Del teatro comercial al estreno de Las galas del difunto (1936): perfil de los actores Teodora Moreno y Joaquín Puyol 1 

                                                                                                                                        Mª Carme Alerm Viloca

                                                                                                                                                                               (T.I.V.-U.A.B.)

                                                           

Teodora Moreno en la revista Nuevo Mundo 1914Como es sabido, tras la ruptura con la compañía de María Guerrero-Fernando Mendoza en junio de 1912 y el frustrado estreno de El Embrujado al año siguiente, Valle-Inclán se alejó de los cauces escénicos convencionales. Ya en una carta del 12 de noviembre de 1913 al empresario teatral Barinaga admitía la inviabilidad comercial de su teatro,

[…] pues nadie mejor que yo, sabe que no son obras de público, y mucho menos de público de provincias. Son obras para una noche en Madrid, y gracias. No digo esto por modestia, todo lo contrario: Ya llegará nuestro día, pero por ahora aún no alborea [Hormigón, 2006: III, 168].

Pero ese día se resistía demasiado a alborear, hasta el punto de que en 1918 confesaba al periodista Pármeno (José López Pinillos) que su paso por las tablas le había hecho padecer de tal modo que, como «pájaro alicortado», prefería dedicarse al «trabajo de dialogar y de acotar artísticamente», lejos de los entresijos de la farándula al uso [«Vidas truncadas. La vocación de Valle-Inclán», Heraldo de Madrid, 15-III-1918; apud Dougherty, 1983: 97]. Atrás quedaba una intensa etapa iniciada en 1898, en la que sus tempranas aspiraciones de actor se diluyeron en una carrera dramática jalonada por siete estrenos de desigual fortuna y por una activa participación en diversas iniciativas de renovación escénica, como el Teatro Artístico (1899), el Teatro de Arte (1908-1911) y el Teatro de los Niños (1909-1910). En 1915, Margarita Xirgu llevó a las tablas en Barcelona El yermo de las almas sin el consentimiento del autor [Sánchez Colomer: 55-66] y aun cuando en julio de 1919 parecía dispuesto a que la compañía de Martínez Sierra y su «Teatro de Arte» representara en el Eslava la Farsa de la enamorada del rey, el proyecto no llegó a cuajar [Alerm: 37-51].

    En 1928, cuando Federico Navas le requería su opinión sobre la «crisis teatral»‒ un tema muy debatido por los críticos más lúcidos del momento [Dougherty, 1984]‒, Valle no solo mostró un total desinterés por el asunto sino que fingió olvidar, con agria displicencia, su pasada experiencia en la escena comercial:

- ¿Yo? Habrán sido mis amigos. Todos, menos yo. Yo no soy autor, abastecedor de esos teatros; que usted dice existen: yo no soy un empresario; yo no soy ni actor ni espectador […].

¡Ah! Sí. Ahora recuerdo que en ya muy lejanos días estrené… Mas de mi aprecio profesional a aquel estreno le diré el detalle de que cuando la obra se editó yo no puse, yo no hice ni la más leve mención de que aquella obra de lectura había sido teatro, se había representado en las tablas escénicas.» [«No dice nada D. Ramón del Valle-Inclán», Las esfinges de Talía o encuesta sobre la crisis del teatro, Imprenta del Real Monasterio de El Escorial, 1928; apud D. Dougherty, 1983: 169].

Con todo, la participación en teatros experimentales, como el Teatro de la Escuela Nueva, promovido por Rivas Cherif (1921), «El Mirlo Blanco» de los Baroja (1926) y la puesta en marcha de «El Cántaro Roto» (1927) por el propio Valle acreditan su profundo convencimiento de que la renovación de la escenografía (escenarios giratorios, plasticidad) y la superación de las convenciones del teatro imperante (exigencias de los empresarios, funcionamiento de las compañías, anquilosamiento ideológico…) harían posible que su dramaturgia más audaz accediera a las tablas. [Aznar Soler, 1994: 19-22; Santos Zas, 2017: XI-CLXXIII; Santos Zas, 2018: XVII-CCLVI].

    Y es que, por mucho que en noviembre de 1930 reclamara con sarcasmo el «trato de autor difunto»2 , cuatro meses antes había asegurado en una entrevista con Ángel Lázaro que su teatro era «plenamente representable» y lo que es más importante: el actor español, dotado del «sentido de lo popular, de lo desgarrado» y habituado al «tipo callejero» o «al tipo rural», estaba perfectamente capacitado para ello. Ahora bien, tal como apostilla el entrevistador, «si no conocen la obra teatral de Valle-Inclán nuestros actores, ¿será de ellos toda la culpa? ¿Se les señala esa producción, se les impone debidamente? Creemos que no» [Ángel Lázaro, «Palabras del Maestro: Nos habla de estética teatral don Ramón del Valle-Inclán», Crónica, II, 35 (13-VII-1930), p. 9; apud A. de Juan, 2011: 172/698-173-699]3.

    Ignoramos en qué medida Teodora Moreno y Joaquín Puyol conocían el teatro de Valle-Inclán; pero, en virtud de la información disponible, esta fue la única obra del dramaturgo gallego que interpretaron a lo largo de su carrera artística, pues ambos transitaron siempre por los circuitos que tanto denostaba el autor de Comedias bárbaras, del Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte y de los esperpentos. Y, sin embargo, ocho meses después de la muerte de Valle les cupo el honor de encabezar la primera compañía comercial que puso en escena Las galas del difunto, y, al parecer, con una buena acogida por parte del público4. Teodora
                  MorenoBien es verdad que las circunstancias del estreno eran de todo punto excepcionales: la compañía, de gira por provincias, se vio sorprendida por la insurrección franquista y tuvo que adaptarse a los imperativos del Santander republicano –y revolucionario‒ de los primeros meses de la guerra: afiliación obligada al Sindicato de Espectáculos y colaboración con el recién creado «Teatro del Pueblo». Además, durante su estancia en la ciudad cántabra la mayoría de las obras que representaron (melodramas, comedias) estaban a años luz de la renovación escénica que tanto ansiaba Valle-Inclán5 . No obstante, según el testimonio del artífice del estreno –o cuando menos, espectador‒ Pío Fernández Muriedas, «el talento artístico de la pareja Puyol-Moreno realizó el milagro de interpretar como no es corriente la obra del escritor inmortal, dotándola de toda su fuerza y delicada ironía» [P.M., Front, 21-V-1938:1]. Quién sabe si semejante «milagro artístico» también hubiera complacido a Valle, confirmando así su convicción sobre la idoneidad innata del actor español para interpretar el esperpento.
    En cualquier caso, si la fama de Margarita Xirgu y Enric Borrás ‒por citar dos grandes actores que protagonizaron la escenificación de Divinas palabras en 1933 [Aguilera Sastre, 1997: 11-83].‒ ha llegado hasta nuestros días, Teodora Moreno y Joaquín Puyol han caído en el olvido más absoluto. Tal vez no lograron la misma categoría artística, pero lo cierto es que durante el primer tercio del siglo XX sus nombres menudeaban en las secciones de teatro de la prensa, claro indicio de la notoriedad de que gozaron. Tanto es así que la puntual reconstrucción de la trayectoria vital y escénica de ambos intérpretes requeriría un cumplido estudio monográfico que no solo excede los límites de un simple artículo, sino que tampoco tiene cabida en una revista sobre Valle-Inclán. En consecuencia, aun cuando por su dilatada e intensa presencia en las tablas no merecen la proscripción a que se les ha condenado en los estudios sobre la escena española del pasado siglo
6, únicamente su excepcional y apenas conocida participación en el estreno de Las galas del difunto justifica la atención –y el pequeñohomenaje‒ que les dedicamos en estas páginas.


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Una actriz «de seguro porvenir»


Teodora Moreno    Teodora Moreno Rebellón –la futura Doña Terita de Las galas del difunto7 nació en Madrid el 22 de agosto de 1890.. Era hija de Emilio Moreno Rico, regente de la Imprenta del Heraldo de Madrid8, y de Concepción Rebellón Cano9. En 1901 ingresó en la Escuela de Música y Declamación del Conservatorio de Madrid, donde cursó solfeo, piano, historia del teatro, poesía y declamación, con excelentes calificaciones10.

Fernando Díaz de Mendoza    Como documenta Jesús Rubio, en aquellos años «el Conservatorio formaba parte de las instituciones ligadas a la sociabilidad burguesa diaria con sus fiestas y repartos de premios que eran seguidos por la prensa» [Rubio, 2005: 228]11. Y precisamente la primera aparición periodística de la futura actriz corresponde a su intervención en el montaje de una Égloga de Juan de la Encina «a cargo de los alumnos de la clase que dirige D. Fernando Díaz de Mendoza» –a la sazón, profesor del Conservatorio [Rubio, 2005: 227]‒., en el marco de una función infantil celebrada en el Ateneo de Madrid en diciembre de 1906. Según la reseña del Heraldo de Madrid, Teodora «demostró poseer singulares condiciones de actriz, que le auguran un brillante porvenir en el teatro» [29-XII-1906: 4]. Al año siguiente el mismo rotativo, al dar cuenta de la fiesta de reparto de premios de la Escuela destacó la interpretación que del segundo acto de Batalla de damas de Eugène Scribe hiciera «la señorita Teodora Moreno, que en el papel de Josefina demostró excelentes facultades y arte exquisito». Y añadía:

Algunas frases díjolas como una actriz consumada. Su desenvoltura en escena, su pronunciación clara, sus ademanes escogidos, su belleza, todo predispuso al público en su favor y elogio [Heraldo de Madrid, 23-XI-1907:1].


    El 29 de junio de 1908, tras haber participado en diversas obras –entre ellas, Las hijas del Cid, de Eduardo Marquina, estrenada en el Teatro Español por la compañía de María Guerrero-Díaz de Mendoza [El Imparcial, 1-III-1908:4]‒,Teodora finalizó brillantemente sus estudios con la obtención del primer premio del concurso de Declamación. En su crónica del evento, la revista El Arte del Teatro publicó una fotografía de esta aventajada discípula de Díaz de Mendoza y María Tubau que se revelaba ya «como una gran actriz» [El Arte del Teatro, 1-VIII-1908: 2-3].

     Alentada por tan espléndidos augurios, Teodora Moreno inició su carrera artística ese mismo año con actuaciones en Valladolid, Guadalajara y Barcelona junto a las compañías Tubau-Valencia y Asquerino-Monteagudo, hasta recalar a finales de 1909 en el Teatro Español, donde representó varias obras –como El abuelo y La loca de casa, de Galdós‒ protagonizadas por Enric Borràs12.Enric Borràs El 17 de marzo de 1910, al pie de una sonriente imagen de la actriz, la revista Nuevo Mundo revelaba que había sido contratada por Borràs «para su próxima tournée por América» [17-III-1910:27], donde se convertiría ya en la primera actriz de la Compañía13. La gira por América, con piezas de Rusiñol y Àngel Guimerà en el repertorio, se prolongó durante quince meses y, al parecer, resultó tan brillante como «provechosa»14.
    En octubre debutó en el Teatro Español de Madrid con Buena gente, de Santiago Rusiñol, a instancias de Alejandro Miquis, quien durante la temporada 1911-1912 ejercía como director artístico15 [Rubio, 1999: 288]. Aunque fue una de las obras que más éxito había cosechado en América, algunos críticos la acogieron con tibieza, exceptuando la interpretación de Borràs y de Teodora Moreno, que fue objeto de infinidad de elogios. Así, la crónica del estreno que publicó El Liberal del 27 de octubre de 1911 reproduce una fotografía de la «actriz de seguro porvenir Teodora Moreno», cuyas cualidades sobresalen por encima de la «penuria de buenos actores» del momento:
Teodora Moreno, de cálido temperamento artístico, muy segura en el decir y cuidadosa, hasta en sus menores detalles, en la composición de la figura, hizo una labor admirable, premiada frecuentemente con calurosos aplausos. En la penuria de buenos actores por que atraviesa actualmente el arte dramático español, la aparición de una actriz de los alientos de Teodora Moreno conforta y satisface» [El Liberal, 27-X-1911:3]16.
Coplas sobre el estreno de Buena GenteDurante varios meses siguió actuando en El Español con notable éxito hasta que en abril de 1912 se incorporó a la compañía de Simó-Raso y pasó al Teatro Cervantes, interpretando piezas de Linares Rivas, Benavente, los Quintero, Muñoz Seca y la Canción de cuna de Martínez Sierra. Salvo contadas excepciones, este será el tipo de repertorio que la acompañará en lo sucesivo: comedias, melodramas, juguetes cómicos, astracanes…, y aunque en periódicos y revistas se continuó loando su talento –y a veces su modestia, una cualidad no siempre habitual en las actrices de éxito17  ‒, me atrevería a apuntar que, de haber interpretado obras de mayor enjundia artística –como las del propio Valle-Inclán‒ y con una dirección escénica adecuada18, tal vez hoy en día Teodora Moreno se contaría entre las más notorias actrices de la Edad de Plata.
    Sin embargo, no fue ese su camino, sino el de los cómicos de a pie, profesionales de la escena que, sometidos a unas condiciones de trabajo no tan halagüeñas como pudiera parecer –con cambios constantes en la cartelera, dos sesiones diarias y a menudo deambulando de tablado en tablado‒, debían asegurar, ante todo, el sustento de toda la Compañía. Y para ello, teniendo en cuenta las constricciones estéticas y los prejuicios ideológicos del teatro dominante, preferían recurrir a unas modalidades escénicas que contentasen al público, por muy mal gusto que tuviera este, tal como lamentara Valle-Inclán19.
    En esta línea, pues, a mediados de 1913, disuelta la compañía Simó-Raso, Teodora Moreno trabajó unos meses en el Teatro Álvarez Quintero de Madrid y al año siguiente formaría compañía propia con Ramón Gatuellas. A partir de ese momento, la prensa registra actuaciones de la actriz con actores y/o compañías distintas en prácticamente toda la geografía española, incluidas Ceuta y Melilla, así como en el norte de Marruecos.

El encuentro con Joaquín Puyol

 

    En septiembre de 1916 aparece por primera vez en la prensa madrileña el apellido «Puyol» compartiendo cartel con Teodora Moreno, si bien el primer actor era entonces Rafael Victorero [Heraldo de Madrid, 18-IX-1916: 4].

    Según reza la partida de nacimiento, Joaquín Puyol Albéniz nació en Cascante (Navarra) el 23 de febrero de 1892, hijo de Emiliano Puyol, empleado de telégrafos, y de Jovita Albéniz
20. Nos consta que otros miembros de la familia también se aproximaron al mundo del teatro, como sus hermanos Francisco y José María.

    Francisco Puyol actuó durante un tiempo junto a Joaquín y Teodora. Por ejemplo, en julio de 1918 lo localizamos en Córdoba con la compañía Moreno-Victorero [Diario de Córdoba, 20-VII-1918:1] y al año siguiente en Jaén [E., La Gaceta Andaluza, 9-IX-1919:11] con Vicente Castilla como primer actor. Sin embargo, en 1923 su nombre figura en la compañía de Gaspar Campos [La Voz, 13-IX-1923:10] y en 1926, en la de Meliá-Cibrián [La Voz, 11-IX-1926: 2]. Más tarde se unirá a otras compañías, pero no a la de Joaquín.

    También se asomó a las tablas José María Puyol, aunque es más conocida su faceta de escritor y periodista libertario. Durante la guerra civil codirigió Liberación, «Órgano de CNT-FAI-FIJL» en la provincia de Alicante, y desde allí embarcó rumbo a Orán en marzo de 1939, donde fue internado en un campo de concentración. Tras ser liberado, colaboró en la edición argelina de Solidaridad Obrera durante varios años. El 24 de enero de 1957, casi un mes después del fallecimiento de Joaquín, recordaba desde las
Fotograma del cortometraje En la
                              brechapáginas de ese mismo periódico cómo en 1938 se despidió de su hermano en Valencia, la ciudad que vería morir al actor en la Navidad de 195621.
    No parece que Joaquín transitara con igual grado de compromiso por los mismos derroteros ideológicos que su hermano José María, si bien en la Barcelona de 1937 había protagonizado En la brecha, un cortometraje dirigido por Ramón Quadreny bajo los auspicios de la C.N.T., que narra la jornada de un obrero anarquista, a caballo entre el trabajo colectivizado y la instrucción en el manejo de las armas22. A decir verdad, mientras José María abandonó pronto la escena para dedicarse al periodismo y colaborar activamente en los medios anarquistas hasta su muerte en el exilio, Joaquín consagró toda su vida al teatro comercial, que en la postguerra –ya sin Teodora‒ alternaría con papeles secundarios en el morigerado y raquítico cine español del primer franquismo.

 

La trayectoria escénica de Joaquín Puyol y Teodora Moreno hasta la guerra civil

 

Teodora
                                              Moreno en La novela
                                              teatralEl 21 de enero de 1924 Joaquín Puyol y Teodora Moreno contrajeron matrimonio en la Iglesia de Santiago de Málaga, hallándose de gira con la compañía de Antonia Plana y Emilio Díaz [La Voz, 23-I-1924:2]. Al año siguiente, de la mano de la compañía de Aurora Redondo y Valeriano León, actuaron en el Teatro Pereda de Santander ‒el escenario en que años más tarde estrenarían Las galas del difunto‒ y en 1926 se unieron al prestigioso actor Francisco Morano. En esta época y durante el quinquenio republicano la prensa siguió dando noticia de las andanzas teatrales de Moreno y Puyol, pero, en general, sin el entusiasmo que antaño prodigara a la entonces joven y prometedora actriz. Por ejemplo, en la reseña de ¿Y después?, de Felipe Sassone, a cargo de la compañía de Morano, el crítico José L. Mayral confinaba a Teodora entre los «restantes» actores, que «cumplieron como buenos», y del «señor Pujol» [sic] solo apuntaba que «incorporó discretamente un personaje grotesco» [La Voz, 29-10-1926:2]23.
    Con treinta y seis años, ya no podía encarnar Teodora un papel de «dama joven», y en la compañía de Morano llegó, a lo sumo, a «segunda primera actriz», si bien continuó ganándose los aplausos del público, como en su interpretación de una «criada vieja, gruñona y adicta a su viejo señor arruinado» en un drama de Juan José Lorente [El Sol, 18-XI-1926: 2]24.
    Hasta finales de 1929 Moreno y Puyol formaron parte de la compañía de Morano, con la cual pusieron en escena, entre otras muchas obras, una adaptación del Tigre Juan, de Ramón Pérez de Ayala, en el Teatro Fuencarral de Madrid25, además de algunas piezas clásicas, como El alcalde de Zalamea, de Calderón de la Barca o El avaro, de Molière [Vilches de Frutos-Dougherty: 389; 398]. En mi opinión, culminaba así la etapa más fructífera de su trayectoria escénica.

Teodora
                                                        Moreno    Tras una pequeña gira con la compañía de Amalia Sánchez Ariño ‒con la que llegó a representar La Lola se va a los puertos, de los hermanos Machado, en el Teatro Principal de Burgos [Diario de Burgos, 6-I-1930: 2]‒ corrió el rumor en Madrid de que había sido contratada por Isabel Barrón [El Imparcial, 31-I-1930:7], quien en aquel momento participaba con Rivas Cherif en la Compañía Clásica de Arte Moderno [Aguilera Sastre-Aznar Soler, 157-164]; pero no fue así, pues Moreno y Puyol no se integraron en la compañía de Barrón hasta 1935, cuando el célebre director escénico, que había creado el Teatro Escuela de Arte, colaboraba con Margarita Xirgu y Enric Borràs [Aguilera Sastre-Aznar Soler: 167-287].

    En realidad, desde principios de 1930 hasta la guerra civil, Teodora Moreno y Joaquín Puyol actuaron circunstancialmente con Ricardo Galache, Manuel Trujillo, Juan Espantaleón, Eloísa Muro, Fernández Burgos, Teresa Montoya, María Vila, Isabel Barrón, Miguel Ortega… y a veces, con compañía propia, especialmente en las giras
26. No eran ciertamente tiempos fáciles para el teatro. En mayo de 1934, la revista Crónica dedicó un artículo a Teodora Moreno donde informaba que esta exitosa y «gran actriz», que constituye «uno de los valores más positivos del Teatro español», se ha visto obligada «a disolver su hueste artística a consecuencia de la tremenda crisis por que atraviesa el Teatro y se halla en Madrid a disposición de las empresas» [Crónica, 20-V-1934: 31]. A finales de agosto de ese año la prensa anunciaba que Puyol y Moreno, a la sazón con la compañía Vila-Daví, empezarían una gira por Alcázar de San Juan, Tomelloso, Valencia y luego irían al norte. «A ver si tienen mejor suerte que en Madrid» ‒concluía el periodista [La Voz, 29-VIII-1934: 3]. Parece que, cuando menos, sí la tuvieron meses después con la compañía Barrón-Galache, pues a principios de 1935, al dar cuenta de su regreso a Madrid desde Cartagena en La Voz, se apostillaba: «Se trata de una de las pocas compañías que han ganado dinero en provincias durante su excursión» [La Voz, 10-I-1935:3].
    Por fortuna, la pareja de actores consiguió salir adelante hasta el estallido de la guerra civil, que les sorprendió, con la compañía de Miguel Ortega, en la localidad asturiana de Pola de Siero. Desde allí fueron a Santander, donde, como sabemos, llevaron a escena Las galas del difunto. Habida cuenta de que la última vez que aparecieron en las carteleras fue el 7 de octubre de 1936, es de suponer que por aquellas fechas salieron en barco de la ciudad para dirigirse, pasando por Francia, hacia Barcelona27.
 

En la Barcelona de la guerra civil

 

Programa teatralHasta la fecha, poco he podido averiguar sobre cómo transcurrieron sus primeros meses en la capital catalana, donde, por cierto, Teodora habría de reencontrarse con Enric Borràs, que se hallaba al frente del Teatre Català de la Comèdia, con sede en el Poliorama [Foguet, 2006: 215]28. Posiblemente no tardaría en incorporarse a los circuitos teatrales, pues el 26 de diciembre de 1936 Teodora Moreno actuó en el Teatre Municipal de Girona con la «Compañía de Comedia Castellana de Emilio C. Espinosa» como primera actriz ‒junto a Anita Tormo‒, según un programa de mano reproducido en el Diari de Girona en 2011 [Petit, Diari de Girona. Suplement especial de Nadal: 25-XII-2011: 4; 6].