Unvelina Perdomo Montelongo
(TIV)
En el conjunto de las biografías objetivas que se han escrito sobre Valle-Inclán es difícil descubrir alguna faceta, aspecto, anécdota que no encontremos en uno u otro de quienes se han dedicado a rastrear el paso de nuestro escritor gallego por este proceloso mundo. Incluso suele ocurrir que las biografías se repiten en lo sustancial. Me refiero, sobre todo, a las de Francisco de Madrid (La vida altiva de Valle-Inclán ) y de Melchor Fernández Almagro (Vida y literatura de Valle-Inclán ) —ambas de 1943—, pero también a la de Gómez de la Serna ( Don Ramón del Valle-Inclán, 1944) —un tipo, ésta, de biografía más novelada—. Todas ellas responden al objeto de lo que podríamos denominar «biografía científica»: los momentos significativos de una vida; en este caso, los acontecimientos en el desarrollo vital de Valle-Inclán, con todos los elementos de orden ideológico, político, ético y social, que se van sucediendo desde, como dice Francisco de Madrid, «el tablado de sus primeros años» hasta conformar al hombre de carne y hueso. Teniendo en cuenta, no ya las riquísimas vivencias, sino la singular personalidad de Valle, entenderemos la prolijidad de las páginas dedicadas a tan inagotable biografiado, prolijidad que se monumentaliza con la bibliografía del escritor —el otro aspecto fundamental de la biografía científica, objetiva—. Así, experiencia vital y obra literaria se funden en una rigurosa cronología, acabando por explicarse recíprocamente. Otro tipo de biografía es la subjetiva, como la que escribe Francisco Umbral: Valle-Inclán. Los botines blancos de piqué (Planeta; Barcelona, 1988). El propio escritor vallisoletano indica en el prólogo que la suya no es una biografía en el sentido canónico del género: «esto no es una biografía, sino una lectura muy personal del que considero el mayor/mejor escritor español de todos los tiempos, en cuanto a acumulación de facultades» (pág. 8). En efecto, Umbral nos da su visión de la estética y de toda la obra valleinclaniana, que, si bien no aporta nada sustancialmente nuevo a su interpretación, tiene el valor de las buenas observaciones y de los juicios muy certeros que en ella podemos hallar. La pasión confesada que tiene el autor de Las ninfas por la figura y la obra del escritor gallego explica el exhaustivo conocimiento que, sin duda, posee, a lo que habría que añadir su buena intuición y olfato —cualidades propias de todo artista— para enfocar muchos aspectos.La biografía de Manuel Alberca y Cristóbal González pertenece al primer grupo —el de las biografías objetivas—, ahora bien, determinada por la orientación que presumiblemente el director de la colección en la que se publica habrá pautado. Esto es, nos hallamos ante un encargo para un proyecto editorial —cuenta ya con sendos ejemplares dedicados a Rubén Darío, Blasco Ibáñez, Corín Tellado, Luis Cernuda, Borges, y Jorge Guillén—, proyecto que pretende ofrecer al gran público la vida de escritores de popularidad diversa en la cultura contemporánea hispánica. No podemos, pues, juzgar la obra como si de un trabajo científico-académico se tratara. El libro está estructurado en siete capítulos, acompañados de un prólogo y un anexo en el que se incluyen una detallada cronología, una pequeña recopilación de documentos, una breve bibliografía y, finalmente, un índice onomástico. El objetivo que se plantean los autores es la difícil tarea de deslindar el hombre mito del hombre real y, así, desvelar qué ser se oculta detrás de la máscara. Tal como lo expresan en el prólogo («El autor en su papel»), esta biografía se propone «poner a tierra al personaje y hacerlo andar como un hombre cualquiera, con sus miserias y limitaciones, y no como un genio ni como un elegido de los dioses» (pág. 26). El rigor que en todo momento se imponen los autores para conseguir dicho objetivo está fuera de dudas. Pero si el esfuerzo es encomiable, no pueden —no podemos— evitar la paradoja que encierra la vida de nuestro personaje: la vida de Valle-Inclán es una vida heroica. Los niveles de autoexigencia ética, sus ímprobos sacrificios —como los insobornables ayunos—, y su valentía para decir siempre lo que pensaba y actuar enconsecuencia hacen difícil bajarlo del pedestal de los hombres íntegros y comprometidos. Es inevitable, pues, que ese «hombre cualquiera, con sus miserias y limitaciones» se crezca enormemente ante los ojos del lector. No obstante, la intención de dar una imagen más terrenal de Valle-Inclán se va desplegando a lo largo de los siete capítulos, cuyos títulos dan cumplida cuenta de sus principales avatares existenciales.
El capítulo 1 («Arqueología del escritor») se propone reconstruir los orígenes, la enorme influencia que tuvo el contexto familiar y geográfico de la infancia, el inicio de sus viajes. El capítulo 2 («La conquista de Madrid») trata la difícil supervivencia de Valle en la Corte, sus colaboraciones periodísticas, su producción literaria de aquella época, su breve paso por los escenarios, así como el reinado que ejerció en las tertulias, merecidamente ganado por su elocuencia. El capítulo 3 («El extraño») está dedicado esencialmente a su matrimonio con la actriz Josefina Blanco. El capítulo 4 (Cruzado de la causa") hace referencia a las vivencias del carlismo; los autores defienden la sincera adhesión de Valle al ideario carlista. El capítulo 5 («El pasajero») es uno de los más extensos; abarca la producción literaria comprendida entre 1912 y 1920; los importantes acontecimientos históricos van llevando al escritor hacia los idearios revolucionarios, aunque en opinión de los biógrafos nunca se alejó del vago proyecto humanitario que alentaba el tradicionalismo; el caso es que acontecimientos históricos y personales —muy difíciles en los últimos años— y esa capacidad de desafiarse a sí mismo como escritor reorientaron su obra en la nueva dirección del esperpento. En el capítulo 6 («La cuadratura del círculo») se aborda el enfrentamiento de Valle con la estructura comercial del teatro de la época; el título del capítulo es la metáfora que define muy bien la encrucijada en la que se encuentra el autor: proponer un teatro innovador y pretender que tuviera un sitio dentro de un sistema con el que chocaba frontalmente; el capítulo finaliza con el nuevo viaje realizado a México (1921) y la relación del escritor con las editoriales S.G.E.L. y Renacimiento. Por último, el capítulo 7 («La forja del infortunio») se centra en los años de la República y su adhesión decidida al nuevo sistema; paralelamente se mencionan los estrenos que se llevaron a cabo de sus obras; en cuanto al progresivo desencanto republicano, se da una detallada explicación de la actitud contradictoria que inevitablemente el sistema republicano había de crear en Valle; las últimas páginas se ocupan de su delicada situación familiar (su divorcio), de las peripecias de su estancia en Roma con motivo de su nuevo cargo en la Academia Española de Bellas Artes, y de sus postreros días en la clínica santiaguesa.En síntesis, puede decirse que esta biografía es muy útil para el lector que quiera conocer los datos biográficos más importantes del autor, así como la cronología de su obra. Si bien es cierto que no añade nada nuevo en lo que a los datos se refiere ni hay un planteamiento innovador respecto a la estética valleinclaniana, tiene la utilidad de un buen manual que recoge una breve, selecta y ordenada compilación del prolijo material que se encuentra en las biografías anteriores.
Unvelina Perdomo Montelongo.El Pasajero, invierno 2004VOLVER AL ÍNDICE