C U E
N T O D E A Ñ O N U E V O
Amooor, pronunciaba el sabio
obeso, con el pulgar de la diestra metido en la bolsa del chaleco, y tamborileando
sobre su potente abdomen con los dedos ágiles y regordetes, y continuó:
-Puedo confesar francamente que no tenía predilección por
ninguna, y que Luz, Josefina y Amelia ocupaban en mi corazón el
mismo lugar. El mismo, tal vez no; pues los dulces al par que ardientes
ojos de Amelia, su alegre y roja risa, su picardía infantil.., diré
que era ella mi preferida. Era la menor; tenía doce años
apenas, y yo ya había pasado de los treinta. Por tal motivo, y por
ser la chicuela de carácter travieso y jovial, tratábala
yo como niña que era, y entre las otras dos repartía mis
miradas incendiarias, mis suspiros, mis apretones de manos y hasta mis
serias promesas de
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C R Ó
N I C A S Y C U E N T O S
matrimonio, en una, os lo confieso,
atroz y culpable bigamia de pasión.¡Pero la chiquilla, Amelia!...
Sucedía que, cuando yo llegaba a la casa, era ella quien primero
corría a recibirme, llena de sonrisas y zalamerías: «¿Y
mis bombones?».
He aquí la pregunta sacramental. Yo me sentaba regocijado, después
de mis correctos saludos, y colmaba las manos de la niña de ricos
caramelos de rosas y de deliciosas grajeas de chocolate, los cuales, ella,
a plena boca, saboreaba con una sonora música palatinal, lingual
y dental. El porqué de mi apego hacia aquella muchachita de vestido
a media pierna y de ojos lindos, no os lo podré explicar; pero es
el caso que, cuando por causa de mis estudios tuve que dejar Buenos Aires,
fingí alguna emoción al despedirme de Luz, que
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