Más sobre Das: un posible modelo para el Doctor Polaco en Tirano Banderas

Virginia Milner Garlitz
Catedrática emérita de Plymouth State University, New Hampshire, USA



Ahora, gracias a la tesis doctoral de Soledad Quereilhac, Ciencias ocultas y literatura fantástica en el Buenos Aires de entresiglos (1875-1910), que defendió en 2010, para obtener su título de la Universidad de Buenos Aires, podemos decir más sobre el Dr. Das, nombre que utilizaba cuando dio su presentación de hipnotismo para la familia real en Madrid en 1888 1 La sesión ante la reina encantó tanto al rey, que a finales de mes nombró al hipnotizador comendador de Isabel la Católica, y a la señorita Montero de Espinosa, que ayudó en el experimento, le regaló un rico y elegante medallón de brillantes con las iniciales del rey y la reina enlazadas, formadas por brillantes y rubíes, «como recuerdos de las experiencias de hipnotismo verificadas en Palacio», según la prensa de la época. El modus operandi de este señor era llamarse doctor y conde y asociarse con miembros de la aristocracia y de la élite social para ganarse su apoyo y su dinero para presentar demostraciones de hipnosis y construir un centro dedicado a la curación basada en la hipnoterapía y en las creencias ocultistas. Este personaje me interesa porque creo que es un posible modelo para el Doctor Polaco en Tirano Banderas.

En realidad se llamaba Alberto Santini Sgaluppi de origen italiano y decía ser conde y médico. Sin embargo, no era ni conde ni médico, pero muy creativo con sus títulos. Mi favorito es el que usó cuando apareció en el Perú en 1899. Dijo llamarse el jefe del Gran Hierofante y Miembro del Consejo de los Adeptos del Tibet. Asimismo, en Washington DC en 1903 dijo ser hijo de un rajá y de una marquesa francesa. Fue muy exitoso con sus programas que incluían información sobre el ocultismo, en particular la teosofía.

El único problema era que cuando su proyecto de fundar un instituto de curación no resultó como prometía o producía deudas que no se podían pagar, sus cofundadores se quejaban de fraude a la policía y Das era expulsado del lugar, o huía a otro sitio. En Barcelona, entró en la Sociedad Teosófica y fue expulsado dos veces. Lo mismo le pasó cuando fue a Bélgica. Allí fue condenado por la policía y expulsado del país. Luego se fue a América del Sur, primero a Buenos Aires en 1892. Allí fue muy bien recibido al principio por un público integrado por inmigrantes españoles, muy interesados en la teosofía y la práctica de la hipnosis. Pero la mala suerte le siguió y tuvo que ausentarse de nuevo. Esta vez estaba acompañado por su primera mujer, una española a quien había seducido en Madrid, Antonia Martínez Royo, condesa de Das (1866-1897), de quien tomó su apellido y su título. Ella era hermosa, delicada y bien instruida en el ocultismo y ayudó a ganarle seguidores siendo su médium. Cuando el escándalo de sus finanzas ocurrió una vez más, ella lo dejó y murió en Buenos Aires en 1897. Parece que Roso de Luna estaba un poco enamorado de esta mujer a quien llama «una hermosísima e inteligentísima morena española», porque visitó su tumba en Patagonia durante su gira de conferencias teosóficas en Sudamérica en 1909-1910, no coincidiendo con la gira sudamericana de Valle por un solo mes. Cuando la esposa de Das se asoció con la rama teosófica Luz, la primera en Buenos y en Sudamérica fundada por Das, ella había tomado el nombre de Filadelfia. La revista que también había fundado con Das, tomó el nombre de Filadelfía en su honor después de su muerte.

Como no tenemos una biografía
confiable de los movimientos de Das, siguiendo la información de Quereilhac y de otros estudiosos latinoamericanos, he reconstruido lo siguiente. En Buenos Aires estuvo desde 1892 hasta 1899, y se trasladó a Lima, Perú, en ese año. Pasó casi 15 años viajando por las Américas, ofreciendo instrucción, demostraciones y se transformó en un temprano promotor del ocultismo, el espiritismo y la teosofía. Murió en Mónaco en 1919 de arterioesclorosis y corazón. En 1903 estuvo en Washington, DC y México, también fue a Panamá, Cuba y llegó hasta Nueva York donde fue encarcelado otra vez. Durante su estancia en Washington en 1903, el historiador del ocultismo Henry Ridgely Evans asistió a una de sus sesiones anunciadas en el Washington Post, e incluyó un artículo sobre aquella experiencia bajo el título de A Gentleman from Thibet” en su libro recopilatorio The New and the Old Magic. En la ocasión que describe Evans, Das va vestido de un modo muy semejante a la indumentaria que lleva en su foto conservada en el archivo del National Guild of Hypnotists, Southern Arizona Chapter, USA (Figura 1). « Attired in a gorgeous gown of white silk across the breast of which hung mystic symbols of gold and silver. When he appears in his role as a doctor he wears a long frock coat and a waist coat of rough cloth». Parece ser este traje el mismo que lleva en el muñeco de papel de Rubén Gómez Soriano, que muestra de manera perfecta a Das en su intercambiable papel de teósofo y médico (Figura 2). También en el artículo de Evans se refiere a una mujer en el fondo de la reunión, rubia, acompañada por un niño de 5 años. ¿Podría ser ésta la  segunda esposa de Das, a quien dejó con sus tres hijos en Montevideo cuando fue a Mónaco, donde murió de arterioesclerosis y corazón en 1919?

En su artículo sobre «Federico Gamboa y el ocultismo», Wenceslao Vargas (2017) dice que el masón Madero se lanzó a la Revolución mexicana por un mandato espiritista que recibió del Conde de Das en la sesión presidida por el Presidente Porfirio Díaz en la Ciudad de México en 1909. Dice que cuando Gamboa trabajaba como embajador de México en Washington, Das fue invitado a su hogar y cuando Gamboa le preguntó sobre su futuro respondió: «Nuestro saber no es más que un recuerdo», una  frase que hace eco de la de Valle-Inclán: «nada es como es sino como se recuerda».

En mi artículo sobre el "Ocultismo finisecular” dije que en el publicado por
Mario Roso de Luna (1872-1931), teósofo, astrónomo, periodista, escritor masón, ateneísta y amigo de Valle-Inclán, en la revista Hesperia. Revista teosófica y poligráfica, dirigida por el propio Roso, «El conde Alberto de Das, un émulo de Castiglione», que incluimos aquí en el Apéndice 1, la descripición recordaba al personaje del doctor Polaco cuando Valle escribió Tirano Banderas en 1921.           

Ahora, gracias a la ayuda de Esteban Cortijo, la máxima autoridad en Roso de Luna, puedo presentar una transcripción de ese artículo sobre El conde Das, y otro menos conocido, también publicado por Roso en la misma revista Hesperia, firmado con el pseudónimo Hermes, (Apéndice 2) que Cortijo cree que puede haber sido enviado desde Rosario, Argentina, por Santiago Arguello, defensor de Das, en el cual dice ser un defensor del conde, a quien describe como un hombre pequeñito, codicioso, felino, vivaracho, misterosísimo y con un terrible fadeur de mago negro que dirían los franceses, capaz tanto de espantar a los efectivos ocultistas, como de encantar hasta el delirio a los desdichados amantes de la fenomenología teatral y presidiable, que a tantos incautos ha seducido desde que el mundo es mundo. Explica la acusación de haberles robado a sus contribuidores diciendo que si daban su dinero era porque querían hacerlo y que Das tenía que tener ingresos para vivir y viajar. 


BIBLIOGRAFÍA

- EVANS, Henry Ridgeley [1906]: «A gentleman of Thibet» en The Old and the New Magic, Chicago, Open Court publishing Co.
 
- CORTIJO, Esteban [1995]: «Masonería y Teosofía en Iberoamérica: Argentina, México y Brasil» en Ferrer Benimeli, J. A. (coord.) VI Simposium Internacional de Historia de la Masonería Española: La masonería española entre Europa y América, Zaragoza: Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, 2 vols. vol. I (págs.: 379-404).

- GARLITZ, Virginia Milner [1988]: «El concepto de karma en dos magos españoles, Roso de Luna y Valle-Inclán» en Angel Loureiro (ed.), Estelas, laberintos, nuevas sendas. Unamuno, Valle-Inclán, García Lorca, La Guerra Civil. Barcelona: Anthropos, pp. 137-149.

- __________ [2013]:  «El ocultismo finisecular en Valle-Inclán», El Pasajero. Revista de estudios sobre Ramón del Valle-Inclán, nº 27, http://www.elpasajero.com/ventolera/garlitzoccultismesp.html 

- QUEREILHAC, Soledad [2010]:  Ciencias ocultas y literatura fantástica en el Buenos Aires de entresiglos (1875-1910), tEsis doctoral, Universidad de Buenos Aires. 

- ROSO DE LUNA, Mario [1921]:  «El Conde Alberto de Das. Un émulo de Cagliostro», Hesperia, Revista teosófica y poligráfica, Madrid, nº 3, Año II

- __________ [1922]: «De ocultismo español. El Conde Alberto de Das, por Hermes», Hesperia. Revista teosófica y poligráfica, Madrid, nº 1, pp 13-15.
     
- VALLEJO, Mauro [2019]: «La circulación del esoterismo en América Latina. El conde de Das y  sus viajes por Argentina y Perú, 1892-1900», Trashumante. Revista Americana de Historia Social, núm. 14.

- VARGAS MARQUÉS, Wenceslao [2021]: «Federico Gamboa y el ocultismo», La jornada de Veracruz, 23 febrero 2021. 

        


APÉNDICE 1

R. de L., «El conde Alberto de Das, un émulo de Cagliostro»


    Los lectores de la vieja y ya fenecida revista Sophia, benemérita institución teosófica creada por aquellos teósofos de primera hora que se llamaron el ingeniero Francisco Montoliú y de Togores, el aristócrata José Xifré, el magistrado Tomás Doreste y otros, que aún viven felizmente, conocen demasiado la figura del célebre aventurero Alberto de Das, titulado conde de Das, hombre pequeñito, codicioso, felino, vivaracho, misteriosímo y con un terrible fadeur de mago negro, que dirían los franceses, capaz de espantar a los efectivos ocultistas, cuanto de encantar, hasta el delirio, a los desdichados amantes de la fenomenología teatral y presidiable que a tantos incautos ha seducido desde que el mundo es mundo.
Pero el gran mundo aristocrático español y americano ha olvidado ya al célebre Alberto Das, y cuenta que no eran para olvidadas fácilmente, primero su aparatosa presentación en Palacio, con sesiones de hipnotismo en las que fuera testigo de la mayor calidad S. M. la reina doña Cristina, entonces regente (nota 1), luego su teatral conferencia-demostración en el viejo Casino de Madrid (Palacio de la Equitativa) y tras la que el alfiler de brillantes de Guillermo Rancés, marqués de Viluma, fue encontrado telepáticamente por el Conde en una pieza de tela oculta entre cien otras en los anaqueles de la sastrería de Muñoz y Pedraza número uno de la calle Mayor. Después, sus «portentos mágicos» en el Salón de Capellanes (hoy Teatro Cómico), donde Juan, el Teodoro de aquel «Ateneo de rebeldes» le servía de canina fidelidad hasta sus menores pensamientos, y, en fin, la exhibición-mitín en plena calle Acalá, interrumpiendo durante unas horas la circulación en ella, como en la más solemne de las procesiones. Todo para acabar en el escandaloso asunto de El Toisón de Oro de Don Carlos, con lo cual  su nombre rodó un trimestre por la Prensa coronado con los más duros epítetos del Diccionario, mientras que el Conde huyendo de la que aquí le esperaba, seguía su correría triunfal por Bélgica, Francia, Italia y todas las naciones de América.

Y no fué menor su éxito de entrada en aquellos países, ni menor tampoco el desastre de su salida, con la policía pisándole siempre los talones.  
    Tuno de corbata blanca “el gran Alberto” que diría Emil Gaborieau, sus maneras cautivaban, su trato seducía en absoluto, su ciencia era grande, y mayor aún su osadía sin limites, que le permite llamarse Gran Hierofante y Miembro del Consejo de los Adeptos  del Tibet . . . ¡una friolera! 

    No necesitaba tanto para triunfar en las Américas de entonces, que aún tenía una tupida venda en los ojos en punto a cuestiones “del otro mundo.” Así que allí comió a diario con los presidentes de las Repúblicas, decoró con su siempre decorativa persona cuajada de las más extrañas y valiosas condecoraciones de Persia, de España, de Suecia y de Egipto, los palcos más caros en los días de gran moda, y de paso-nada hay inútil en esta pelota de cieno que llamamos Tierra, empujada por el hierático escarabajo sagrado fundó un centenar de Centros Teosóficos en las dos Américas, centros que luego han sido gloria de la Sociedad nuestra, como la Rama Luz, de la Argentina, creada por los hombres más prestigiosos del país del Plata, quienes se dieran enseguida cuenta de lo engañoso del proceder de Das, como puede verse en la dicha  revista Sophia, de Madrid, páginas 242, tomo I (1893); 215 y 237 del tomo II (1894).

    Tengo a la vista los pasajes citados, y en ellos leo un artículo de la editorial de Sophia recordando cómo fuera expulsado Das en 1892, después de agotados todos los recursos, esfuerzos y energías para hacer entrar en la buena senda a este desgraciado, empresa que estuvo a punto de hacer zozobrar a la naciente Rama Teosófica de Barcelona..., en vista de lo cual, la Sección Europea de la S. T. resolvió decretar dicha expulsión, tras las aventuras del supuesto conde en Bélgica. Estas aventuras ocasionaron un escándalo monumental y terminaron con su encarcelamiento y expulsión, después de montar en Bruselas, con capital ajeno, un establecimiento hipnoterápico,  metaloterápico, etc., análogo, sin duda, al que estableció en esta corte. Si a esto se hubiera limitado-sigue diciendo Sophia- mucho más le hubiera valido; pero, probablemente le hacía falta dar un aspecto serio a sus pretendidos conocimientos ocultos (sic) y a su altruísmo y desinterés, al mismo tiempo que ligar más fuertemente a aquellos que le prestaron su apoyo, engañados por las apariencias, como lo han sido en toda España y otros países de Europa sus cientos de víctimas... Tal dice el decreto de expulsión de Das por el bonísimo coronel Olcott, dirigida a los otros del Grupo de Buenos  Aires, por haber constituído dicho grupo. 

    Al parecer, usando un nombre supuesto, el de Dr. A. Martínez, que era el apellido de su señora..., ¡una hermosísima e inteligentísima morena española!, que le servía de médium y cuyos ojos de fuego, puramente andaluces, se cerraron para siempre en Buenos  Aires y pudren tierra desde hace años en las tristes lejanías de cierto sitio de la Patagonia, que no me es lícito nombrar, tumba, en fin, cuya fotografía y la del solitario ombú  pompero que da sombra al ignorado sepulcro de bella odalisca tuve ocasión de ver doce años después. 

    Y no vi eso sólo, sino las huellas del estrago que determinara Das entre los adeptos del espiritualismo en la ventena de repúblicas del Nuevo Continente, transformando en espiritistas a los escépticos y materialistas más empedernidos hacīéndolos pasar bien pronto a teosofistas más o menos discutibles y en fin, a ocultistas de la siniestra mano, es decir, a milagreros, curanderos, charlatanes de varios jaeces, que no buscan la ´Verdad por la Verdad misma“ y para bien de los semejantes, sino los famosos Poderes, como el eterno Mito reza, la ruina moral intelectual y física de los que los codician. 

    En Chile y en Brazil, doquiera, en suma, por donde pasara el donoso ocultista me hubieron de contar años después (en mi gira de conferencias teosóficas de 1909-1910) las escenas más peregrinas del “hierofante”: ora la de las terribles pruebas a las que sometía a sus discípulos) uno de ellos, en España, fue malogrado y sabío catedrático, muerto hace pocos años y otro un ocultista muy raro también, al que le debo gratitud), haciéndolos dar marcha más que militares, consumirse en ayunos más que monacales, y aún mal tratarse con la dureza imposible propia de los hammatchas moros o los yogis de ciertos cultos sivaitas Hindúes; ora dándose de efectivas calabazadas contra las paredes en los momentos de mántico frenesí que le asaltaban cuando no era obedecido o temía ser descubierto, ora, en fin, sus disfraces, sus falsos pasaportes y demás elementos salvadores en sus salidas finales de cada país, salidas tan intempestivas y rápidas como involuntarias . . . 

    ¿Que fué por ultimo, del celebérimo conde, cuyos poderes taumatúrgicos más o menos entreverados siempre de charlatanería son, para nosotros, indiscutibles? Los escasos datos con que contamos, nos dicen que hasta pasó a Marruecos como antes quizá estuviese en Persia y en Egipto, y hasta nuestros actuales días ha vivido en un alto puesto y, por descontado, bajo otro nombre, pomposo siempre, al lado y como protegido del sultán de Turquía. ¿Le barrió al fin de entre mortales la terrible ola depuradura de la Gran Guerra? No lo sabemos. Solo sí lo sabe su último defensor discípulo y amigo nuestro; pero éste no sólo guarda silencio, si no que su paradero actual es también un misterio para nosotros.



APÉNDICE 2

DE OCULTISMO ESPAÑOL. Hermes, «El conde Alberto de Das»
(1) [Según Esteban Cortijo, el autor sería Santiago Argüello, defensor de Das]

Soy un defensor del Conde de Das o Sarak, como quiera llamársele. Diré también que tengo mis motivos para creer que todas o la mayoría de las historietas que se cuentan de él como hechos discutibles, criticables o malos son falsas; y tengo mis razones para creer que no era mago negro, si bien era un aventurero misteriosísimo, cuyos poderes o las cosas ocultas que por intermedio de él se manifestaban eran maravillosos. 

Sé cómo se le ha perseguido por algunos teósofos, y me imagino que no era difícil en aquellos tiempos sacarle al buenísimo de Olcott el raro decreto de expulsión de todos conocido.

Por aquí anduvo aquél tres o cuatro años con intervalos, y lo frecuenté mucho. Vinieron aquí también acusaciones; pero yo, ya prevenido, quise observar y constatar por mi cuenta para juzgar, y diré que con él pasamos momentos espirituales felicísimos y de gran instrucción oculta. 
Es claro que era un tipo raro y eran raras muchas cosas que pasaban con él. Tenía un carácter un poco endiablado (como el de Blavatsky), y había que comprenderlo para no echarlo a paseo algunas veces, como le sucedía al bueno de Olcott con aquélla.

 No es cierto que haya violentado nunca a nadie para sacar dinero; él lo pedía y, cada uno contribuía con lo que quería. Él se dedicaba a esas cosas y necesitaba vivir, y era justo que lo buscara. Por lo demás, era generoso y obsequioso en todas formas, gastando abiertamente el dinero con quienes lo daban.
Digo que dudo grandemente de lo malo que de él se dice porque aquí se le acusó en los diarios que había robado 5.000 pesos al padre de una muchacha que festejaba y que había pretendido estafar 8.000 a otro por curar magnéticamente a una enferma; que estaba perseguido por la policía aquí y en Buenos Aires, y todo era una absoluta falsedad, siendo, al contrario, en el primer caso al revés, pues el padre de la muchacha lo había estafado a él en 500 pesos; me consta.

Yo escribí al diario diciéndole que todo lo que decía era falso, y que, si quería comprobar lo que yo decía, que viniera cualquiera aquí y se lo comprobaría completamente. Es claro, se hicieron los sordos.
De las cosas pasadas en Buenos Aires dudo muchísimo de que él fuera culpable, como se dice, por esa misma razón y porque tengo ciertos indicios de parcialidad en algunos de los que las han propalado.
Igual creo que habrá sucedido en todas partes. Habría que conocer exactamente cómo fue el asunto de «El Toisón de Oro de Don Carlos” para distribuir responsabilidades.

Yo he visto individuos muy encopetados y aparentemente veraces que decían falsedades de Das, no sé por qué. El hombre era interesantísimo y producía los mismos fenómenos que describe Sinnett que hacía madame Blavatsky. Apareció en Occidente casi junto con ella y llevó a todas partes la idea de la existencia de las jerarquías superiores, de los Maestros y de los poderes psíquicos latentes en el hombre que él evidenciaba. Era un servidor de seres superiores indudablemente, porque había que ver en los trabajos la sumisión y obediencia sin límites que demostraba. Su vida no era una vida de placeres, porque, si bien es cierto que al principio todo marchaba bien donde llegaba, después de cierto tiempo se presentaban hechos raros que daban lugar a dudas y conflictos que lo ponían en situación violenta y lo obligaban a tener que pensar en irse a otro lugar ya en condiciones económicas desfavorables por el desbande de cooperadores.

Observando con calma esa odisea que pasó en todas partes y sabiendo también que H. P. B. tuvo también sus dificultades por su carácter raro y violento a veces, he llegado a pensar que, si esos dos seres raros hubieran podido conservar sus condiciones psíquicas y vinculaciones ocultas, al mismo tiempo que una normalidad corriente en sus demás relaciones mundanas, la gente se hubiera fanatizado de tal manera con ellos, que los hubiera convertido en dioses.

Era conveniente fueran como eran indudablemente, porque su misión era despertar, no fanatizar, y así los pobres fueron aporreados de todos. Si H. P. B. fue mártir, Das también lo fue; cada uno en su lugar

El bueno, con Das, se hacía mejor, y el malo se evidenciaba seguramente, y a ello se debe mucha de la propaganda hecha en su contra. Individuos que cerca de ese foco de fuerza vibraban demasiado rápido se irritaban y veían visiones y hasta calumniaban.

Si juzgamos a Das por lo que dicen algunos diarios y algunos de sus detractores, es lo mismo que si juzgáramos a H. P. B. por lo que dijeron los Coulombs o la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres. En cuanto a Sarak, yo he visto en los diarios maldades y falsedades evidentes en todas las publicaciones que se han hecho en este país en su contra. Tengo derecho por ello de pensar que en otros países habrá sucedido tres cuartos de lo mismo.

Es natural que el público grueso no podrá nunca mirar las cosas profundamente y verá lo que le hacen ver los sabios de los diarios que lo ignoran todo. Blavatsky trajo la enseñanza y Sarak difundió la parte psíquica y maravillosa que aquél la no podía divulgar; los dos cumplieron una misión.
 
HERMES. Rosario, Argentina julio de 1922.

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(1) nota: Das o Sarak falleció en el principado de Mónaco el diez diciembre de 1919.  Dejó a tres hijos de su segunda mujer: Alberto, Elvira y Edmundo, que hoy están en Montevideo, en casa de la familia de la madre. Falleció de arterioesclerosis y corazón.  En fin, en una próxima hablaré largo sobre l. (Véase en el número 3 de Hesperia el articulo con este mismo título.)



© Virginia Milner Garlitz
marzo 2021

 
 
NOTAS

1 He aquí los términos en que El Imparcial del 16 de enero de 1888 refiere la escena: Son curiosísimos algunos pormenores que acerca de una sesión de hipnotismo ha publicado El Eco Nacional
«Sabedora la reina, ex regente doña Maria Cristina de los experimentos hipnóticos verificados por el doctor Das con diferentes sujetos, y especialmente con la señorita doña Mercedes Montero de Espinosa, dignóse manifestar deseos de presenciar y estudiar esta clase de experimentos, a que accedieron, honrándose mucho, los interesados. El acto se realizó anteayer en presencia de la real familia, en el salón del piano. Hizo el Sr. Das sucinta explicación del estado hipnótico, que dijo podia provocarse por virtud y eficacia de la mirada, por sugestión mental y por efectos de la vibración en los órganos auditivos.
Desde aquel momento el doctor Das puso su influencia a la voluntad de las reales personas, y todos los resultados que se operaron en las dos horas que duró la sesión fueron debidos a la iniciativa y designación de SS. MM. y de S. A., y más especial y frecuentemente a la intervención directa de S. M. la reina regente. Después de mover la operada sus brazos, ya el izquierdo, ya el derecho, a voluntad y elección mental de S. M. la reina, y de provocarse la contractura muscular, que fue comprobada por las augustas personas, se pasó al experimento de la trasposición de los sentidos por sugestión. Su Majestad hizo la sugestión de que la operada comiese una patata de dulce, y la señorita Montero comió media patata cruda que decía tener aquel sabor.
En la trasposición del tacto provocada por una señal hecha por S. M. se produjo en la hipnotizada la anestesia en el brazo izquierdo y la perianestesia en el brazo derecho, produciéndose después la casi absoluta insensibilidad de ambos, hasta la inconcebible extremo de que colocados en las manos de la operada los dos reóforos de un grande aparato electromagnético de 100 grados, sufríó sin conmoción alguna una descarga de 35 grados, cuando el señor Conde de Morphi apenas pudo soportar una de cuatro grados
       En la trasposición de la vista fue brillantísimo el experimento. La hipnotizada se levantó por sugestión mental, estando el doctor Das en un extremo del salón y en el ángulo lateral del que ocupa el piano, y allí fué la señorita Montero, caminando resueltamente por entre la multitud de asientos y sillones que estaban esparcidos por el salón. A su lado caminaba S. M. la reina. Cuando la operada llegó al sitio en que estaba el doctor Das, S. M. le ordenó ver con el cerebelo y que dijese cuántos dedos de su mano tenia extendidos y cuántos cerrados, lo cual acertó la señorita Montero en el acto. Luego S. A. la infanta doña Isabel marcó en el extremo opuesto del salón una cruz sobre la alfombra, y el doctor Das ordenó a la hipnotizada que en el momento en que S. M. la reina  hiciese una señal con los lentes que tenía en la mano marchase de espaldas a aquel sitio marcado y se detuviese en él. La senorita Montero caminó de espaldas con tanta seguridad y firmeza como hubiera podido hacerlo de frente y despierta, y fue a detenerse automáticamente cuando sus pies se posaron sobre el signo marcado por la infanta.
No fue menos sorprendente el experimento de la trasposición del olfato pues sugerida la hipnotizada para que el amoníaco hiciese en ella los agradables efectos del agua colonia de Farina (por designación de S. M.), estuvo aspirando fuertemente el alcolivolátil durante un minuto con  muestras de verdadero deleite, cuando en estado normal no puede aspirar una persona esa substancia sin perder el sentido.
La trasposición del oído con éxtasis tuvo también brillante resultado mientras S A. la  Infanta tocaba magistralmente en el piano una dulcísima melodía.

Siguieron algunas pruebas del sueño por sugestión, a distancia y por vibración, su majestad entonces dió pruebas evidentes de una fuerza voluntad superior a todo la imaginable sosteniendo su mirada fija immóvíl sin pestañar y con dilatación de sus pupilas,  no obstante y a pesar de sostener una bujía a dos centímetros de distancia de los ojos.
El doctor Das declaró que S. M. podría hipnotizar en breves minutos a la señorita de Montero, y en efecto, colocado frente a ella la dominó de tal suerte con el poder de su avasalladora mirada, que la joven cayó profundamente dormida a los cuatro o cinco minutos.»     
El Pasajero, núm. 32, 2021.


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