo XX, frecuentó a artistas, literatos e intelectuales diversos, sobre todo por su estrecha amistad con Ramón Pérez de Ayala, con quien llegó a compartir estudio en la madrileña calle del Pez [Gómez Santos: 48-49].
Según afirma en «Recuerdos de mi amistad con Valle-Inclán», Miranda conoció a Valle precisamente por mediación de Pérez de Ayala, cuando el escultor se detuvo en Madrid poco antes de partir hacia Italia para completar su formación [Miranda, 1966: 5], esto es, en 1910 [Gómez Santos: 48]. «Cuando el año once −añade− me instalé en Madrid, en un estudio con Ayala, reanudé mi relación con Valle-Inclán y fuimos amigos hasta su muerte» [Miranda, 1966: 5]. Este artículo constituye un florilegio de anécdotas, propias y ajenas, aunque no hace referencia a la común devoción por Juan Belmonte −a quien dedicó una célebre escultura [reproducida en «Juan Belmonte», Toros y toreros, 7-III-1916:19]− ni tampoco al episodio del que me ocuparé aquí. Sobre la amistad y bureos taurófilos que compartió Valle-Inclán con Belmonte, Miranda, Julián Cañedo y Julio Antonio, véase el documentado artículo de Amparo de Juan [2010: 118-125], donde, además, da a conocer y analiza con detalle una interesante entrevista a Valle, publicada en la revista taurina La Lidia en abril de 1915 [128-129].

2. El texto vio la luz en el diario ABC el 6 de octubre de 1963, acompañado de varias ilustraciones, la última de las cuales corresponde a una fotografía del célebre retrato de Valle-Inclán realizado por Ignacio Zuloaga. Sobre la amistad de Valle-Inclán con Julio Antonio y la rendida admiración hacia su arte, que manifestó especialmente en la conferencia que pronunció tras la muerte del escultor, véase Sánchez-Colomer: 379-393; Mascato Rey, 2003 y Serrano Alonso, 2017: 368-393.

3. Añade al respecto que en aquellos momentos «Belmonte había regresado de América y se ejercitaba en varias dehesas de Andalucía, Salamanca y Extremadura para estar a punto y cumplir con sus múltiples compromisos» [Miranda, 1972: 40]. Belmonte, junto al también torero Vicente Pastor, arribó al puerto de La Coruña, procedente de México, el 3 de marzo de 1914 [«El regreso a la patria», La Mañana, 3-III-1914: 2]. Tres días después fue clamorosamente recibido en Madrid [José el de las Trianeras, «Al regreso de México. Vicente Pastor y Belmonte», Heraldo de Madrid, 6-III-1914:1], aunque en las memorias dictadas a Chaves Nogales afirma que desde La Coruña fue directamente a Sevilla [Chaves Nogales: 184-185], adonde llegó el día 9 [«Alegrías y tristezas», El Globo, 9-III-1914: 3]. El 15 de marzo ya estaba toreando en Barcelona con su rival Joselito [Chaves Nogales: 187; «En Barcelona», La Mañana, 16-III-1914: 2], por lo que la anécdota referida por Miranda habría de iniciarse en la segunda semana del mes de marzo. Muy poco tiempo, pues, para poder ejercitarse en dehesas tan distantes entre sí…

4. Indignado con el propietario del local por haber dispuesto la mesa en la parte trasera del jardín, Valle se encaró con él hasta conseguir −con manotazo incluido− un lugar más digno para homenajear al torero. Visiblemente azorado, Belmonte recordaba el episodio años más tarde, aunque en su versión la agresividad de Valle resulta algo más atenuada [Chaves Nogales, 158-159]. En la sección «Valle a través de Sebastián Miranda» de la presente revista, Josefa Bauló reproduce y glosa esta anécdota [Bauló, 2002].

5. Según Soto Cano, «Miranda y Julio Antonio se habían conocido hacia finales de 1910 o principios de 1911, época en que los dos se habían instalado en Madrid en busca del éxito profesional: Julio Antonio recién llegado de Almadén y Sebastián Miranda de Roma» [Soto Cano, 2008a: 52]. Cita al respecto el borrador de una conferencia de Miranda conservada en la Fundación Gregorio Marañón, donde el escultor asturiano refiere que cuando iba a solicitar una pensión para la Real Academia de Bellas de Roma, Pérez de Ayala le informó de que Julio Antonio, que a la sazón compartía estudio con el escultor Miguel Viladrich, tenía la misma intención. Tras hacerle una visita, Miranda decidió no presentarse y el escultor tarraconense también acabó renunciando a la idea. Sin embargo, Pérez de Ayala afirma en su artículo «Julio Antonio. Su infancia y adolescencia» que fue en 1913 cuando conoció personalmente a Julio Antonio [Pérez de Ayala, 29-VI-1919; apud Friera Sánchez: 183]. En cualquier caso, a finales de ese año o a principios del siguiente, Julio Antonio se instaló durante un tiempo en el estudio de Miranda, situado en un amplio y luminoso ático de la calle Montalbán. Valle-Inclán, Pérez de Ayala, Luis de Tapia, Enrique de Mesa y el aristócrata Julián Cañedo solían visitar a los dos artistas e incluso llegaron a improvisar corridas en el estudio [Antonio de la Villa, 1920: 4; Soto Cano, 2008a: 52-53]. Fascinado por la genialidad de Julio Antonio y por su dominio de la escultura monumental, Miranda lo convenció para realizar juntos tres proyectos conmemorativos, de los cuales solo uno −precisamente el del cacique− se llevó a término [Soto Cano, 2008a].

6. Parece, pues, que en aquellos momentos Julio Antonio trabajaba en su propio estudio, un anexo de la Fundición Codina [Soto Cano, 2008a: 58].

7. Sobre la deformación grotesca en los «muñecos» escultóricos de Sebastián Miranda, véase Soto Cano, 2009. A Valle-Inclán también le realizó una caricatura, en terracota policromada, que presentó en el I Salón de Humoristas, una exposición organizada por José Francés en 1914. Se hace eco de ello, entre otros rotativos, el diario El País, donde se califica la obra como «francamente estupenda» [A.G.M, «Un salón de humoristas», El País, 24-XII-1914:2]. En 1921 volvió a exponerla de nuevo, pero, por desgracia, se ignora su paradero actual. Agradezco a María Soto Cano que me facilitara este dato en un correo electrónico recibido el 26-VIII-2021.

8.  El Monumento a Wagner fue un encargo de la Sociedad Wagneriana de Madrid en 1912. Julio Antonio trabajó en él intensamente, pero al estallar la Primera Guerra Mundial los miembros francófilos de la Sociedad se negaron a seguir pagando, por lo que la obra no pudo ser concluida. La maqueta en barro medía cuatro metros, pero al irse secando, el escultor acabó destruyéndola a martillazos [García de Carpi: 146]. En un artículo de finales de 1916, Antonio Hoyos y Vinent evocaba la honda impresión que le produjo: «Al entrar en la sala de la fundición un sentimiento de inquietud me sobrecoge ante la grandeza de la obra. No hay en ella líricos emblemas ni fantasías convencionales a que la prodigiosa labor del músico se hubiera prestado a ser la concepción del monumento menos grande y no tan sobrio el temperamento del escultor […] Wagner, un Wagner gigantesco, aparece sentado, todo desnudo, unos paños caídos en nobles pliegues por encima de las rodillas. Y, sin embargo, aquel es Wagner, aquel es el genio» [Hoyos y Vinent, «Obras y figuras. El arte magnífico de Julio Antonio», Diario de Tarragona, 1-XII-1916:1].


9. Manuel Alberca [335-336] incorpora un resumen de la anécdota como parte de la biografía del autor, añadiendo simplemente que «el recuerdo de Miranda corrobora una vez más el perfil aguerrido de don Ramón, el de quien no se deja impresionar ni está dispuesto a retroceder ante el desafío de terceros» [336]. Por su parte, Joaquín del Valle-Inclán reproduce el final del episodio aceptando su posible veracidad, aunque se muestra algo más cauto: «Sebastián Miranda rememora un hecho que, todavía sin verificar, tiene visos de realidad» [163].

10. También aparece la noticia, por ejemplo, en el Diario de avisos de Zaragoza [«Monumento a Camo», 18-III-1915: 1]; en La Mañana [«Figuras de actualidad», 20-III-1915:3], al pie de una fotografía de Manuel Camo; o en Mundo Gráfico [«Miscelánea de actualidades»,14-IV-1915: 24], junto a un retrato de Sebastián Miranda.

11.
Tras la muerte de Camo, la jefatura del partido pasó a manos de un Directorio formado por Julio Sopena (senador), Domingo del Cacho, Manuel Batalla y Gaspar Mairal (diputados provinciales), bajo la tutela del político y periodista (director de El Liberal) Miguel Moya, quien «había heredado» el distrito de Huesca cuando Manuel Camo fue nombrado senador vitalicio. Según Frías Corredor y Trisán Casals [El caciquismo: 255], el Directorio de Huesca «siguió las directrices políticas que Camo había establecido, de forma que no se percibió variación en el comportamiento, tanto del partido como del cuerpo electoral de la provincia, llegando hasta la dictadura de Primo de Rivera tal y como se rigió en vida del cacique oscense».

12.
El 13 de enero de 1912 apareció la noticia en varios periódicos madrileños, como El Liberal [«Monumento al Sr. Camo»: 3], La Época [«Monumento al Sr. Camo en Huesca»: 2] o el Heraldo de Madrid [«Homenaje á D. Manuel Camo»: 4].     

13.
Justo Martínez Franco nació en Lupiñén el 6 de agosto de 1871 en el seno de una familia de labradores acomodados. Según se informaba en el artículo necrológico publicado en el Diario de Huesca, estudió unos años en el Seminario de Huesca, pero colgó los hábitos y se fue a Madrid, donde abrió una tienda en la Puerta del Sol y, después, en Huesca [«Don Justo Martínez», Diario de Huesca, 23-V-1920: 2]. Falleció en Madrid el 21 de mayo de 1920. Agradezco a Marisa Arguis, viuda de un sobrino nieto de Justo Martínez y propietaria hasta el año 2001 de la Librería Martínez (convertida ahora en una tienda de deportes), que me indicara la fecha de nacimiento de su fundador, así como algunos otros datos adicionales.     

14. En un artículo sobre la aprobación del Proyecto de los Grandes Riegos de Aragón, en diciembre de 1914, Justo Martínez confesaba que, aun profesándole «verdadero cariño y admiración», «comulgaba yo en política à grande distancia» del «gran patricio don Manuel Camo» [«Los grandes riegos. Fin de la jornada. La verdad de los hechos», Diario de Huesca, 24-XII-1914: 2]. Sin embargo, en el artículo necrológico de El Liberal se afirmaba que tanto por su condición de propietario del Diario de Huesca como «por su acción personal, había prestado grandes servicios al partido liberal democrático del Alto Aragón» [«Don Justo Martínez», El Liberal, 23-V-1920: 2]. Y, en este sentido, desde el Diario de Huesca se destacaron las gestiones que realizara don Justo «cerca de nuestros representantes en Cortes» para conseguir «la más rápida solución para las obras que beneficiaran à Huesca y su comarca» [Diario de Huesca, 23-V-1920: 2], así como sus desvelos para que Joselito y Belmonte torearan en la ciudad.

15.
El mismo día, el monarca también aprobó la concesión del bronce para una obra de Julio Antonio, el Monumento a Eduardo Saavedra (1914), en Tarragona [Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 31-XII-1912: 852]. Como en el caso del Monumento a Camo, se hizo una suscripción y el «delegado del comité ejecutivo» abonó al escultor el primer plazo al firmar el contrato, en noviembre de 1913 [«Ayer llegó a esta capital…», Diario de Tarragona, 16-XI-1913:1]. En este caso, Julio Antonio también tuvo no pocos problemas con la comisión: parece que uno de los delegados consideró que el monumento era «pobre» y «antiartístico» y, además se acusó al autor de que si en aquellos momentos (marzo de 1914) la obra no estaba aún concluida era a causa de sus «informalidades». Indignado, Julio Antonio escribió una carta, publicada en la prensa, que me permito transcribir porque intuyo que los sinsabores del escultor con la comisión tarraconense debieron de ser bastante similares a las que padecieron Miranda y él con la de Huesca: «Estoy más que agobiado, querido amigo, porque a pesar de haber cumplido con exceso todo cuanto me piden en el contrato, no me pagan el segundo plazo, y, para pagármelo quieren que firme unas nuevas condiciones perjudiciales para mí. Advirtiéndole que el requisito de estar terminado el pedestal no es necesario para que me paguen el segundo plazo, porque esto no está en el contrato. Este segundo plazo debían habérmelo pagado mucho antes, o sea, al tener los modelos en yeso y usted sabe que dichos modelos están en la fundición de Barcelona hace infinidad de tiempo y allí están eternizándose, y el fundidor no hace más que dirigirme cartas y telefonemas amenazándome con rescindir el contrato sino [sic] le satisfago el primer plazo, que yo no le puedo abonar porque a mí no me pagan y me temo que, cansado de esperar, a estas fechas ya lo habrá rescindido. ¡Figúrese cómo estaré…!» [Dionisio de Antipolo, «Saavedra», Diario de Tarragona, 28-III-1914:1]. Finalmente, el 30 de octubre el presidente de la comisión gestora y un representante de Julio Antonio −Mariano Pedrol, antiguo maestro del escultor− hicieron entrega del Monumento al Ayuntamiento de Tarragona [«Entrega del Monumento de Saavedra», Diario de Tarragona, 30-X-1914:1].       

16. Para poder confirmar estos datos sería necesario consultar el fondo documental relativo al Círculo Oscense (sede del Partido Liberal, no lo olvidemos). Parece que una parte del mismo se custodia en el propio centro y la otra, en el Archivo Municipal de Huesca; pero son «legajos pendientes de organizar y de sistematizar», según informaba Calvo Salillas [2004: 137], quien, sin embargo, logró tener acceso a ellos. De todos modos, nada dice la investigadora sobre los honorarios que percibieron los autores ni sobre el proceso de realización de la obra.

17. Como dato adicional, cabe señalar que a finales de 1914, Juan Atarés se defendía con firmeza de las acusaciones de malversación de fondos vertidas por el diario El Porvenir. Aducía el depositario de los fondos de la suscripción que, desde que el 12 de febrero de 1912 abriera una cuenta en la Sucursal del Banco de España para ir ingresando los donativos, había actuado siempre con suma honradez, «conservando siempre todos los justificantes muy detallados». Dado que se refiere a todo ello en pasado, es de suponer que a esas alturas la suscripción ya habría concluido [Atarés, «Carta abierta. Tampoco en esto hay contrabando», Diario de Huesca, 26-XII-1914: 2].

18. La admiración lindaba con el fetichismo de ser cierta una anécdota recogida en el Diario turolense. Se dice que estando en Sevilla Belmonte se cortó la coleta y se la regaló al político Natalio Rivas. El exministro Rodríguez de la Borbolla, envidioso, quiso adquirir por cien duros las tijeras que había utilizado el barbero, pero ya no estuvo a tiempo porque «las tijeras las había adquirido un minuto antes el opulento aficionado D. Justo Martínez por la cantidad de cien duros» [M. Y., «Palabras de un mundano. Reliquias barberiles», Diario Turolense, 3-XII-1915:2]         

19. También informaba brevemente de ello el Heraldo de Aragón, subrayando que «la comisión gestora de esta obra quedó muy bien impresionada del proyecto del Sr. Miranda» [«Huesca al día. Un monumento», 28-V-1915:1]. Las noticias publicadas en el Diario de Huesca y en La Correspondencia de España también las recogen Javier del Valle-Inclán [66] y Vauthier y Santos Zas [2017: 98]. Joaquín del Valle-Inclán indica que en el mes de mayo «marchó de excursión a Huesca con Ayala y Miranda» [2015: 168], pero no facilita más información sobre ello.            

20. La conferencia de Eugenio Noel, invitado por Ber, versó sobre «El espíritu de la raza» y, como era previsible dado su antiflamenquismo, manifestó su oposición a las corridas de toros, que calificó de «vicio nacional». Dada la afición taurina imperante en Huesca, tanto desde el Diario como por boca del representante de la Junta del Círculo Oscense, López Allué, se encareció la transigencia y el respeto a las opiniones ajenas como virtudes propias de la ciudad
[Noel, «La actualidad local. Hablando con Eugenio Noel», Diario de Huesca, 17-VIII-1918:1; «En el Círculo Oscense. La conferencia de Eugenio Noel», Diario de Huesca, 18-VIII-1916:2; «En el Círculo Oscense. La conferencia de Noel», Diario de Huesca, 19-VIII-1916:2].
 

21. Javier del Valle-Inclán [2016: 66-67] y Vauthier y Santos Zas [2017: 98] reproducen parte de este artículo.


22. Sobre la activa participación de Valle-Inclán en la gestación del Manifiesto en pro de los aliados desde al menos el mes de marzo de 1915, veáse Santos Zas [2013], A. de Juan [2013: 62-63] y Javier del Valle-Inclán [2016: 66-72]. No es de extrañar el interés de Alejandro Ber por el tema, habida cuenta de su postura abiertamente aliadófila, aunque fuera «por conveniencia», tal como declaraba pocas semanas antes en su artículo «España y la guerra. Nuestra conveniencia sin consultar simpatías» [Diario de Huesca, 17-VI-1915:1]. En él comentaba un reciente artículo de Pérez de Ayala, aparecido el 11 de junio en la revista España. Seguramente, el periodista aprovechó para departir sobre este asunto con Ramón Pérez de Ayala −considerado por Fuentes Codera como redactor de la versión francesa del Manifiesto [Fuentes Codera, 2014: 94]− y con Valle-Inclán en el curso de la visita de ambos a Huesca acompañando a Miranda.
 
23. La Voz, El Globo, El Imparcial, el Heraldo de Madrid e incluso La Acción (de ideología bien distante de la suya) destacaron el espíritu inquieto, la laboriosidad y el talento del malogrado periodista.
 
24. Como era de esperar, las entradas se dispensaban en el establecimiento madrileño de Justo Martínez, según anunciaba el Heraldo de Madrid [«En honor de Alejandro Ber», 28-X-1915:4]. 

25. Juan Alvarado del Saz (1856-1935), que había sido secretario de Emilio Castelar, pasó a militar después en el Partido Liberal, alineándose en las filas de Manuel Camo. Diputado por Sariñena durante varias legislaturas, fue Ministro de Marina (1906) y de Hacienda (1909). Cuando en 1916 se inauguró el Monumento a Camo, era Ministro de Gracia y Justicia y, como representante del gobierno presidido por el conde de Romanones, fue el encargado de descubrir la estatua del cacique, cubierta con la bandera española, y de iniciar los discursos de enaltecimiento. Antonio Aura Boronat (1848-1922), también proveniente del posibilismo de Castelar, fue diputado por Barbastro desde 1901 y vicepresidente del Congreso entre 1910 y 1916. Luis Fatás (1865-1922), médico de profesión e hijo de uno de los primeros directores del Diario de Huesca, fue diputado por Boltaña entre 1910 y 1919 [véase Sirón Bolea, 2014, passim].
Es natural que estas personalidades relacionadas con Manuel Camo arroparan al periodista, que no en vano había dirigido hasta hacía poco el periódico fundado por el cacique. Y es que Alejandro Ber fue siempre un admirador de «aquel insigne oscense», cuya labor habría de encarecer en varias ocasiones. Por ejemplo, a propósito de la implicación de Camo en el proyecto de los Grandes Riegos de Aragón, destacaba la adoración del pueblo llano hacia el cacique [Ber, «De nuestra campaña. Obras son amores y no buenas razones», Diario de Huesca, 26-IX-1914: 1]. Más tarde, en un artículo de junio de 1916 defendería de nuevo su memoria al tener noticia de las críticas que «un exgobernador de Barcelona» −seguramente Ángel Ossorio y Gallardo− había manifestado contra la inminente erección del Monumento [«A mi generación. Estatuas y pedestales», Diario de Huesca, 20-VI-1916:1].

26. En los discursos laudatorios solo los nombró de pasada el senador por Huesca Celestino Armiñán (1855-1935), muy complacido con el acierto de los escultores al modelar la figura sedente del cacique: «Yo, al reproducir en mi mente á don Manuel Camo, me lo figuro sentado como ahora ahí lo veo, atendiendo con santa calma á cuantos acudían á su presencia en demanda de protección si eran humildes, y si eran de otra clase, á exponerle para que les patrocinara ideas que pudieran ser útiles á la provincia; por eso envío mi más efusiva felicitación á los escultores señores Julio Antonio y Miranda, que concibieron y ejecutaron este monumento» [«El homenaje de ayer á don Manuel Camo. Los discursos. El señor Armiñán», Diario de Huesca, 27-XI-1916:2].

27. Este artículo se publicó posteriormente en la Revista de Historia y de Genealogía española [«Del Aragón histórico y artístico. Antiguas casas solariegas de la ciudad de Huesca», núm. 3 [marzo de1918]: 117]. Agradezco a Jesús Mª Monge que me pusiera sobre esta pista.

28. El 13 de noviembre pronunció una conferencia con motivo de la Exposición de Artistas Vascos en Madrid [Serrano Alonso, 2017: 345-358], pero el día 26 del mismo mes envió una carta de disculpa al escritor Federico Oliver por no asistir al banquete en su homenaje que se celebraba ese día [Hormigón, I: 727-728].

29. De hecho, ya el 6 de julio de 1916, recién llegado de Francia, cenó en el Ideal Retiro con Miranda y Belmonte, entre otros comensales, aunque, naturalmente, fue el relato de su experiencia en la guerra el centro de atención de la tertulia [Javier del Valle-Inclán: 88-89]. El 28 de julio partió para Galicia, donde permaneció hasta el 29 de septiembre, fecha en que regresó a Madrid para iniciar sus labores docentes.

30. La imagen de los planos que ilustra este artículo corresponde solo a una fotografía, dado que no fue posible pasarlos por la fotocopiadora o por el escáner por temor a que el documento pudiera dañarse, según me informó la responsable del Archivo Municipal de Huesca, Mª Jesús Torreblanca, a quien agradezco la amabilidad con que atendió mis peticiones en pleno mes de agosto de 2021.

31. El Diario de Huesca dio cumplida noticia de estos trámites celebrando la aprobación de la solicitud, pese a la oposición de uno de los concejales, que prefería que en lugar de un Monumento a Camo se erigieran estatuas a Sancho Ramírez y Pedro I [«En el Ayuntamiento. Sesión de ayer», Diario de Huesca, 4-VI-1916:1].

32. Estos dos esbozos, junto a otras obras de Julio Antonio, fueron adquiridos por la Diputación de Tarragona a la familia del escultor en 1963 e incorporados a los fondos del Museu d’Art Modern de Tarragona en 1976, el mismo año de su fundación. Si bien no están expuestos al público, ambos dibujos se conservan en el Archivo Fotográfico del Museo bajo el común título de Julio Antonio. Esbós monument a Camo. Se trata del «Esbós de Monument a Camo» [MAMT NIG 689], un «dibuix al llapis sobre paper.16.20 x 20 cm» y del «Esbós de Monument» [MAMT NIG 700] −cuyo título omite el nombre de Camo−, un «dibuix al llapis sobre paper beix. 21,8x 15.8». En las dos fichas técnicas aparece la misma fecha: 1913. [Esbós de monument | MAMT - Museu d'Art Modern de Tarragona [dipta.cat].
En virtud de estos datos, pues, los esbozos datan de un año antes de lo que indica Miranda, una discordancia pendiente sin duda de una oportuna investigación.
Agradezco a la Diputación Provincial de Tarragona que me concediera la autorización oficial, con fecha 6-IX-2021, para reproducir las fotografías de estos dibujos en el presente artículo.

33. Se refiere a Felipe Alaiz de Pablo (1887-1959), gran admirador de Julio Antonio, al que dedicó una crónica artística publicada El Sol en mayo de 1919 [véase Gómez Alfeo y García Rodríguez: 91-92]. El lector puede hallar una breve semblanza de este escritor y periodista oscense en «Valle a través de Felipe Alaiz», en esta misma revista [Alerm, 2003].

34. Cabe añadir que en la crónica del Heraldo de Aragón, mucho más amplia, se menciona fugazmente a los autores, aunque sorprende la profesión que se le atribuye a Miranda: «El monumento es obra del genial escultor Julio Antonio y del arquitecto señor Miranda» [«Homenaje a la memoria de Camo. Inauguración del monumento», Heraldo de Aragón, 27-XI-1916:2].

35. Sobre las vicisitudes de la estatua de Camo, puede verse el documentado artículo de Carlos Garcés [2012a]. Excesivamente cauto se muestra, a mi juicio, a la hora de comentar la relación de la anécdota del cacique extremeño con el monumento a Camo: «Como decimos, según María Soto, estos hechos, pese a lo manifestado por Salvador Miranda [sic], que lo sitúa en Extremadura, hacen referencia al monumento a Camo. Para dilucidar esta cuestión sería preciso contar con información adicional, tanto de la escultura oscense como de ese monumento extremeño, del que por el momento nada se sabe» [Garcés Manau, 2012a: 22].         

36. También Garcés Manau opina que «la figura de Camo se encuentra, en definitiva, pendiente de una investigación rigurosa; y seguramente, también de una cierta reivindicación» [2012a:21]. Véase también Garcés Manau [2012b: 189], donde da cuenta de las reformas que hiciera Camo en el edificio del Ayuntamiento de Huesca en sus dos años como alcalde (1870-1872).

37. Sobre la figura de Camo, véanse los «Apuntes para una biografía», de García Mongay [1985].

38. Por ejemplo, el presidente del senado, en el homenaje que le rindió la cámara a principios de 1912, proclamaba que Manuel Camo, «una de las figuras más simpáticas que teníamos en la política española, […] siempre había aborrecido todos los cargos y puestos públicos y, como si sintiera una gran antipatía por las riquezas de la tierra, murió pobre» [«Homenaje póstumo al Excmo. Sr. D. Manuel Camo», Diario de Huesca, 3-II-1912:1]. Y tras la inauguración del monumento, Aznar Navarro, en un artículo que sería duramente criticado por Unamuno según se comentará en seguida, aseveraba: «Y fue un cacique que, al cabo de serlo muchos años, murió pobre sin haber llegado jamás á ser rico. Esto es un elogio y un elogio justo. Ojalá pudiera decirse lo mismo de todos los caciques que se asientan sobre el suelo español» [«Asunto del día. Significación de un monumento», La Correspondencia de España, 27-XI-1916: 3].

39. Esta novela, situada en la órbita del regeneracionismo, recrea el ascenso político de Manuel Camo, poniendo en solfa tanto su vida pública como privada, así como a los personajes que lo rodearon, como Emilio Castelar (convertido en Emeterio Gorgias), sin olvidar el órgano periodístico fundado por el cacique (Diario de Huesca), que pasa a llamarse El Chiflete. Próximo a Joaquín Costa (transmutado en Gonzalo Espartaco, uno de los escasos personajes positivos de la obra), Queral y Formigales califica a los caciques como «bandoleros» y a Camo, entre otras lindezas, como creador de «la oligarquía de los truhanes, por no decir de los malvados» [86]. Véase el riguroso estudio introductorio de Ara Torralba [IX-LXXVI], cuya edición de la novela (de 1994) merecería ver de nuevo la luz.

40. En mayo de 1916, la revista España hacía pública una carta de Julio Antonio dirigida a Mariano Benlliure, donde le manifestaba su disconformidad con la ubicación de la estatua de Montero Ríos en la Plaza del Hospital (Obradoiro) de Santiago de Compostela. «Va usted a cometer, Sr. Benlliure −concluía− una grave profanación, que sus contemporáneos no le perdonaremos nunca, y que, a su tiempo, la historia artística juzgará con el rigor debido» [«Profanación consumada», España, núm. 68, 11-V-1916: 14]. El monumento fue inaugurado, con la asistencia del Presidente del Congreso y de otras autoridades, el 31 de julio de 1916.

41. A propósito del Mausoleo Lemonier, expuesta al público con gran éxito en el Salón de la Exposición Española de Amigos del Arte (Biblioteca Nacional) poco antes de la muerte del escultor, un cronista del periódico barcelonés El Diluvio comentaba que esta obra maestra le redimía del «pecado» que un día cometió: «Julio Antonio cometió un día el pecado de prostituir su arte y perdió el tiempo y la honra fabricando la estatua del malvado Camo. Pero Julio Antonio tiene genio, y por lo mucho bueno que hará se le puede perdonar lo poco malo que ha hecho» [«Crónica diaria. Oro y oropel», El Diluvio, 9-II-1919: 8].

42. Se refiere al monumento dedicado al ingeniero Alejandro Olano, en el puerto del Musel (Gijón). Iniciado en 1912, no se sabe la fecha exacta de la inauguración, aunque, según Soto Cano, debió de ser en 1918. Fue derribado en 1922 [Soto Cano, 2007: 86-88].

43. Tal como señala Garcés Manau [2012a:22], no es cierto que la estatua de Camo fuera destruida y arrastrada por las calles en 1931 al proclamarse la Segunda República. Es esta una leyenda que se ha venido repitiendo sin fundamento alguno, incluso por la historiadora Calvo Salillas cuando afirma que la «estatua fue agredida» [2004: 136].  En realidad, fue desmontada del pedestal el 12 de mayo de 1936 por orden del Ayuntamiento, según se informaba en el Diario de Huesca [«La estatua de Camo, ya no existe», 13-V-1936:1]. En el Archivo Municipal de Huesca se conserva una moción que presentó Manuel Sender Garcés −hermano del célebre novelista− en el Ayuntamiento de Huesca, solicitando la retirada de la estatua de Camo «y que sea urbanizado el lugar». Está incluida en el Expediente 6242, correspondiente a 1935-1936, aun cuando el texto está fechado el 7 de julio de 1933. Sender, alcalde de Huesca de mayo de 1932 a octubre de 1934 y de febrero a abril de 1936 −y asesinado al principio de la guerra civil−, justificaba el derribo, entre otros motivos, por el escaso valor artístico del monumento: «Nos contendría este pueril iconoclastismo la consideración de que la estatua tuviese algún valor artístico; pero no concurre tan notoria circunstancia. La firma del gran escultor Julio Antonio al pie de la misma sería ya bastante razón para acceder á lo que solicitamos, pues abrigamos el escrúpulo de que Julio Antonio sólo espera nuestra decisión para entrar en el Olimpo. Harto ha pagado ya su complacencia o distracción».
El 13 de mayo de 1936 Emilio Baquer, en representación de los familiares de Manuel Camo, solicitaba que se le entregara el monumento, petición que se le concedió el 9 de junio, que es la fecha de la carta de respuesta firmada por el alcalde. En ella se recordaba que «antes de ser desmontado, en cumplimiento del acuerdo municipal, cursó esta Alcaldía comunicación a los Albaceas testamentarios de dicho señor ofreciéndoles depositar la estatua y basamento en el lugar que indicaran. Del oficio en cuestión se hizo cargo, firmando su recibí, la Superiora del convento de Santa Rosa de esta ciudad; pero no indicó lugar al que habían de ser transportados los elementos integrantes de dicho monumento». Al día siguiente, la Superiora, Fernanda Giménez, dio su conformidad en un escrito dirigido al alcalde [Archivo Municipal de Huesca, OBR/1935, [6242]]. Ignoro las circunstancias que condujeron a ese abandono en el parque de bomberos a que se refiere Calvo Salillas.         


44. Parece que este es el único exabrupto contra Castelar que puede hallarse entre las páginas valleinclanianas pues, como señala Serrano Alonso, «Valle-Inclán no habló mucho de Castelar, aunque participaba de ese respeto común que circulaba por España» por los «hombres justos y sabios, verdaderos hombres de estado, dotados de una gran cultura y de una aguda inteligencia». Aduce al respecto el discurso de encomio que le dedicó Valle, como presidente del Ateneo de Madrid, en la conmemoración del centenario del nacimiento del «preclaro patricio», celebrado en septiembre de 1932 [Serrano Alonso: 684].                 



                                                                                                                                                                                                 El Pasajero, núm. 32, 2021.