VALLE INCLÁN A TRAVÉS DE...
 

Pedro Sainz Rodríguez

 por Josefa Bauló
(T.I.V.)




 

    Pedro Sainz Rodríguez nació en Madrid, en 1898. Cursó Letras y Derecho en la Universidad de Oviedo y en los años veinte ganó sus oposiciones a cátedra en esa Universidad. También durante aquellos años escribió y publicó numerosos estudios de entre los que destacan Don Bartolomé José Gallardo y la crítica literaria de su tiempo (1921), Introducción a la historia de la literatura mística en España (1927) y un epistolario entre Valera y Menéndez Pelayo (1930). Fue diputado monárquico en las Cortes Constituyentes de 1931, impulsó la creación del Bloque Nacional y colaboró activamente en el alzamiento militar de 1936, por lo que en el primer gobierno de Franco gestionó la cartera de Instrucción Pública que durante su mandato pasó a denominarse de Educación. Fundó la orden de Alfonso X, el Sabio, la Dirección General de Archivos y Bibliotecas y desarrolló un plan de Bachillerato con el que impulsó la reforma educativa y que permaneció vigente durante muchos años.

    A pesar de la amistad que le unía al dictador desde su juventud, Sainz Rodríguez discrepó pronto de su política, dimitió del cargo y en 1941 fijó su residencia en Portugal, como consejero de Don Juan de Borbón. No regresó a España hasta 1969 para ocupar una cátedra en la Universidad de Comillas. Fue nombrado miembro de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia, dirigió la colección «Espirituales Españoles» y organizó un seminario en torno a sus temas de estudio predilectos y a su biblioteca personal de más de veinte mil volúmenes.

    Tras la lectura de estos datos se hace difícil adivinar cuál pudo ser el nexo de unión entre Sainz Rodríguez y Valle-Inclán. La clave se halla en unas siglas: CIAP. Se conocía con ellas a la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, curioso proyecto editorial que se puso en marcha en 1928 con once librerías propias y ciento ocho asociadas en toda España. Anticipándose a lo que hoy en día son los grandes grupos editoriales, la CIAP adquirió otras editoriales como Mundo Latino, Renacimiento o Estrella y se convirtió en distribuidora de otros sellos latinoamericanos. La compañía comenzó siendo una modesta editorial española en Marruecos, y su fondo editorial contó con numerosas obras representativas de la corriente africanista que habría de caracterizar al régimen de Franco. Rápidamente creció en importancia hasta llegar a contar con un medio de comunicación asociado a su difusión, La Gaceta Literaria, fundada y dirigida por Giménez Caballero. Esta estrategia editorial se reforzó con prácticas pioneras en el momento como, por ejemplo, la introducción de contratos a largo plazo con los escritores o la inversión en acciones publicitarias.

    Fue con Pedro Sainz Rodríguez a la cabeza de la editorial que ésta se configuró como una especie de monopolio de literatura de derechas que se autoprotegía editando también a heterodoxos e izquierdosos. Una parte muy importante de su capital pertenecía a la familia de banqueros de origen judío Bauer, y la ruina de la misma en 1931 significó el cierre repentino de la CIAP.

    Una de las novedades que introdujo la Compañía en el mundo editorial fue, como se ha dicho, la del contrato y lo que podríamos llamar el anticipo o financiación de los autores. Este sistema permitió a uno de sus autores en nómina, don Ramón del Valle-Inclán, gozar durante un tiempo de una cierta seguridad económica, lo cual le resultaba conveniente en extremo puesto que el escritor gallego, contrario al trabajo periodístico y sin apenas recaudación en las taquillas teatrales, no disponía de demasiadas fuentes de ingresos alternativas. Éste es el testimonio de primera mano del estado de las finanzas valleinclanianas al final de los años veinte:

    El de Valle-Inclán era un caso típico. Desde luego ha sido la primera figura literaria de su tiempo por su valor estilístico, por su personalidad, por el criterio personal con que concebía la función del escritor y, sin embargo, era el que menos se vendía. La editorial solía asignar a todos los escritores una mensualidad, una especie de cuenta corriente. Les daba una cantidad para poder vivir y dedicarse a escribir; al acabar el año se hacían cuentas y resultaban acreedores de la editorial o deudores, y según esta realidad financiera se renovaba el contrato en unas u otras condiciones. Yo pasé muchos apuros para conseguir que Valle-Inclán tuviese un contrato digno de su calidad literaria: siempre era la CIAP acreedora de Valle-Inclán; pero no cejé en mi empeño de mantener la cifra sin alterarla, pensando que por algún medio se podría compensar este déficit. Por fin se me ocurrió que la producción de Valle, si se publicase en una edición muy popular y eligiendo de entre ella los libros más accesibles al gran público, podría lograr grandes tiradas que compensasen aquel desvío del lector de la época, basado en que el autor se había anticipado en unos años a la evolución de la sensibilidad literaria. Cuando esa evolución se consumó, Valle-Inclán obtuvo el éxito que estamos presenciando hoy de venta de sus libros y representación de su teatro. Yo he vivido la tragedia profesional de un autor que, por ser fiel a su sensibilidad, a su credo literario, a su visión del arte, no conseguía público y, no obstante, mantenía la fe en su obra, seguro de que algún día lograría el éxito literario que sólo parcialmente consiguió en vida (Testimonio y Recuerdos, Madrid, Planeta, Col. Espejo de España, nº 41, 1978, p. 129-130).

    Pedro Sainz Rodriguez se refiere a la tirada que efectúo de una selección de novelas de Valle: Gerifaltes de antaño, El resplandor en la hoguera y Los cruzados de la causa en papel barato, a dos colores y a un precio muy popular: una peseta con cincuenta. La colección se denominó «Un libro para todos» y según Sainz Rodríguez "la concebí para salvar las finanzas de Valle-Inclán y tuvo un éxito enorme, llegando a tirarse más de treinta mil ejemplares de entrada y reimprimiéndose varias veces" (p.130).

    A la quiebra de la CIAP en 1931, Valle dejó de cobrar su fijo de tres mil pesetas mensuales y sufrió severamente la falta de ingresos hasta el punto de que, tal y como consigna en su diario el presidente de la República Manuel Azaña, fue necesario presentar su caso ante el Consejo de Ministros e inventar literalmente el cargo de Conservador General del Patrimonio artístico a fin de no consentir su marcha de España anunciada en varias entrevistas y evitar así "que Valle se fuese a mendigar a América, con el decoroso pretexto de dar conferencias" (citado por Dru Dougherty: Un Valle-Inclán olvidado, Madrid, Editorial Fundamentos, 1983, p. 212).

    A raíz de una investigación que no llegó a cristalizar en libro, Sainz Rodríguez mantuvo conversaciones con Valle-Inclán a propósito de las acusaciones de plagio por parte de Julio Casares. El autor de las Sonatas dio a su interlocutor una didáctica explicación sobre sus técnicas narrativas, ejemplificandolas con los méritos artísticos que tendría la falsificación de un tapiz Gobelino si uno lograse introducir en él, sin que se notara, un fragmento del tejido de un Gobelino auténtico (p.130).

    Además de éste y otros detalles de la relación, y según consigna en sus memorias, Sainz Rodríguez era un buen amigo de la familia y un serio defensor de la obra de Valle, cosa que éste agradeció en especial a propósito de una crítica de Sainz publicada en El Liberal, donde se valoraba la riqueza idiomática de Tirano Banderas. En el siguiente fragmento el autor busca compartir con la posteridad algunos momentos íntimos de esa relación:

    Valle-Inclán me conservó una gran gratitud, sin decírmelo nunca, porque era un hombre altivo y señoril; un personaje sui generis sobre el que se ha escrito tanto que parece inútil añadir unas líneas hablando de él, pero yo quiero reflejar mi impresión personal. Primero diré que Valle-Inclán, con su fama de muy violento -y lo era en ocasiones-, era también un hombre lleno de ternura. Nunca recuerdo a un Valle-Inclán airado; lo que conservo presente son unos ojos claros que se emocionaban con gran facilidad, casi al borde de las lágrimas, cuando se tocaban determinados temas. También me he explicado, para mi uso particular, el porqué Valle-Inclán adoptó aquellas grandes barbas, las grandes barbas de chivo, de que habló Rubén en su poesía. Muchas veces estuve sentado en los sofás de las tertulias inmediatamente al lado de don Ramón y podía ver, a través de la luz, lo que había debajo de la barba. Es decir, que contemplé a Valle-Inclán una y otra vez y me di cuenta de su perfil de pájaro, con un mentón huidizo; tenía una cara que seguramente él no estimaba mucho, porque le restaba energía; creo que llevaba barba por estar convencido de que la actitud heroica y violenta de su personalidad fuerte que él había adoptado, reñía constantemente con su fisonomía, con su mentón: esa barba era el verdadero disfraz de Valle-Inclán.

    El recuerdo que él conservaba de mí lo he podido deducir de lo que me han dicho sus familiares. El hijo de Valle-Inclán, médico hoy en una capital de Galicia, no sé si en Pontevedra, ha tenido la bondad de ofrecerme manuscritos autógrafos de su padre; dice que soy una de las personas de quien Valle-Inclán jamás habló mal y que tenía por mí una estimación extraordinaria, cosa que yo suponía, pero que ahora he visto reflejada en ese buen recuerdo que la familia ha guardado de mí.
    Mi preocupación por las finanzas de la casa de Valle-Inclán me hizo entrar en relación directa con su mujer. Yo sabía que a don Ramón le era muy penoso pedir nada y por eso decidí recurrir a su mujer, una antigua e importante actriz llamada Josefina Blanco, con la que sostenía grandes peloteras, según ella me contaba, haciendo así honor a su fama de violento; llegó a tener tal confianza conmigo que, en cualquier apuro doméstico, a la primera persona a la que acudía era a mí. (Testimonio y Recuerdos, p. 131)

    Ateneísta, amigo de Romanones, conocido de Azaña... e interesado por los temas místicos. Adentrándonos en los detalles de la relación, resulta menos extraña de lo cabría suponer en un principio la vinculación de este peculiar ministro de Franco y asesor de la Casa Real española con Valle. Por otra parte, no he tenido ocasión de localizar, ni por tanto de leer, alguno de los títulos que reportaron mayor fama y reconocimiento a Sainz dentro del mundo de la literatura española; me refiero a libros como Introducción a la historia de la literatura mística en España (1927), La mística española (1956) y Espiritualidad española (1961). Quién sabe si un tema tan apreciado por el escritor gallego como el misticismo constituyó un motivo de afinidad entre Valle-Inclán y Pedro Sainz Rodríguez. Difícil saberlo.
 


El Pasajero, otoño 2002

 
 
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