E L   T E A T R O   C A T A L Á N

y glorioso, rico porque en él se encierran todos los géneros y todas las modalidades, glorioso porque los nombres de algunos de sus autores han traspasado las fronteras que los hombres inventaron para división de los pueblos y han sido sus obras admiradas y aplaudidas por las gentes de Europa y de América.
   En sus primeros tiempos tuvo el teatro catalán dos principales fuentes de inspiración: la vida campesina y los grandes momentos históricos de la raza. Ni la presente vida ciudadana, ni los agudos problemas que en la conciencia del hombre ha planteado la vida moderna preocuparon mucho a los primeros autores de este teatro, ansiosos sólo de hacer revivir sobre las tablas la historia pasada del país o lo más característico que en costumbres y tradiciones quedaba aun (sic) aquí 

C R Ó N I C A S  Y  C U E N T O S

viviente y entero, y hasta muchas veces llevaron a una misma obra fundidos ambos elementos. Todo ello natural- mente con la tendencia siempre sostenida de presentar a los ojos del espectador más bellas las cosas y con apariencia de mejores de lo que son en la realidad, esto es, idealizando los hombres y los hechos, pintándolos no precisamente cómo (sic) ellos son, sino cómo (sic) debieran ser, cómo (sic) quisiera el poeta que fuesen.
   Y hoy no falta quien lamenta con la amargura más honda que el teatro catalán haya dejado aquella senda y se haya extraviado unas veces por los caminos de la alegoría y otras por los de un exagerado realismo, añadiendo que eran muy preferibles a todas estas novedades de hoy, aquella rústica simplicidad y aquella generosa exaltación patriótica de los primeros 
 

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