JOAN CORTÉS

Teatro político. “La Reina Castiza”

 

     Publicada como volumen en 1922, hacía ya nueve años que la Farsa y Licencia de la Reina Castiza de Don Ramón del Valle-Inclán era bien conocida por casi todos. Recitada en particular muchísimas veces, comentada y celebrada en público y privado, todavía no se había podido representar en un escenario.
     El hundimiento de la monarquía a la que hasta hace poco hemos tenido que soportar y la libertad con que uno puede expresarse sobre todo lo que se nos señalaba como intangible, la necesidad que tenemos de desacreditar tanto como sea posible aquello que jamás ha de volver, despojándolo de toda aquella falsa gloria con que se envolvía, hecha toda de engaño y colmada de clandestinidad, y mostrando su profunda mezquindad y su intrínseco plebeyismo, han vuelto a dar actualidad a aquella saladísima sátira de Valle-Inclán sobre la vida disoluta y cínica de la abuela del héroe de Deauville, la virtuosísima dama Isabel de Borbón, esposa del seráfico Don Francisco de Asís.
     Y así ha obtenido un éxito clamoroso la representación que en el teatro Muñoz Seca, de Madrid, ha hecho la compañía de Irene López Heredia y Mariano Asquerino, con decorados y figurines de Bartolozzi, de la farsa grotesca de Valle-Inclán, una de las mejores producciones del estilizado escritor gallego.
     Farsa completa de cabo a rabo; sus personajes no son más que muñecos; muñecos vacíos y ridículos, sin ninguna nobleza, sin ninguna majestad; muñecos hacia los que el autor no muestra ninguna simpatía, decrépitos y concupiscentes, poseído cada uno de ellos por su demonio; un demonio sucio, rabón, andrajoso y pobre, que no puede encender en el alma de su víctima ninguna pasión, ningún pecado que tenga algo de grandeza: un demonio mezquino, en una palabra.
     Valle-Inclán ha mirado aquella época, que hasta ahora no hemos estado en situación de poder liquidar, con toda la agudeza y frialdad necesarias para ofrecernos esta especie de aleluyas caricaturescas que nos la representan tan bien como el documental más riguroso. Toda la historia clandestina, de folletos y romances, de publicaciones perseguidas y de correspondencias secretas que nos habían hecho caer el alma a los pies al ver las manos que habían llegado a regir los intereses y la vida de España –viejos antecedentes del carnaval alfonsino–, ha tomado, al usarla Valle-Inclán como material para una obra teatral, la única forma bajo la que podemos imaginarla.
     Aquella incontinencia y aquellas bajísimas veleidades de Isabel, aquellas intrigas cortesanas, aquellos chantajes, aquellas salidas nocturnas, aquellos líos, aquellos furores de Don Francisco –que ya sabemos hasta dónde llegaban–, por más buena voluntad que se ponga al considerarlos, no pueden proporcionar argumento sino para la farsa ridícula y despiadada que ha escrito Valle-Inclán. En toda la vida que se llevaba en la corte de aquel tiempo, no hay rendija alguna por la que se trasluzca ningún sentimiento noble, ninguna intención honesta, ningún pensamiento honrado. No hay manera de hallar aquí ninguna dignidad, ninguna nobleza, ninguna virtud. Un drama o una tragedia no los podréis construir con los miserables materiales que os ofrecen los personajes que se movían en torno a las faldas de la digna hija del Abyecto.
     Y aparte de todo esto, creemos que ha sido un gran acierto que se haya decidido de una vez por todas llevar a escena una obra de Valle-Inclán, quien tiene tantas –y muy representables– que harían un papel mucho mejor que el de muchas otras que se presentan de autores de un valor literario muy inferior y que, si bien teatralmente parecen prometer mucho, una vez sobre las tablas se ha visto que daban muy poco rendimiento, en todos los sentidos.
     En la farsa es donde el genio de Valle-Inclán ha encontrado justo el instrumento que necesitaba. La ampulosidad truculenta de sus antiguas Comedias bárbaras, que tantas veces nos parece insincera, falta de emoción y de realidad por los detalles folletinescos, forzados y rebuscados con que topamos demasiado a menudo en su lectura, ya había desaparecido completamente cuando el autor se complacía con la filigrana agridulce de La Marquesa Rosalinda; pero donde el Valle-Inclán de La Reina Castiza –que es el mejor– halló su más pura expresión fue en la deformación grotesca y en el juego burlesco, pintoresco y caricaturesco de sus esperpentos –como Luces de Bohemia, Los cuernos de Don Friolera–, de los que la Farsa y Licencia de la Reina Castiza es una ahijada graciosísima.
     Una obra que vale tanto para verla en escena como para leerla. El lector comprobará que las acotaciones están en verso –como todo el texto de la farsa–, gráficas y sugerentes.
 

   Mirador (11 de junio de 1931) p. 5


[Traducido por Ramon González Calvet]

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