Juan Aguilera Sastre, Cipriano de Rivas Cherif: una interpretación contemporánea de Valle-Inclán.

Sant Cugat del Vallès (Barcelona), Cop d’Idees/Taller d’Investigacions Valleinclanianes, Colección «Ventolera», nº 3,  157 pp., 1997.


 





    Concurren en este libro varias circunstancias que hacen su lectura no sólo recomendable sino necesaria para cualquiera que quiera conocer con precisión y de primera mano algunos de los episodios más notables del teatro español de los años veinte y treinta del siglo que acaba.

    La primera de ellas es que comparecen juntos en sus páginas el mayor dramaturgo español del siglo XX (Valle-Inclán) y uno de sus directores más importantes (Cipriano de Rivas Cherif). Además, se analiza con minucia la versión escénica de Divinas palabras, que Rivas Cherif estrenó en 1933 culminando uno de sus proyectos más queridos. Y, en tercer lugar, se reproducen la mayor parte de los textos críticos que Rivas Cherif dedicó a don Ramón del Valle-Inclán, que denotan una fidelidad al maestro admirable.

Libros como éste demuestran que van pasando a mejor vida estudios de historia del teatro español contemporáneo donde se mezclan anécdotas y juicios impresionistas sobre dramas y autores; y que, por contra, cada vez una documentación más exhaustiva y mejor categorizada es la base sobre la que se construyen juicios mesurados y prudentes.

No es la menor virtud de estos ensayos el que sitúan al lector curioso en el horizonte concreto sobre el que se produjo el teatro español en años en que el sistema de producción teatral arrastraba importantes carencias, pero no faltaban hombres de teatro -Valle-lnclán y Rivas Cherif lo fueron en el sentido más lato de la palabra- que no se conformaban con la situación y que se empeñaron en tareas de renovar la escena para ponerla a la altura de los tiempos. De los sinsabores y también de las satisfacciones que les produjeron trata este ensayo. Los primeros nacían de las insuficiencias apuntadas, las satisfacciones en buena parte de una complicidad amistosa y estética de los dos creadores que resulta verdaderamente insólita en el panonama artístico de entonces. Nadie se esforzó tanto como Rivas Cherif para que el teatro de don Ramón llegara a los escenarios españoles de su tiempo con la dignidad artística que merecía y necesitaba. Pero también, a nadie otorgó el siempre difícil escritor gallego tanta libertad y tanta confianza para realizar la puesta en escena de sus textos.

    Otro libro del propio Juan Aguilera y Manuel Aznar -Cipriano de Rivas Cherif y el teatro de su tiempo (1891-1967), (Madrid, ADE, 1999)- ha mostrado definitivamente el extraordinario papel jugado por Rivas Cherif en la renovación del panorama teatral español de entonces. Cuando se repasa el repertorio que fue construyendo sorprende que se encuentran en él una buena parte de las piezas teatrales que han acabado constituyendo el canon dramático de aquel periodo. Su olfato y su tenacidad no tienen parangón en aquellos dos decenios. Y así no es extraño que volviera insistente sobre las propuestas valleinclanianas: eran lo mejor entre lo mejor.

    Reconstruir sus relaciones merecía el esfuerzo y el tiempo que Juan Aguilera ha empleado en ello. La minuciosa tarea de reconstrucción de lo acontecido culmina con el hallazgo y el detallado estudio del libreto de Divinas palabras, preparado por Rivas Cherif para su estreno. Fue presentado a censura en 1933 y se ha conservado en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares. No siempre es fácil contar con un puente como éste entre la literatura dramática y el espectáculo a que da lugar en manos de un concienzudo director de escena. A Cada lado del puente, como tendiendo la vista hacia la otra ribera, el dramaturgo v el director. El primero empeñado en su escritura polifónica y mal avenida con los usos de los escenarios del momento. El segundo, empeñado en el difícil ejercicio de poner sobre la escena esta arriesgada propuesta.

Después de la excelente edición critica que Luis Iglesias Feijoo realizó de la «tragicomedia de aldea» valleinclaniana, el estudio de Juan Aguilera es la mayor aportación a la exégesis de este texto fundamental de don Ramón, que con su conocida tenacidad llevó Rivas Cherif a la escena. Merecería quizás una edición. Cuando se haga, no estará de más que se complete con las fotografías del espectáculo que publicó la prensa y otra posible documentación.

    Entretanto, ninguna narración de lo sucedido con esta obra maestra del teatro español en sus primeros pasos por los escenarios contiene tantos detalles y matices como la aquí presentada. Como en el arte, por los detalles y por los matices se conoce la buena critica. Y aquí abundan.

Jesús Rubio Jiménez

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