Valle-Inclán y la emigración a América
o
la reescritura modernista de una realidad moderna

Elena Cueto Asín

Bowdoin College
(Brunswick, Maine, Estados Unidos)


 


    El contacto de Valle-Inclán con América ha sido y es continuamente examinado. Se estudia como fuente de inspiración reflejada en su obra en términos lingüísticos, temáticos y estéticos, y también se documenta la actividad intelectual realizada durante sus tres visitas. Casi todo el material en ese sentido corresponde a las dos estancias del escritor en México, entre marzo de1892 y abril 1893 y en el otoño de 1921, siendo sus paradas en Cuba durante ambos viajes y su gira de 1910 por varios países del Cono Sur sólo recientemente documentadas con detalle1.  A la investigación pionera de William L. Fitcher hay que sumar los trabajos que relacionan ambas estancias en México con la génesis de de la narrativa creada a partir de de ellas: las novelas Sonata de estío (1904) y Tirano Banderas (1926), así como los escritos publicados en prensa que componen los antetextos de la primera2. Desde los últimos años, se cuenta con un número más de artículos que atienden a la conexión entre estas novelas y el escenario latinoamericano, desde una perspectiva poscolonial que examina los temas de la otredad, el exotismo y la posición que refleja la voz narrativa respecto a España como ex metrópoli3.

    Teniendo en cuenta esta trayectoria bibliográfica, el presente trabajo explora otro contexto desde el que examinar la narrativa temprana del autor con relación a América; un contexto que aunque en buena medida poscolonial, se desarrolla algo al margen de la existencia de esas relaciones históricas previas. Me refiero al gran éxodo que, a partir de la mitad del siglo XIX transplanta a más de cuatro millones de españoles al nuevo continente. Tal investigación implica considerar, como punto de partida, las razones por las cuales la relación de Valle-Inclán con la gran inmigración sea típicamente pasada por alto. Éstas razones residen en el hecho de no ser el éxodo en sí un tema muy explorado desde ningún campo, ni directamente abordado por el autor, a pesar de la coincidencia clara, en términos biográficos, entre su experiencia personal y la de tantos otros españoles que se aventuran buscando fortuna en las antiguas colonias. El análisis que propongo observa esa coincidencia, apuntando al impacto de tal experiencia según se ve reflejada en la creación de Sonata de estío y la narrativa que conforma sus antetextos. Se trata de una interpretación que invita a ver la configuración del protagonista, escenarios y experiencias de la novela como re-escritura imaginativa de la vivencia emigrante. Con ella Valle-Inclán estaría participando en el discurso generado en torno al movimiento trasatlántico desde la literatura y el ensayo, aunque, en su carácter de ejercicio antinaturalista, su prosa resultaría más bien una respuesta lúdica al carácter crítico y pesimista con la que generalmente se afronta el fenómeno migratorio
    A pesar de constituir un hecho de gran magnitud histórica y social, la emigración española en América no recibe excesiva atención desde ningún campo de estudio hasta la década de los noventa. Entre las razones de tal negligencia, esgrimidas por aquéllos que abordan el tema desde el área de la Historia, está el de la dificultad en hallar números y datos con que apoyar impresiones de forma rigurosa sobre el fenómeno y los elementos que lo provocan. José Moya, de acuerdo con Nicolás Sánchez-Albornoz, añade a estas causas una falta tradicional de atractivo hacia la cuestión, al carecer ésta de los rasgos de lo excepcional o heroico que sí estimulan el interés por la conquista y la colonización, sin llegar a encajar enteramente en la categoría de contextos que piden ser rescatados por su carácter marginal o diferencial:

…the immigrants’ experiences, though intensely and intriguingly human, included no mythical conquest of empires, no brave and bloody battles. And if they lacked the mantle of masculine bravura and heroism that could have dazzle traditional and predominantly male historian, they also lacked the aura of “otherness” or subjugation that could have attracted more progressive Western scholars. (1)
    Tampoco en los estudios literarios merece demasiado interés como tema o contexto de fondo una experiencia de tanta importancia y tan ampliamente reflejada, por otro lado, en textos de todo género. Menos aun se ha explorado en autores como Valle-Inclán, que no parece ocuparse directamente del hecho de la emigración, a pesar de que de uno de sus puntos álgidos del éxodo coincida con los años iniciales de la carrera del escritor y con su propia primera estancia en América. Según señalan las cifras, es a partir de mediados de la década de 1880 cuando se registra un fuerte impulso de salidas desde puertos españoles, que se corona en 1889 y superándose una vez entrado el nuevo siglo. El periodo de máximo tráfico se produce, precisamente, a partir de 1904, año de publicación de la Sonatas de estío, hasta la Primera Guerra Mundial (Yañez Gallardo 118). El hecho es que cuando el autor sí se fija en la colonia española en América es a partir de los años veinte y de su segundo viaje a México, y lo hace para retratarla con tintes peyorativos. Entre la galería de tipos que componen el universo social de Tirano Banderas, se encuentra el «gachupín» avaro, egoísta y reaccionario, e igualmente interesado y ruin es el indiano de su «melodrama para marionetas», La cabeza del bautista, de 1924. Durante esa última visita, el escritor no repara en lanzar hacia sus compatriotas de allende los mares comentarios desfavorables, los cuales ocasionan tensiones de relaciones públicas tanto en México como en La Habana. Se trata de reacciones que contrastan con las que él mismo protagonizase durante su primera estancia, veintiocho años antes, por razones opuestas; por contestar con exaltado patriotismo a unos comentarios negativos hacia los representantes de su país. Parece ser que el 12 de mayo de 1892, tres semanas después de su llegada, publica el periódico El Tiempo una carta firmada con seudónimo que ataca a los españoles llamándoles, entre otros, «basura» que «España arroja continuamente sobre México» (Fitcher, Publicaciones periodísticas 30). Entre los que reaccionan está Ramón del Valle, nombre con el que entonces firma, que llega hasta la reacción del diario y reta a su director a duelo.
    Cabe preguntar qué es lo cambia durante casi tres décadas para que se haga tan despectiva la mirada hacia el español asentado en América. La respuesta no se halla solamente en la mayor y progresiva visibilidad social de éste entre la población de los países por los que Valle-Inclán pasa, sobre todo una vez iniciado el nuevo siglo. También se opera durante ese espacio de tiempo una evidente evolución en el autor, y no sólo en su perspectiva estético-literaria, pues su propia posición en tierras americanas difiere bastante de un viaje a otro. Tanto en 1910 como en 1921, se recibe allí al intelectual ya reconocido que ofrece una gira de conferencias y participa en las efemérides de los centenarios de la independencia de Argentina y Chile en el primer caso y México en el segundo. Resultan ser estos países junto a Uruguay y Cuba, donde también efectúa parada, principales recipientes de emigración española, y ello se explica en el hecho ser estas naciones las de mayor prosperidad, con capacidad de absorber de Europa lo mismo fuerza laboral que actividad cultural de primera clase4.  De carácter diferente es el primero de los viajes que efectúa el escritor, aún desconocido, para trabajar como periodista.

    A pesar de la documentación existente, el hecho de que Valle-Inclán se traslade al nuevo continente con fines laborales tiende a no enfatizarse o queda arrinconado por aquellas otras interpretaciones que él mismo se encarga de divulgar. A su vuelta e inmerso de nuevo en los círculos fineseculares de Madrid, Valle-Inclán convierte su primera estancia mejicana en un sin fin de fabulosos escenarios y avatares. Con ellos se edifica un extenso repertorio anecdótico que, junto al esteticismo exótico de sus narrativas, cristaliza una noción de su experiencia centroamericana en términos puramente de inspiración y desarrollo artístico. Además de pasarse por los cafés ataviado con poncho y sombrero, fabulando todo tipo de peripecias, el escritor esgrime una variada serie de razones para su partida: amorosas, de rebeldía familiar, o tan extravagantes como la de una irresistible atracción hacia lugar cuyo nombre se escribe con x. Estas explicaciones resultan definitivamente atractivas y coherentes con la idea del autor admirado por su originalidad. Se admiten a la par de otros aspectos de su vida difundidos por esa misma mitomanía que, según sus más recientes biógrafos, “surge en buena medida de la propia realidad de Valle y debe interpretarse como un deseo y esfuerzo de éste por sublimizarla, pues también la autoficción forma parte de su persona” (Alberca y González 13).
    Con los datos que evidencian una explicación más prosaica en relación a ese primer viaje, no se pretende, ni mucho menos, desmitificar a la gran figura, sino que, por el contrario, se revelan nuevos aspectos de esa infinita capacidad creadora que hace inextinguible el estudio crítico de su obra. En esa dirección resulta fundamental el trabajo reciente de José García-Velasco, que sitúa esa inicial aventura trasatlántica en claves de experiencia migratoria: «Valle-Inclán va a alumbrar su proyecto artístico, estrechamente relacionado con la condición de emigrante en la que ha podido reconocer mejor su mundo originario, reinterpretado a la luz deslumbradora de las preocupaciones de los escritores del fin de siglo» (69-70). Su elaboración no resulta incompatible con la idea de una relación artística que el escritor reitera tener con el país centroamericano como iniciador de su dedicación a las letras, y que se expresa en una entrevista concedida al diario mejicano El Universal el 19 de septiembre de 1921:

«--Hace veinticinco años—nos dice don Ramón—que estuve por primera vez en México. Y usted no sabe cuán grato a mi espíritu es regresar de nuevo a este país, en donde encontré mi propia libertad de vocación. Debo, pues, a México, indirectamente, mi carrera literaria…» (Dougherty, Valle-Inclán olvidado, 110)
    El hecho es que el joven que se embarca el 11 de marzo de 1892, con una carta de recomendación y aprovechando contactos familiares, encaja dentro del modelo característico de emigrante de la clase acomodada; algo diferente de aquél otro típicamente representado en huída de la sobrepoblación y el empobrecimiento del campo, lo que no quiere decir que no salga guiado por una similar ambición. Sabemos que, abandonados los estudios de leyes tras la muerte de su padre y quedando resentida la economía familiar, Valle-Inclán sigue el impulso de tantos otros jóvenes en busca de futuro más digno. Primero intenta la emigración interior, que le lleva a buscar suerte en Madrid, y luego decide probar suerte en América, frustrado con las estrechas oportunidades de la capital, tal y como sucede a otros modernistas desengañados de la vida bohemia. También sigue esa trayectoria Victor Rey, protagonista de su primera novela, La Cara de Dios, quien resuelve comenzar una nueva vida en Argentina tras años de vida disipada y criminal. Aunque no consta que Valle-Inclán participe de actividad delincuente en sus primeros años de Madrid, la primera presentación de Rey contiene rasgos que le identifican con el escritor o la imagen que gusta dar de sí mismo, pues le hace llegar de Santiago, con un pasado misterioso y asociado con la nobleza: «Era alto y delgado, casi flaco, de aspecto fatigado. Vestía con relativo esmero, pero sus ropas, muy raídas, revelaban haber pasado por todas las alternativas de la miseria disimulada» (96).
    Entre dichas «alternativas» el autor de esta novela ya cuenta con las pasadas en el otro continente, pues La Cara de Dios está escrita en 1900, a la vuelta ya de ese viaje tan fundamental para su carrera como infructuoso en otros aspectos. Y es que una vez desembarcado, el joven Valle-Inclán, soñador y aristocratizante, acepta su situación americana con ambigüedad, entre la necesidad real de trabajar y una postura altiva, desafiante y crítica, hacia la realidad que sustenta esa necesidad misma. El caso es que, recién llegado de España con cierta posición de privilegio, no consigue o quiere beneficiarse de su integración inmediata en órganos oficiosos de la colonia española. Sus colaboraciones como periodista en El Correo Español de la capital mejicana y La Crónica Mercantil de Veracruz no le aportan fama ni fortuna. Así, después de poco más de un año, vuelve de «hacer las Américas» habiendo hallado como único éxito uno que, lejos de poderse ostentar, se consolida a largo plazo como algo que García -Velasco califica de «providencial», pues supone la determinación de renunciar a la estabilidad de una profesión segura para abrazar la literatura como único modo de vida: «El joven emigrante, al tomar conciencia de su situación, y muy especialmente al rechazarla, descabalga de sus quimeras de triunfo y se vuelve hacia la creación literaria» (57). Ello significa la penuria, porque, a pesar del exhibicionismo con el que saca a relucir su año en América, Valle-Inclán no rentabiliza sus experiencias y se mantiene generalmente fuera de los circuitos comerciales. Ahora bien, su refugio en la literatura puede muy bien servir, entre otros fines artísticos, de recipiente en el que verter la conciencia de haber experimentado una emigración de trayectoria algo opuesta a la prototípica: partiendo como hidalgo venido a menos y volviendo asumiendo la pobreza.

    En ese estado de conciencia, al aspirante a literato profesional no puede pasar inadvertido el discurso mayoritariamente negativo que durante más de medio siglo se propaga en relación al imparable éxodo hacia América, sobre todo desde las provincias del norte, donde la salida es más numerosa. Como describe Sánchez- Albornoz, esta salida se resiente en el orgullo nacional, al considerarse «un signo más de decadencia del país» que «revela la anemia de un pueblo incapaz de retener y ofrecer medios de subsistencia a sus habitantes, igual que había sido incapaz de conservar sus colonias» (92-93). En el ámbito de las letras, como en el de la economía y otros campos, la reacción general ante las consecuencias del traslado masivo es de condena y consternación. La línea de condena acusa al emigrante de antipatriota y mercantilista, mientras que la de de preocupación se hace eco de un problema que requiere auxilio y que apunta a los casos de clandestinidad, al potencial abuso y la desintegración social y familiar (Sánchez-Albornoz 73-74).  Desde la literatura, personalidades de diversas tendencias como Manuel Curros Enríquez, Rosalía de Castro, Antonio de Trueba, José María de Pereda, Clarín o Emilia Pardo Bazán, coinciden en llenar sus páginas de visiones de miseria física y moral provocadas por la ambición engañosa, el abandono y el desarraigo, siendo en ellas el sujeto emigrante la víctima o el directamente acusado5.

    Valle-Inclán, como otros intelectuales de su más joven generación, no participa de tan extendida polémica, aparentemente ocupado en la búsqueda de medios expresivos que lo distancien del modo realista. Esa separación de estilo y presupuesto no tiene, sin embargo, porque incluir un total desinterés por el contexto migratorio que tan concienzudamente ocupa a los que lo ven como una calamidad. El autor modernista tiene en su mano los recursos para contribuir o contestar a ese discurso con un lenguaje alternativo que a su vez ofrezca la oportunidad de reinventar su experiencia ultramarina. Los recursos son, por un lado, los de orden estilístico de enfrentamiento al positivismo y, por otro, la vivencia personal. Porque la nueva literatura se descubre, precisamente, en esa capacidad mágica de reescribir la realidad; en este caso la trayectoria de un expatriado. En esta reescritura, el punto de partida será la búsqueda de una motivación del viaje que sustituya a las razones prácticas y premeditadas, es decir, a la altura poética de las que sabemos que discurría en el exhibicionismo de su vida real. En sus primeros párrafos de Sonata de estío expone:

Decidido a correr tierras, al principio dudé sin saber a donde dirigir mis pasos: Después, dejándome llevar por un impulso romántico, fui a México. Yo sentía levantarse en mi alma, como un canto homérico, la tradición aventurera de todo mi linaje. (389)
    Atendiendo a los antetextos que existen de la novela, hay que reconocer que la reescritura comienza a llevarse a cabo ya antes de que Valle-Inclán regrese de América, pues el fragmento Bajo los trópicos (Recuerdos de Méjico) se publica en 1892, en el diario mejicano El Universal. Se reconoce este fragmento como un boceto para La Niña Chole, cuento de 1893 que se integra en la colección Femeninas en 1895. Otros dos fragmentos bajo el título Tierra Caliente, aparecidos ya en Madrid en 1889 y 1901 vuelven a recrear el ambiente mejicano6.  En diciembre de 1903, semanas antes de aparecer impresa Sonata de estío, el autor publica una autobiografía fantástica en la revista Alma Española con un pasaje dedicado al viaje a Méjico que presenta grandes paralelismos con este fragmento citado arriba y otros en la novela, lo cual viene a apoyar la idea fija por parte del autor de asimilar sus vivencias en una versión de ficción.

    En dicha asimilación, el protagonista del periplo está igualmente sujeto a una transformación. En la novela, la primera persona corresponde a un Marqués de Bradomín «feo, católico y sentimental» (326). El relato autobiográfico presenta a un supuesto sobrino de éste, igualmente ficticio, que en La Niña Chole se llamaba Andrés Hidalgo7.  Si cabe interpretar la identificación de Valle-Inclán, irónica o no, con su famoso personaje, lo que resulta pertinente proponer aquí es dicha identificación en la creación de ese personaje como inversión del prototipo emigrante en cualquier categoría social. Como el autor mismo y un gran porcentaje de ese colectivo, Bradomín es gallego, pero, al contrario que su prototipo, resulta ser un aristócrata decadente. Se trata de un noble que cruza el mar huyendo de adversidades políticas y amorosas que nada tienen que ver con limitaciones en lo material; que no busca fundar sino recuperar una hacienda; que se perfila ambicioso de fortuna erótica más que de cualquier otro tipo8.  A esta conjuración inversa se añade el hecho de que el marqués se defina  «como un aventurero de otros tiempos», lo que supone un doble e intencionado anacronismo, pues la aventura se lleva a cabo en 1872, tres décadas antes de la composición del texto (389). Dicha elección de fecha puede muy bien obedecer a un deseo de enmarcar la acción en un tiempo más cercano a la presencia colonial, como apunta José Luis Varela en su análisis de la intención anacrónica de la novela (276). Ahora bien, también corresponde la fecha a un periodo que inmediatamente precede al inicio de mayor movimiento humano entre los continentes, cuando el fenómeno migratorio, aunque identificado ya como tal, no ha adquirido todavía las proporciones masivas.  En cualquier caso, no se discute que el anacronismo modernista de Valle-Inclán obedezca a una voluntad de rechazar el presente. Pero, ¿no es ese presente otro que el de la modernidad inexorable de la cual la emigración se considera parte y aún consecuencia?

    En este punto, conviene reconocer la tesis de los estudiosos de la inmigración, que coinciden en vincular su evolución a elementos de la revolución moderna, como la progresión del liberalismo o las diferentes tecnologías de comunicación y transporte. Propone Moya que el ansia de dejar la propia tierra por otra no se debe tanto a la falta de desarrollo de algunas áreas como a la conciencia de la existencia y el contacto con ese desarrollo y a las posibilidades reales de alcanzar sus beneficios (44). Si añadido a esa atracción por la posibilidad de cambios, entendemos, como Blanca Sánchez Alonso, que el factor del empobrecimiento del campesinado tiene sus raíces en los modernos procesos de desamortización de la tierra y su privatización como ruptura económica del antiguo régimen, no es difícil entender que Valle-Inclán, en su veta más aguda de nostalgia tradicionalista, sienta el más profundo rechazo por el fenómeno de salida (41).

    En efecto, el desprecio por el progreso como maquinaria capitalista del que la emigración participa como causa y efecto acerca a Valle-Inclán a los intelectuales que en España lamentan el éxodo masivo. Sin embargo, su orientación estética, unida a la conciencia de haber participado personalmente del fenómeno en alguna medida, le impide construir una narrativa de propaganda negativa o de trágica resolución como la que publican aquéllos. Su rechazo se traduce en ejercicio literario que va a ser tachado, primero, de evasivo y preciosista por aquéllos que, en su tiempo y décadas después, abogan por una literatura más comprometida y, segundo, de irónico o imperialista por los que, cien años más tarde, ven en la novela el discurso poscolonial9.  Observar la mirada oblicua hacia la emigración como comentario indirecto a esa realidad moderna, nos remite a la idea de José María Maraval, hoy ampliamente aceptada, respecto a un Valle-Inclán que en todo momento «conscientemente asume una actitud ante la sociedad»; un autor que muestra disconformidad ante el mercantilismo a través del escape imaginativo y no necesariamente, como hará más tarde, con un enfrentamiento directo (226).

    Hoy queda más que superado el concepto del modernismo hispánico como movimiento meramente esteticista, al tiempo que se asiste a un progresivo esfuerzo por situarlo en relación a la idea de modernidad, en una conexión paralela a la que se describe en otras tradiciones como la anglosajona.  Luis Iglesias Feijoo se encuentra entre los que no dudan en localizar a Valle-Inclán en el punto clave para entender esa conexión, propuesta frecuentemente como ángulo desde el que rescatarlo de su aislamiento con respecto al ámbito internacional. Según este crítico, es a través de la lucidez del gallego cómo se debe entender la relación entre modernismo y modernidad en España, descubriendo en el primero una «manifestación inicial en las letras españolas del espíritu moderno» (42). Cabe decir que el autor de Sonata de estío, en una prosa exultante de anacronismo estético, comenta una realidad presente, confirmando la idea de Art Berman de que el modernismo, en términos globales, forma parte de la modernidad occidental, incluso precediéndola, en cuanto a su propiedad de rechazar anticipadamente el impacto del progreso a todos los niveles (5).

    Después de elaborar las causas de la partida, la reescritura valleinclaniana de la experiencia emigrante como relato de viajes novelesco se concentra  en dos aspectos que resultan ser comunes a la vivencia de cualquier expatriado, independientemente de cuales sean sus razones o condicionantes: el trayecto y el encuentro con el nuevo territorio. La realidad anterior al embarque deviene memoria destinada a luchar por no desvanecerse en la conciencia del que se sabe iniciando una nueva etapa de la vida: «Cierto que viajaba por olvidar, pero hallaba tan novelescas mis cuitas que no me resolvía a ponerlas en olvido» (390). Este aspecto coloca ya de entrada a Sonata de estío en una perspectiva opuesta a la que mantienen la mayoría de aquellos escritores que abordan el fenómeno migratorio sin dejar la orilla europea, cuyas historias se localizan siempre en España, con personajes que anticipan la partida, sufren la ausencia o bien están de regreso. En ellas América es lo reducido a la calidad de lo imaginado o recordado. Los protagonistas de A las Indias de Pereda y  Las medias rojas de Pardo Bazán, por poner unos ejemplos, se preparan a marchar ante las promesas de una vida mejor que la del duro trabajo de la aldea. También la voz poética de los poemas de Rosalía Para Habana me vou o Adiós ríos, adios fontes, anticipa la partida con ímpetu o tristeza. Un número de relatos, como Boroña de Clarín y casi todos los de Trueba o Pardo Bazán, presentan al indiano de vuelta, rico, pero enfermo y desarraigado.

    El acto físico de emigrar se consuma en el viaje, como primer paso de alejamiento e inicio de nuevas realidades y contactos. A parte de la ensoñación con lo dejado atrás, lo que Bradomín registra de su travesía por el Atlántico es el disgusto que le causa la presencia numerosa de comerciantes anglosajones a bordo de la fragata inglesa que le transporta: «herejes y mercaderes.»(390) Estos, que en La niña Chole se denominan «yanquis» (50), no pueden ser más clara representación del desarrollo, vinculado al protestantismo y la cultura capitalista, que el escritor encuentra en ya en marcha en el México de 1892. Cuando, nostálgico del mundo clásico y del colonialismo, el aristócrata dice querer perderse «en la vastedad del viejo Imperio Azteca», lo que desea hacer es desconectarse de esa realidad que hace de Latinoamérica un territorio de progreso y atracción para una masa emigrante (392). Y con ésta tanto o más tiene que ver él mismo y sus conciudadanos que la «raza sajona» o «taifa de usureros yanquis» (391; 50).
    También cabe leer los insultos y desprecios de Bradomín hacia el anglosajón compañero de viaje como manifestación de cierta frustración o despecho ante el hecho de no compartir su situación de creciente influencia frente al territorio de destino, y no sólo al nivel comercial. No hay que olvidar que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el británico y el norteamericano representan una hegemonía alrededor del globo que personifica, además del comerciante, el viajero ocioso, sin constricciones y dedicado a interpretar territorios ajenos. En este caso, sería este anglosajón el destinado a interpretar el territorio poscolonial español, que ya explota con sus industrias. Una lectura de semejante apropiación la ofrece el personaje de Niña Chole, objeto erótico exótico que personifica, a su vez, el territorio de conquista. Ésta coquetea en el cuento que lleva su nombre «con un señorón yanqui con cuello de toro y grandes barbazas rojas, barbas de banquero, que caían llenas de gravedad sobre los brillantes de la pechera» (62). El esposo de la criolla también corresponde al modelo físico anglosajón: «peinábase como el príncipe de Gales, y no usaba barba ni bigote: tenía los ojos de un azul descolorido y neutro» (61). En la novela ese marido pasa a ser el bravo y pasional general Diego Bermúdez, de indudable origen español.

    Un dato anecdótico en su biografía nos hace saber que Valle-Inclán sólo puede permitirse un billete de tercera clase para aquél su primer viaje a México pero que, gracias a la mediación del consignatario de la compañía del puerto de Marín, accede a un camarote de primera  y así consigue «llevar a bordo una vida independiente, con un espacio propio para la reflexión y la escritura» (García-Velasco 39). El dato ilustra cómo el estatus social del escritor y las relaciones de su familia contribuyen a esconder una condición realmente menos privilegiada. Invita igualmente a imaginar a un Valle-Inclán con ansias y oportunidad, hasta cierto punto, de equipararse a esa otra clase de viajeros igualmente característica del escenario finesecular que, ociosa y con renta, escapa de la trivilidad y tedio de la sociedad industrial para perseguir la aventura en paisajes desconocidos. La voz narradora de Bajo los Trópicos prefiere definirse como «obscuro aventurero sin paz y sin hogar, siguiendo los impulsos de una vida desconsolada y errante» (165). Se sitúa en la posición privilegiada del que observa antes de actuar, sin urgencia ni necesidad por desembarcar en el puerto de destino: «prefiero pasar esta última noche a bordo, y permanezco escribiendo sin moverme de la toldilla» (170).

    A pesar de esa posible aspiración y de la educación y estrato social que distingue al tipo de emigrante acomodado del aldeano y humilde, Valle-Inclán tampoco pertenece exactamente al tipo de explorador que viaja con el único propósito de llenar sus ojos de novedad. Menos frecuente en España que en Inglaterra o Francia, este tipo de turista culto transforma su experiencia en literatura o simplemente la recoge en diarios o reportajes para la prensa  ilustrada, cuya divulgación de imágenes de mundos lejanos pasa también a acompañar carteles de iniciativa comercial y de espectáculos. No puede negarse, sin embargo, que Sonata de estío participe de algún modo de esa práctica. Dougherty examina la novela como relato de viaje, en la estela de los de de Pierre Loti, donde lo que de otra manera sería un «travelogue» de tipos y lugares se transforma en ficción sentimental y erótica con la finalidad de, y esto resulta esencial aquí, «protestar la pérdida de valores debida a una modernidad cada vez más violenta y vulgar» (Palimpestos 49). Es una protesta que se hace a través de la ironía, en lo que Virginia Gibbs llama «creación de un mundo kitsch» a partir de la utilización de aquellos materiales narrativos y gráficos de amplísima divulgación, a cuya asociación apuntan también los estudios encargados del tratamiento exótico de la novela (44). Lo cierto es que esa América exótica que presenta Valle-Inclán tiene más que ver con la de los relatos de exploración y la visión popularizada que impregna las áreas de consumo que con el destino de ambición quimérica e inclementes penalidades que promulga la narrativa realista.

    En el contacto inicial con la nueva realidad, el escritor modernista dirige la mirada de sus lectores hacia aquella porción del territorio que aún mantiene la ilusión de no haber sido tocada por la mano del progreso industrial, lo cual resulta difícil de evitar y obliga simplemente a un revestimiento. Éste opera una evolución desde La Niña Chole a Sonata de estío. Progreso se llama, precisamente, el nombre del puerto yucateco que Valle-Inclán conoce en 1892 y en el que desembarca el protagonista del cuento. En la novela se convierte, mediante un «proceso de idealización» estudiado por Fitcher, en la primera escala de Bradomín, con el nombre, «mitad de santo, mitad de indígena», de San Juan de Tuxlán (532). Allí descabalga luego el aristócrata en una de sus solitarias calles, que en el Progreso del cuento resultan ser los andenes de una ruidosa estación de ferrocarril: «La locomotora silba, ruge, jadea, retrocede. Por las válvulas abiertas escápase la vida del monstruo, con estertor entrecortado y asmático» (56). La verdadera impresión que el escritor recibiese a su llegada a ese puerto, donde la exuberancia salvaje y tradicional se sometía a la tecnología, probablemente mereciese una opinión algo más en la línea de la que expondría en El Debate, en diciembre de 1910, sobre Buenos Aires, el entonces más próspero puerto del continente: «Muy aburrido, sobre todo. Es una población fenicia, entregada al comercio, sin tradición, sin costumbres peculiares. Una mundana de París con ojos de piel roja» (Dougherty, Un Valle-Inclán olvidado 21)10.  Hay que anotar que, más adelante, en la entrevista para El Universal durante su estancia mejicana de 1921, el autor ya se enfrenta a esa realidad de desarrollo con mayor actitud de aceptación: «Las necesidades de explotar sus inmensas riquezas, de producir, en fin, ha hecho el milagro de que la agricultura se haya intensificado y de que las industrias sean actualmente numerosas» (Dougherty, Un Valle-Inclán olvidado110). Aunque termina esa misma declaración diciendo: «El cambio que yo noto en México, y del cual me congratulo, es en el orden del espíritu» (Dougherty, Un Valle-Inclán olvidado 110).

     Los componentes de inventiva y exageración de Sonata de estío en relación a paisajes y tipos, intuidos ya pero sujetos a mayor realidad en sus antetextos, proporcionan a su escenario la calidad de lugar singular y repleto de alicientes. Se interpretan tales alicientes, junto con los deliberados anacronismos, como libertades estéticas del hacer modernista, donde la realidad es sacrificada siempre a la capacidad imaginativa. Continuando la tesis expuesta hasta ahora, también cabe interpretarlos en su función de proveer al destino americano de atractivos que resulten alternativos o no se correspondan necesariamente con aquéllos de riqueza y oportunidad laboral, que supuestamente atraen a la masa emigrante; es decir, que presenten una verdadera atracción fuera de la ya anunciada en la sórdida y materialista mentalidad de ambición. Con tal alteración el autor no está evitando totalmente la realidad que ofrece el nuevo territorio para la mayoría que se traslada allí con expectativas de prosperidad. A través de la visión colorista y extraordinaria, se hace eco de un elemento fundamental del fenómeno migratorio: el de la porción de fantasía generada y cultivada por un imaginario emigrante que, desde los tiempos de la conquista, absorbe siglos de narrativas que hablan de ciudades pavimentadas con oro, prodigios y riquezas al alcance de la mano; mitos, en suma, que superan cualquier expectativa realista de prosperidad alcanzable.

    Conviene tener en cuenta que el relato de exploración hecha ficción, bien que popularizado en la sociedad burguesa a raíz del desarrollo del viaje, no es un producto literario o cultural nuevo. Deriva de una literatura cuya inspiración en el periodo romántico se remonta a la narrativa fantástica de la Edad Media y a otra posterior, estimulada por las crónicas de la conquista y la colonización desde los siglos en que éstas se llevan a cabo (Litvak 146). A esta literatura se refieren el narrador de Bajo los Trópicos y Bradomín en la Sonata de estío, obedeciendo probablemente a la memoria del propio autor:

Recordé lecturas casi olvidadas que, de niño aun me habían hecho soñar con aquella tierra hija del sol: Narraciones medio históricas, medio novelescas, en que siempre se dibujan hombres de tez cobriza, tristes y silenciosos como cumple a los héroes vencidos, y selvas vírgenes pobladas de pájaros brillantes y mujeres como la Niña Chole, ardientes y morenas…(395)
    La imaginería y el mito alcanzan y estimulan igualmente la fantasía de un sector que no necesariamente tiene acceso a una literatura, pero alimenta las ilusiones a través de lo que Sánchez Alonso estudia como «cadena migratoria»: «mecanismo mediante el cual futuros emigrantes toman conciencia de las oportunidades por medio de relaciones sociales y personales, cartas, etc…» y que, como acceso a información, a menudo exagerada por la presión de demostrar éxito, resulta elemento clave para explicar la persistencia de la emigración en algunas regiones (50). Recordemos, por ejemplo, la idea de partir de la joven aldeana protagonista de Las medias rojas, «hacia lo desconocido de lejanos países donde el oro rueda por las calles y no hay sino bajarse para cogerlo» (1475).

    Las líneas de la cita a continuación aparecen tanto en La Niña Chole como en Sonata de estío y corresponden al primer contacto del protagonista con su puerto de destino, podemos localizar en las imágenes y el léxico elegido una alusión clara al deslumbramiento del brillo, el color y la consistencia de los metales; elección de vocabulario que, en su función de sinestesia propia del estilo con que la narrativa está elaborada, remite a la evocación de riqueza y abundancia extraordinarias, reconocible en los discursos y mitos a los que acabamos de referir:

Recuerdo que era media mañana cuando, bajo un sol abrasador que resecaba las maderas y derretía la brea, dimos fondo en aquellas aguas de bruñida plata. Los barqueros indios, verdosos como antiguos bronces, asaltan la fragata por ambos costados, y del fondo de sus canoas sacan exóticas mercancías: Cocos esculpidos, abanicos de palma y bastones de carey, que muestran sonriendo como mendigos a los pasajeros que se apoyan sobre la borda. (392)
La imaginación colectiva y el mito, lejos de detenerse en lo anecdótico, se sitúa en el centro del fenómeno de la emigración, formando parte de él en términos totales. Para el escritor modernista puede constituir el único aspecto de tal fenómeno que tenga valor, pues es un valor estético, vinculado a lo legendario y a aquella tradición oral que se mantiene independiente o al margen del mercantilismo que sustenta  la realización de la experiencia migratoria misma. Como en 1916 publica en su manifiesto poético, La lámpara maravillosa, el poeta sólo llega a alcanzar la belleza y la sabiduría cuando las reconoce en la estética y el conocimiento arcaico de las voces populares: «las voces de cien generaciones»; «acciones contempladas por una conciencia difusa, milagrera y campesina, la conciencia de un karma» (1965).  Ese componente folklórico que identifica y aprecia como valor en peligro en medio de la moderna experiencia, quizá sea también el único que el viajero Valle-Inclán está dispuesto a reconocer como vivido en calidad de emigrante.

Elena Cueto Asín


 



OBRAS CITADAS

- Alberca, Manuel y Cristóbal González. Valle-Inclán. La fiebre del estilo. Madrid: Espasa Biografías, 2002.
- Dougherty, Dru. Palimpsestos al cubo: prácticas discursivas de Valle-Inclán. Madrid: Fundamentos, 2003.
- ____________, Un Valle-Inclán olvidado: entrevistas y conferencias. Madrid: Fundamentos, 1982.
- Fitcher, William L. «Sobre la génesis de la Sonata de estío», Nueva revista de Filología Hispánica, 7 (1953): 526-535.
- García-Velasco, José. «Valle-Inclán en su camino a Damasco. El primer viaje a México», Valle-Inclán (1898-1998): Escenarios. Eds Margarita Santos Zas, Luis Iglesias Feijoo, Javier Serrano Alonso y Amparo de Juan Balufer. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela, 2000. 29-72.
- Gibbs, Virginia. Las Sonatas de Valle-Inclán: Kitsch, sexualidad, satanismo, historia. Madrid: Pliegos, 1991.
- Litvak, Lity, El sendero del tigre. Exotismo en la literatura española de finales del siglo XIX (1880-1913). Madrid: Taurus, 1986.
- Maraval, José Antonio. «La imagen de la sociedad arcaica en Valle-Inclán», Revista de Occidente, 44-45 (1966): 255-257.
- Moya, José C. Cousins and Strangers. Spanish Inmigrants in Buenos Aires, 1850-1930. Berkeley, Los Angeles, London: University of California Press, 1998.
- Ortega y Gasset, José. «Sentido del preciosismo (Sonata de Estío)», Ramón del Valle-Inclán. An Appraisal of his Life and Works. Ed Anthony N. Zahareas, New York: Las Américas, 1968. 48-56
- Pardo Bazán, Emilia. Obras completas II. Madrid: Aguilar, 1956
- Sánchez-Albornoz, Nicolás. Españoles hacia América. La emigración en masa (1880-1930). Madrid: Alianza Editorial, 1995.
- Sánchez Alonso, Blanca. Las causas de la emigración española (1880-1930). Madrid: Alianza editorial, 1995.
- Valle-Inclán, Ramón del. Obras completas. Madrid: Espasa Calpe, 2002.
- ____________, Publicaciones periodísticas de Don Ramón del Valle-Inclán anteriores a 1895. Ed William Fitcher. México: Colegio de México, 1952.
- Varela, José Luis. «El anacronismo deliberado de Bradomín», Valle-Inclán y el fin de siglo. Eds. Luis Iglesias Feijoo, Margarita Santos Zas, Javier Serrano Alonso, Amparo de Juan Balufer. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela, 1997. 265-278.
- Yañez Gallardo, César. La emigración española a América (siglos XIX y XX). Dimensión y características cuantitativas. Colombres: Fundación Archivo de Indianos, 1994.
- Zamora Vicente, Alonso. Las Sonatas de Valle-Inclán. Madrid: Gredos, 1966.
 

NOTAS


1 Ver: Virginia Milner Garlitz, «Valle-Inclán y la gira de América de 1910», Valle-Inclán (1898-1998): Escenarios. Eds Margarita santos Zas, Luis Iglesias Feijoo, Javier Serrano Alonso y Amparo de Juan Balufer. Universidad de Santiago de Compostela, 2000. p. 91-122. Margarita Santos Zas, «Valle-Inclán y la prensa cubana: el viaje a la Habana de 1921», Anales de la Literatura Española Contemporánea: Anuario Valle-Inclán. Vol. 26.3 (2001): 219-252.

2 Ver: Dru Dougherty, «El segundo viaje a México de Valle-Inclán: una embajada cultural olvidada», Cuadernos Americanos, 38.2 (1979): 137-176. y  Guía para caminantes en Santa Fe de Tierra Firme: estudio sistemático de "Tirano Banderas". Valencia: Pre-Textos, 1999.  Nicolás Fernández Medina, «El jóven Valle-Inclán en Méjico (1892-1893)», El pasajero. Revista de estudios sobre Ramón del Valle-Inclán. < http://www elpasajero.com> 19,2004.  Obdulia Guerrero Bueno, América en Valle-Inclán. Madrid: Alvar, 1984. Luis Mario Schneider, Todo Valle-Inclán en México. México: UNAM, 1992 y «La segunda estancia de Valle-Inclán en México (1921)» Valle-Inclán (1898-1998): Escenarios. Eds Margarita Santos Zas, Luis Iglesias Feijoo, Javier Serrano Alonso y Amparo de Juan Balufer. Universidad de Santiago de Compostela, 2000.p. 123-144.  Joseph Silverman, «En torno a las fuentes de Tirano banderas», Ramón del Valle-Inclán. An Appraisal of his Life and Works. Ed Anthony N. Zahareas, New York: Las Américas, 1968.p. 711-722.  Emma Susana Speratti-Piñero, «Valle-Inclán y México», Ramón del Valle-Inclán. An Appraisal of his Life and Works. Ed Anthony N. Zahareas, New York: Las Américas, 1968.p. 699-709.

3  Ver: Dru Dougherty, «Anticolonialismo, ‘Arte de avanzada’ y Tirano Banderas de Valle-Inclán»,  Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, XXIV, 48 (1998): 39-47 y «Tirano Banderas, novela transcultural», Valle-Inclán (1898-1998): Escenarios. Eds Margarira Santos Zas, Luis Iglesias Feijoo, Javier Serrano Alonso y Amparo de Juan Balufer. Universidad de Santiago de Compostela, 2000. p. 145-158.  Eliane Lavaud-Fage, «Sonatas y viajes: la Sonata de estío y la otredad», Valle-Inclán (1898-1998): Escenarios. Eds Margarita santos Zas, Luis Iglesias Feijoo, Javier Serrano Alonso y Amparo de Juan Balufer. Universidad de Santiago de Compostela, 2000.p. 73-90. Robert C. Spires, «Poscolonial discurses in Sonata de estío», Anales de la Literatura EspañolContemporánea: Anuario Valle-Inclán. Vol.26.3 (2001): 59-73. Jesús Torrecilla, «Exotismo y nacionalismo en la Sonata de estío», Hispanic Review 66 (1998): 35-56.

4  Valle-Inclán inicia la gira por Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, acompañando en principio su mujer, Josefina Blanco, que trabaja como actriz en la compañía de teatro de Francisco García Ortega, y luego en la Guerrero y Díaz de Mendoza. En la primera Valle-Inclán participa como director artístico.

5 Entre los títulos más representativos escritos en castellano con temática de la emigración se encuentran los cuentos de Antonio de Trueba como Los indianos (1853), La resurrección del alma (1862) y Desde la patria al cielo (1862); De José María de Pereda, Oros son triunfos (1876) y A las Indias (1877); Poemas de la colección Follas Novas (1880) de Rosalía de Castro; Tormento (1882) de Benito Pérez Galdós; Boroña (1896) de Clarín; cuentos de Emilia Pardo Bazán como El tetrarca de aldea (1892), Saletita (1898), El vidrio roto (1907), Contratreta (1912) y Las medias rojas (1914). Otros títulos escritos y publicados ya en el nuevo siglo son Luz de luna de Wenceslao Fernández -Flórez (1915) y El tacaño Salomón (1916) también de Pérez Galdós. José Moya menciona al menos una docena de libros con el título El problema de la emigración aparecidos entre 1888 y 1915 (432).

6  Estos fragmentos se publican en La Vida Literaria del 18 de marzo de 1899 y en Los Lunes del Imparcial del 18 de marzo de 1901.

7   Ver: Juan Antonio Hormigón. Valle-Inclán: Cronología. Escritos dispersos. Epistolario. Madrid: Fundación Banco Exterior, 1987.

8   Se estima que algo más de un tercio del conjunto de españoles emigrados a América durante el periodo entre 1880 y 1930 es originario de Galicia. Esas cifras contrastan enormemente con la escasa participación de gallegos en las tareas de conquista y colonización. Ver: María Xosé Rodríguez Galdo, Galicia, país de emigración. Colombres: Fundación Archivo de Indianos, 1993.

9 Entre los primeros está la conocida reseña de José Ortega y Gasset de 1904, donde se encomienda al escritor modernista a que escriba de cosas más «humanas, harto humanas» (56). Más tarde, en el primer estudio dedicado en exclusiva a las Sonatas, Alonso Zamora Vicente, lamenta «la ausencia del dolor de España» en sus textos (68).

10 Entre los escritores, artistas y dramaturgos con los que Valle-Inclán coincide durante esa gira de 1910, se encuentra Santiago Rusiñol, el cual a su vuelta publica la memoria de viajes Del Born al Plata (1910) y los dramas El daltabaix (1910) y El despatriat (1911), traducido al castellano como El indiano. En todas estas obras el emigrante, con quien el escritor entra en directo contacto durante su viaje, figura como tema principal.
 
 

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                                                                                                                                                                                               El Pasajero, otoño 2004