GAZIEL
«Aquell Madrid
tibetà (desembre 1908-juliol 1909)»
por Carme Alerm Viloca ( T.I.V.)
Gaziel,
pseudónimo del escritor y periodista Agustí Calvet (Sant
Feliu de Guíxols, 1887 - Barcelona, 1964), fue uno de los intelectuales
más brillantes -y controvertidos- del liberalismo conservador catalán
de la primera mitad del siglo XX. Aunque inició su carrera literaria
y periodística en su lengua natal, desde 1914 -cuando se incorporó
al diario barcelonés La Vanguardia, del que fue director
durante varios años- hasta 1953 utilizó casi exclusivamente
el castellano, lo que le valió no pocas críticas por parte
de los sectores más catalanistas. Durante la dictadura de Primo
de Rivera y la República, su fama como periodista llegó a
Madrid, donde colaboró asiduamente en El Sol y en Ahora.
Exiliado durante la guerra civil, al regresar a España en 1940 su
firme hostilidad al régimen franquista, sumada a un proceso de responsabilidades
políticas, le cerraron las puertas del periodismo, sumiéndolo
en un doloroso «exilio interior» que habría de plasmar
en Meditacions del desert (1946-1953), amarga reflexión sobre
el «desierto» en que se había convertido un país
abandonado a su suerte por las potencias democráticas y sin rescoldo
alguno de esa burguesía culta y liberal por la que él tanto
había apostado en sus artículos de preguerra. A partir de
entonces, con clara voluntad reivindicativa y deseando congraciarse con
quienes injustamente le habían acusado de anticatalanista, empleará
sólo el catalán como lengua literaria. De la producción
de esta última etapa de su vida destacan varios libros de viajes
y, sobre todo, sus memorias Tots el camins duen a Roma. Història
d'un destí (1893-1914), publicadas en 1958 con gran éxito
de público y de crítica.
A este libro corresponde el texto que reproducimos a continuación, que es un fragmento del capítulo XIV, titulado «Aquell Madrid tibetà (desembre 1908-juliol 1909)». Gaziel, que a la sazón era sólo un joven estudiante llamado Agustí Calvet a secas, permaneció unos meses en Madrid para completar sus estudios de Filosofía y, de paso, alimentar su espíritu inquieto, ávido de experiencias vitales. Allí tuvo ocasión de conocer a diversas celebridades de la época, como Bonilla y San Martín -su caro maestro-, Ramón y Cajal, el doctor Simarro, Unamuno, Galdós y por supuesto, a Valle-Inclán. Poco añade a lo que ya sabemos del Valle de las tertulias, por el que sintiera una mezcla de respeto y temor, comprensible en un muchacho de pocos años azorado por la extravagante personalidad de quien era ya tan admirado por sus obras como temido por su «ceceo viperino». En cualquier caso, la agudeza y la fresca espontaneidad de este testimonio -hasta ahora no recogido, creemos, entre la bibliografía valleinclaniana- le confieren un interés nada desdeñable. Y... por cierto, animamos a «los amigos de comprobar la relatividad de las anécdotas históricas» a identificar a ese andaluz de verbosa tartamudez, que dio pie a una de las infinitas y siempre ingeniosas boutades de nuestro incomparable don Ramón, verdadero Dalai-Lama de aquel Madrid tibetano. Fragmento de «Aquell Madrid tibetà (desembre 1908-juliol 1909)»
Tots els camins duen a Roma. Història d'un destí (1893-1914). Memòries, [1958], vol. II; cit. por la edición de Edicions 62-"La Caixa", M.O.L.C., nº 69, 1981, pp. 77-78. |
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