Que el doctor Z es ilustre, elocuente, conquistador; que su voz es profunda
y vibrante al mismo tiempo, y su gesto avasallador y misterioso, sobre
todo después de la publicación de su obra sobre La plástica
de ensueño, quizá podríais negármelo o
aceptármelo con restricción; pero que su calva es única,
insigne, hermosa, solemne, lírica si gustáis, ¡oh,
eso nunca, estoy seguro! ¿Cómo negaríais la luz del
sol, el aroma de las rosas y las propiedades narcóticas de ciertos
versos? Pues bien; esta noche pasada, poco después que saludamos
el toque de las doce con una salva de doce taponazos del más legítimo
Roederer, en el precioso comedor rococó de ese sibarita de judío
que se llama Lowensteinger, la calva del
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