De escritores, pintores y guerrilleros.
Valle-Inclán, Alberto Gironella y el Sub-comandante Marcos.

Josefa Bauló Domènech



A los miles de indios tzotziles, tzeltales, choles, tojolabales y zoques que existen en el mundo,
para que no los conviertan en cientos, en decenas o en nada.



El artículo que usted está leyendo en este momento en Internet debe su contenido a Internet. Aquí no es infrecuente que unas noticias den lugar a otras, que la información encontrada en una página web se vea traducida, resumida, ampliada, contrastada en otras páginas y así en una cadena infinita de lo que no en vano llamamos la Red. Después de varios años de internauta, una sabe que eso es así y también sabe que Internet demuestra lo que los investigadores de cualquier ámbito de la cultura han intuido siempre: que encontrar otra cosa diferente a lo que uno andaba buscando es lo más interesante de la búsqueda. Así sucedió el día que tecleé el apellido Valle-Inclán en un buscador. No andaba buscando que en una de las entradas relacionadas apareciera el Subcomandante Marcos. Pero así fue.

El líder del mexicano Ejército Zapatista de Liberación Nacional, conocido internacionalmente como Sub-comandante Marcos, hablaba, en una carta difundida a través de la página web del EZLN, de un libro de Valle-Inclán: Tirano Banderas. El libro, junto con otro de Carlos Monsiváis, formaba parte de un obsequio inesperado, casi mágicamente aparecido en su campamento clandestino de la Selva Lacandona. Alberto Gironella, autor de las ilustraciones del ejemplar del Tirano y gran admirador de Valle, remitía el envío. Al parecer, el artista y el sub-comandante habían coincidido en 1994, en la Convención Nacional Democrática celebrada en Guadalupe Tepeyac, acto al que Gironella contribuyó con uno de sus collages-retrato de Emiliano Zapata. Nada más. Años después, la edición del libro de Valle, soberbiamente ilustrada por Gironella llegaba a las manos de Marcos. El motivo de la epístola internáutica del guerrillero era muy sencillo: alguien había querido ser cortés respondiendo al envío con un agradecimiento, pero ese alguien no había sido Marcos. Pasado el tiempo, muerto ya el pintor, el escrito, a título de agradecimiento póstumo, deshacía el entuerto y reflexionaba largamente sobre la lucha del indígena contra el tirano.

Ocioso sería aquí poner al lector en antecedentes del argumento de Tirano Banderas y, supongo, que por demás hablar sobre la actual situación económica y política de las poblaciones indígenas de Chiapas, de la insurrección permanente en la que viven -y mueren-, desde 1994, el grupo de hombres y mujeres encabezados por Marcos. Baste decir que, más allá del personaje creado por el escritor gallego, “los indios Zacarías” son hoy hombres y mujeres de la larga y sufriente estirpe que continúa, aún setenta y cinco años después de la publicación de la obra "americana” de Valle-Inclán, luchando y defendiendo sus derechos en México y, por extensión, en gran parte de América Latina, donde responden valientemente al acoso neoliberal colectivos semejantes al zapatismo como el movimiento indigenista en Ecuador o el MST, Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil.

La actualidad del tema, rabiosa como se diría periodísticamente hablando y rabiosa porque rabia es lo mínimo que provoca, no solo demuestra la modernidad y la certera visión literaria de lo social de las que hizo gala el autor del Tirano sino que prueba cómo las verdaderas obras de arte no se deterioran con el paso del tiempo. Por contra se perpetúan, fértiles y fructíferas, en las obras de otros, enriqueciéndose y enriqueciéndolas. Así, el presente artículo, partiendo de una sencilla anécdota, quiere reunir, entre líneas e imágenes, tres reflexiones encadenadas sobre el tema de la opresión del hombre por el hombre: la carta, las ilustraciones, la novela.



La carta del guerrillero


Nunca de tan bien escogido pintor fuera una obra literaria tan bien servida e ilustrada. Con el trabajo de Gironella, la mueca del dictador, la tragedia de indio y los tigres de la sinrazón resucitaron a una nueva vida artística y, rizando el rizo en una cabellera de casualidades y coincidencias, acabaron en las manos de un lector singular; alguien en quien -el no saberlo no impide la libertad de imaginarlo-, Valle-Inclán hubiera reconocido a un Roque Cepeda o a un Filomeno Cuevas: el dirigente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sub-comandante Marcos.

Para quienes no se hallen familiarizados con la figura de este carismático zapatista diremos, sencillamente, que se le ha otorgado la categoría de líder mediático y hasta de ciber-guerrillero. Aunque es recomendable rehuir el vicio de la etiquetación, es innegable el uso estratégico que este revolucionario mexicano viene haciendo de los medios de comunicación, especialmente de internet, para la difusión internacional de sus reivindicaciones. A causa del pasamontañas negro, que oculta su rostro desde que se iniciara el movimiento insurgente, muy poco sabemos de su verdadera identidad aunque no parece difícil aceptar como buenos los datos de las versiones oficiales y oficiosas: universitario, blanco y de familia burguesa. Si el lector se halla interesado son varios los libros que ya han estudiado el fenómeno Marcos1. Si además de interés existe simpatía o curiosidad le remito directamente a uno de los más recientes; el publicado por el escritor y periodista español Manuel Vázquez Montalbán (Marcos el señor de los espejos; Planeta, Barcelona, 1999): una crónica de primera mano sobre el movimiento zapatista centrada en su singular líder e ideólogo por quién el autor no oculta su admiración. Como es natural no todos los ensayos y artículos periodísticos escritos sobre Marcos comparten esa admiración y no faltan quienes tildan sus actividades de antidemocráticas, desestabilizadoras y teatrales puestas en escena para una farsa megalómana en la que él, y no los indígenas, es el protagonista único2.

Y es que, con independencia de la ideología política de cada cual o del conocimiento más o menos ajustado de lo ocurrido en Chiapas, el modo de hacer de Marcos ha alcanzado una repercusión notabilísima dentro y fuera de su país. A través de su verbo fácil, su capacidad para la comunicación, y de una cuidada mezcla de discurso popular y a la vez literario, que no olvida los modos de expresión de la cultura indígena a la que representa, Marcos ha logrado no solo hacerse oír y hacer oír su causa sino proyectarla con un estilo propio dentro de esa densa nebulosa que se ha dado en llamar sociedad de la información. No sólo los manifiestos y comunicados del EZLN firmados por Marcos han sido propagados por la red sino también muchas de sus reflexiones acerca del indigenismo, como la carta que motiva este artículo. Tanto es así que hay quien habla de una estética del zapatismo que, de existir, dejaría notar su influencia en el arte de nuestro tiempo: especialmente pintura y literatura. Las fábulas del viejo Antonio o del escarabajo Durito, las cartas abiertas, los relatos que pueden leerse en la red y también en papel impreso3 poseen una calidad literaria nada desdeñable y pregonan una muy buena preparación cultural de su autor. De otro lado los manifiestos y comunicados, más duros y contundentes, denotan un fluido manejo del lenguaje político-económico y un conocimiento directo de la realidad histórica y actual. La propia carta que nos ocupa, después de tomar prestadas varias citas del libro de Valle-Inclán para explicar la situación entre el EZLN y el gobierno mexicano, enlaza su argumentario con el otro libro recibido, Parte de guerra de Julio Scherer García y Carlos Monsiváis. Ahí, intercalados en el discurso del duro análisis político, no faltan varios párrafos de prosa algo lírica, de prosa que busca y explota las simbologías, que quiere hacerse entender a partir de imágenes y de prosa que encuentra en la propuesta estética de Valle-Inclán un eco perfecto.

Algunos analistas de su figura quieren ver en Marcos al guerrillero romántico, a la reencarnación del Che Guevara; otros reprochan su “antidemocrática” toma de las armas y el resto aún duda en catalogar a un hombre que toma parte activa en la lucha armada pero parece preferir disparar palabras en lugar de balas. Sea como sea, el caso ha apelado a la reflexión de todos, especialmente de los intelectuales de izquierdas. Las reacciones han sido en este sector de lo más variadas y van desde la adhesión entusiasta hasta el rechazo radical pasando por el recelo ante la imagen nada tranquilizadora de su rostro oculto4. ¿Una máscara valleinclanesca? ¿Una de esas máscaras de la mitología mexicana que tanto debieron impresionar al escritor gallego? Las interpretaciones se multiplican pero, tal vez, lo que vemos es lo que hay: un hombre sin rostro que habla en nombre de otros hombres a los que les han dejado sin voz. Como el propio Marcos indica es curioso que se haya empezado “a ver” a quienes luchan en Chiapas en el preciso instante en que decidieron esconder su cara.

En otra página de esta revista el lector puede acceder -es importante y necesario que así lo haga para entenderlo en su justa medida- al texto completo de la carta de Marcos titulada5 7 veces 2; pero me permito ahora entresacar de ella algunos párrafos que se refieren directamente a su valoración de la obra de Valle y de las ilustraciones de Gironella. Dice así:

En la pesadilla que agosto y septiembre definen hoy a nuestro país, los poderosos repiten religiosamente los argumentos de la camarilla de Tirano Banderas. Sí, para ellos "el indio dueño de la tierra es una utopía de universitarios. Pero el ideario revolucionario es algo más grave, porque altera los fundamentos sagrados de la propiedad. El indio, dueño de la tierra, es una aberración demagógica, que no puede prevalecer en cerebros bien organizados" (Ramón del Valle-Inclán. op. cit).
Y para curar de esa enfermedad a indios y universitarios, el remedio "posmoderno" de Tirano Banderas despacha desde Palacio Nacional decenas de miles de soldados a tierras del sureste mexicano. En febrero de 1995, Zedillo dio, en cadena nacional y para más de 90 millones de mexicanos, su definición del alzamiento zapatista: "No son indígenas, no son chiapanecos, son universitarios blancos (me caí que así dijo) de ideas radicales los que manipulan a los indígenas chiapanecos".
Desde entonces, esta definición es la que ha regido la "estrategia" gubernamental frente al conflicto en Chiapas. Para esto cuenta con la aquiescencia de caciques que dejarían a Tirano Banderas como un aprendiz de brujo. Estos son los que mandan, destruyen y matan en tierras indias. Con la cofradía de Banderas se quejan: "El indio es naturalmente ruin, jamás agradece los beneficios del patrón, aparenta humildad y está afilando el cuchillo. Sólo anda derecho con rebenque. Es más flojo, trabaja menos y se emborracha más que el negro antillano." (Ibid). Para ejecutar tan alta filosofía, por el palacio de gobierno de Chiapas desfilan sabuesos de tamaño diverso. El último de ellos, con particular afición por la sangre indígena y las croquetas, ha sido claro: en estas tierras sobran los indígenas y los estudiantes. Y ya se alista la jauría para la higiénica campaña del cachorro de Zedillo: "El indio bueno es el indio muerto, y el estudiante bueno es el estudiante ausente". Matar indios y perseguir estudiantes, este es el deporte de moda en Chiapas. En la cúspide de su delirio etílico y canino, Albores declama que él sí tiene los pantalones bien puestos (y es que confunde con cinturón lo que no es más que un collar contra pulgas).

Lo hemos visto: el Tirano Banderas de Valle-Inclán debe de resultarle a este singular lector y crítico accidental una obra dolorosamente premonitoria, simbólica y sintética. Algunos de sus personajes animalizados, caricaturizados, hechos mueca, gesto y máscara son demasiado parecidos a la realidad actual a la que se enfrentan los que no se han olvidado de luchar. Pero las diferencias también son significativas. En los tiempos que corren a Valle-Inclán le hubiera supuesto un difícil reto la creación de un esperpento lo suficientemente sofisticado para dar cabida a los tiranos modernos y a sus comparsas internacionales: traje y corbata de firma y carteras de piel en salones con aire acondicionado. Menos grotescos y más temibles. No obstante, un símbolo sí permanece inalterable y reconocible: la figura de hombre, la imagen no escarnecida, no esperpentizada, la dignidad en suma que para el personaje del indio reservó el escritor gallego como centro de su novela es, sin duda, trasunto literario de la que reclaman los zapatistas. La carta de Marcos es, pues, un ejemplo más de recepción de la novela “americana” de Valle-Inclán justo al límite de ese siglo XX que vio editar la novela. Curiosamente, en el momento de su publicación, en 1926, el éxito popular le fue lisonjero a Valle pero no así buena parte de la crítica a éste y al otro lado del Atlántico. Mientras la española le afeaba la conducta por escarnecer a los representantes de la colonia, la crítica mexicana mostraba cierto disgusto ante el cuadro violento y asalvajado que de México “pintaba” el polémico escritor6.



Las ilustraciones del pintor


La obra de todo artista es una reflexión sobre el arte y por tanto sobre otros artistas; así los que le son contemporáneos, así los que le precedieron. Pero, en ocasiones, un artista entra en la obra de otro casi físicamente, como quien entra en una casa ajena y se atreve a redecorarla. Algo como hizo Akira Kurosawa con la obra de Van Gogh. Algo como el pintor mexicano de origen catalán Gironella con el Tirano Banderas de Ramón Mª del Valle-Inclán. Poco podía sospechar Valle que parte de la riqueza que su talento literario supo “pedir prestada” a la latinoamericana tierra caliente iba a quedar restituida, andando el tiempo, gracias a un artista llamado Alberto Gironella Ojeda.

La historia editorial de este libro ilustrado y de esta “ilustre” relación comienza en 1998. Círculo de Lectores-Galaxia Gutemberg imprimía una edición especial del Tirano Banderas de Valle-Inclán. Tapa dura, excelente gramaje e ilustraciones de Alberto Gironella. Con anterioridad, el responsable de la editorial, Hans Meinke, había matrimoniado literatura y pintura en las ediciones de El Quijote, El Aleph o La familia de Pascual Duarte ayudado por creadores de la talla de Antonio Saura. A Gironella, a quien conoció y frecuentó, le había confiado ya la ilustración de la obra de Malcom Lowry Bajo el volcán. Ahora le llegaba el turno a la obra maestra de Valle.

Pero ¿quién fue Alberto Gironella7? ¿Qué vínculos y afinidades le acercan al movimiento zapatista? ¿Cómo llegó a visitar la obra del escritor español y, sobre todo, cuáles son las características de su obra plástica que le hacen tan idóneo intérprete de sus páginas?

Alberto Gironella nació en México, en 1929, hijo de una yucateca y un catalán. Decía de sí mismo que llegó al mundo el año del crack financiero, de la película El perro andaluz y del invento de la coca-cola. Cuentan que desde muy pequeño sus manos revolvieron entre libros y pinceles y que el libro de sus primeras lecturas fue una edición bilingüe castellano-catalán. Por influencia paterna pasó su adolescencia vinculado a grupos y a ambientes del exilio español en México lo que marcaría para siempre su formación cultural.

En 1948 fundó la revista de arte y literatura Clavileño junto a Luis Rius y Arturo Souto, con quienes repitió proyecto tres años más tarde con la revista Segrel. Corría la década de los cincuenta y ya para Gironella era un momento especialmente literario durante el que escribió poesía y, atreviéndose con la novela, comenzó una titulada Tiburcio Esquirla. Estudiaba en la UNAM y también por aquel entonces abrió una galería en la Zona Rosa del Distrito Federal. La galería se llamaba Prisse y le acompañaron en la aventura otros pintores e intelectuales argentinos y españoles: Vlady, Enrique Echeverría, Héctor Xavier, Bartolí, José Luis Cuevas y Vicente Rojo pertenecientes, algunos de ellos, a la llamada generación “de la ruptura”. Más tarde fundaría la galería Proteo y fue allí, muy temprana y muy premonitoriamente, donde expuso los primeros cuadros dedicados a revolucionarios y dictadores.

Su pasión por la pintura dominó al resto intensificándose con el paso del tiempo y su propio paso por la Ciudad de la Luz donde expuso sus obras y conoció a André Breton, a Fernando Arrabal, a Joyce Mansour y a Pierre Alechinsky. El Primer Premio para artistas jóvenes de la Bienal de París fue para él en 1960 y en el 63, a través del grupo Phases, participó en una importante exposición en la Universidad de París. En aquellos años visitó por primera vez España y ese viaje marcará de una forma determinante su estilo pictórico. A partir de ese momento: viajes, becas, escenografías, premios, exposiciones y encargos en todo el mundo aunque, en los últimos treinta años de su vida, la casa a la que siempre regresaba se hallaba en el Valle de Bravo, México. Desde allí, el hombre que firmó la sentencia de muerte de la pintura muralista oficial mexicana, el desapacible y contestatario Gironella demostró permanecer muy atento a la actualidad de su país y del mundo.

A pesar de haber alcanzado renombre internacional por sus cuadros, su gran interés por la literatura en general, y la española en particular, no decayó jamás y pasó a ser un motor de su producción artística. En los años sesenta descubrió maravillado a Velázquez y, desde ese momento, trabajó bajo su influjo pero al tiempo descubría, con igual aprovechamiento artístico, el castellano místico y ardiente de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. Todo contribuirá a que hoy se le considere un consumado hispanista. Entero, el Siglo de Oro español prendió en su estética con fuerza y lo mismo le ocurrió con el movimiento surrealista que conoció de la mano de José Bergamín y del propio Buñuel. Barroco español y vanguardias europeas, el bagaje de referentes crecía poco a poco y el creador Gironella, apasionado en el trabajo y excesivo en la vida, comenzaba a construir su versión personalísima y latina de un cierto Pop Art y otros movimientos rupturistas a los que, además, pertenecía como hijo de su tiempo.

El gran público lo ha conocido por retratos célebres y de personajes tan diferentes como el líder revolucionario Emiliano Zapata o la cantante Madonna pero fue también, como dijimos, un excelente ilustrador de libros tan significativos como Bajo el volcán de Malcom Lowry o, la obra que nos aquí nos ocupa, el Tirano Banderas de Valle-Inclán. En el momento de su muerte se hallaba preparando una exposición de los originales de sus ilustraciones para estos dos libros. Dicha exposición habría tenido lugar en México y en la Fundación Cultural Círculo de Lectores de Barcelona. También había acabado una serie de ilustraciones que conmemorasen el centenario de la muerte de Friedrich Nietzsche, proyecto en que se encontraba trabajando auspiciado, nuevamente, por el editor Hans Meinke8.

Gironella falleció a causa de un cáncer óseo el 2 de agosto de 1999.

Antes de su desaparición, y después de ella, no es fácil hallar semblanza o biografía de Alberto Gironella que no haga referencia a su querencia por la literatura. Tal vez pocos pintores estuvieron tan enamorados de las palabras como él. Su gusto por lo literario traspasaba personajes y argumentos hasta llegar hasta la raíz del idioma. Dicen que consultaba sin cesar el Diccionario de la Real Academia y el Corominas-Pascual. Reverenciaba el arte de la palabra. Y en esa adoración debió encontrarse con la prosa de Valle-Inclán.

El lector empedernido que él era homenajeaba continuamente a sus escritores y artistas preferidos entre los que se contaron Ramón Gómez de la Serna, Luis Cernuda, José Bergamín, Carlos Fuentes, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa, Rosa Chacel, Octavio Paz, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Francisco de Quevedo, Federico García Lorca, León Felipe, Luis Buñuel, Ramón Mª del Valle-Inclán... Homenajes con la palabra y con los pinceles, numerosas piezas de su obra surgen como un proyecto de reconocimiento o ilustración de la obra de otros9.

La serie de ilustraciones que preparó para el Tirano Banderas no sólo lo adornan sino que lo ilustran en el pleno sentido etimológico del término dando luz y brillantez a sus aspectos, convirtiéndose en una lectura-crítica del texto. Sabemos que, en las frases de Tirano Banderas, las palabras se ensamblan mediante lo que muchos han querido definir como una técnica pictórica entre el expresionismo y el cubismo. Así se construyen los sintagmas que nos hacen “ver” la cadavérica faz del déspota, su mueca verde de dictador o el símbolo de la rana. Palabras, solo palabras, que tal vez no imaginaron hallar, en su mismo siglo, más justa traducción plástica que las composiciones del pintor mexicano. En los territorios de esa otra disciplina artística, el dominio de las técnicas del collage y del ensamblaje facilita enormemente el trabajo de Gironella para la traslación visual de la obra de Valle-Inclán puesto que le permite la incorporación de objetos reales de la identidad mexicana, por extensión latinoamericana: ropas, metales envejecidos, recortes de cajas de cartón, maderas, cueros repujados... Todo se “toca” y hasta llega a “olerse”. Naturalezas muertas y, no obstante, orgánicas. Símbolo y realidad para contar la historia de “tierra caliente” de ese lugar que no existe y que es, al mismo tiempo, toda y entera América Latina.

Y de la misma manera que la fragmentación y la variedad de puntos vista sobre un mismo objeto, personaje o escena son una de las bazas fundamentales de la narrativa valleinclaniana, lo son también del arte de Gironella. Diferentes “voces” hablan en las ilustraciones del Tirano, diferentes técnicas: ensamblaje, dibujo, fotografía de época manipulada, grabado... todo al servicio de la metáfora visual, todo pergeñado de simbología universal, mestiza y, al mismo tiempo, de enrevesado juego interpretativo propio, personal. Ambos artistas siguen la misma intuición creativa al llevar su arte más allá de lo que las convenciones permiten: extraliterario uno, extrapintórico el otro, convergen y se reúnen con sus obras en una tierra artística de nadie y, al mismo tiempo, de todos. Gironella juega, como Valle-Inclán, con el fragmento y reconstruye el rompecabezas de una realidad histórica en un ejercicio valiente de revisionismo que le planta cara a los tópicos (muerte, valor, fiereza, virilidad...) para subvertirlos, para ser con ellos de una irreverencia esencial. Hay algo de irracional garabato en las ilustraciones que nos ocupan, algo de desgarro y al mismo tiempo de broma macabra, de sátira que las acercan a la “tradición” del esperpento literario. Sirva como ejemplo éste: Gironella solía sellar sus obras con una divisa “Esto es gallo” guiño cervantino a ese Orbaneja de El Quijote, ese mal pintor que se veía en la obligación de escribir el nombre de las cosas debajo de su representación pictórica para que el espectador pudiera identificarlas sino por su parecido a la realidad, por la convención de la palabra escrita; guiño valleinclaniano a los conceptos estéticos del don Manolito de Los cueros de don Friolera.



La novela del escritor


“México me abrió los ojos y me hizo poeta”, le dijo Valle a Alfonso Reyes. Ramón María del Valle-Inclán mantuvo siempre una relación muy especial con México desde su primer viaje en 1892 cuando, no lo olvidemos, el dictador Porfirio Díaz se hallaba en el poder y tenía como uno de sus objetivos militares desaparecer a las tribus yaquis. Poco sabemos de aquella estancia: que quiso alistarse en el ejército, que fue detenido alguna que otra vez por alborotos y que ejerció durante un tiempo como periodista. Entonces sucedió que ese joven periodista gallego, furioso y retador se personó en la redacción del periódico El tiempo exigiendo una satisfacción a su responsable, Victoriano Agüeros, sobre cierta carta al director en la que se acusaba a la colonia española de corruptela y explotación de los indígenas. A su regreso en 1921 la percepción de la realidad fue muy diferente. En palabras de Dru Dougherty: “Era natural que disfrutara de la acogida sincera y amable de los mexicanos, lo cual explica la relativa escasez de comentarios políticos en esos primeros días. El México que el escritor reconocía era todavía el legendario de la Sonata de estío y sus veladas con el general Rocha. El México problemático y revolucionario, lo iría descubriendo poco a poco durante los siguientes dos meses”10.

Efectivamente, las opiniones de Valle-Inclán van acalorándose como corresponde al clima, a su temperamento y al entusiasmo con el que defendió la reforma agraria de su anfitrión el presidente mexicano Álvaro Obregón. Esta actitud le enfrentaba directamente con la colonia española en México integrada en su mayor parte por terratenientes latifundistas. Como es sabido, la polémica se agudizó con las declaraciones hechas al corresponsal de periódico El Universal, Ruy Lugo Viña, sobre la previsible huida del cobarde Alfonso XIII si se produjese el necesario estallido de una revolución comunista en España. Aunque posteriormente desmintiese haberse entrevistado con Lugo Viña, las matizaciones no hacían más que abundar en la misma línea ideológica y, como máximo, negaban haber injuriado a la real persona. Las palabras de Valle-Inclán vertían alcohol puro en la llaga de la cuestión colonial y escandalizaban a un lado y otro del charco atlántico. Pero, como suele suceder, quedaba sin eco el análisis más profundo de la situación que el escritor intentaba llevar a través de sus opiniones. Antes de regresar a Galicia, tras su visita a México, Valle hacía escala en Nueva York y, en el Instituto de las Españas, pronuncia una conferencia cuyo contenido aproximado se resume así en La prensa: “El orador menciona las conferencias pronunciadas por él en México, tratando sobre el problema agrario y que le merecen acres censuras y una hostilidad que aún dura de parte de los españoles allí establecidos. Dice que el indio en México, que España emancipó y a quien se le concedieron después de la conquista todos los derechos de hombre libre, ha perdido ahora su libertad hasta de ser humano y sufre una situación peor que la de los esclavos que se cuidaban y atendían como mercancía que era parte del capital del amo. Combate la política de latifundistas de México, en su oposición a que se concedan al indio mejores jornales, tierras, libertad para elevarse en la vida e instrucción. Afirma que en las haciendas de México no hay escuelas, no se da atención médica a los indios, no se les vacuna, no se les trata siquiera humanamente. Declara que los que lo combatieron allí encarnan el espíritu más reaccionario, enemigos de la justicia e ignorantes de las cualidades del indio mexicano, a cuya raza pertenecieron Juárez, Altamirano y el mismo general Díaz”11.

No parece difícil comprender que, incluso víctima de un exceso de idealismo, lo que Valle-Inclán está lamentado es la vergonzosa actuación económica y el triste papel político de la tan traída y llevada Madre Patria en las tierras mexicanas. Las críticas que le hacían aparecer como un antiespañol (“degenerado, marihuano y mal español” le llamaría un periodista del ABC de México) eran, en realidad, los deseos vehementes de un quijotesco patriota que al llegar a España se apresuraba (20 de febrero de 1922) a presentar en el Ateneo de Madrid una conferencia titulada «El deber cristiano de España en América». La compleja mezcla de historia y poesía que fundamenta la teoría de Valle-Inclán sobre el lugar y la misión de España en el mundo no es tema que pueda tratarse aquí con la atención suficiente. Bastará apuntar que, de nuevo, el escritor insiste en la necesidad de redimir al indígena de su penosa situación y que esta conferencia hallará su traslación literaria en las páginas de Tirano Banderas; concretamente en el discurso que el licenciado Sánchez Ocaña pronuncia en el mitin del Circo Harris12. En octubre de 1923 Valle-Inclán vuelve a la carga con una carta al periódico España en la que acusa al gobierno español de complicidad con los Estados Unidos para derrocar al gobierno de Obregón al que, interesada y cautelarmente, solo habría accedido reconocer en espera de cuantiosas e ilegales prebendas económicas13.

La falta de miedo a utilizar palabras como “revolución” y a su pleno significado condicionó que el discurso intelectual de Valle-Inclán fuese, en lo literario como en lo político, motivo de escándalo. En sus declaraciones a la prensa respecto a las tentativas históricas mexicanas por conseguir el equilibrio social no dudó en emplearla una y otra vez; pero posiblemente es en estas frases de una carta a su amigo Alfonso Reyes donde la opinión de Valle se expresa con la claridad más meridiana: “A más que la revolución de México, es la revolución latente en toda América Latina. La revolución por la independencia, que no puede reducirse a un cambio de visorreyes, sino a la superación cultural de la raza india, a la plenitud de sus derechos, y a la expulsión de judíos y moriscos gachupines. Mejor, claro está, sería el degüellen”14.

El escándalo se acalla, el viaje a México se aleja en el tiempo, los periodistas hincan el diente a otros temas pero Valle-Inclán, testarudo, felizmente obsesivo, no se olvida de hacer lo que mejor sabe hacer: escribir. No guarda sino el silencio que le es necesario para poner en papel la obra prometida sobre “caudillaje y avaricia gachupinesca”. Así en 1926 sale de la imprenta Tirano Banderas, la novela que debía fraguarse en su mente desde mucho antes de su última visita: desde la revolución mexicana de 1910, desde su visión del indio encadenado en La Pipa de Kif de 1919, desde que, a través del poema obsequiado del presidente Obregón, incitase al: “Indio mexicano que la Encomienda tornó mendigo! / ¡Indio mexicano!/ ¡Rebélate y quema los trojes del trigo!/ ¡Rebélate, hermano!”. Valle-Inclán, entre el recuerdo y la realidad, decide componer un relato sobre una revolución posible en la valleinclaniana y, a un tiempo, panamericana Santa Fe de Tierra Firme. Nadie puede asegurar que Tirano Banderas transcurre en México pero, gracias a esa técnica de collage, que le hermana en lo artístico con Gironella, nadie puede asegurar que no pudiera ser México el escenario de la novela. Don Ramón, como venía haciendo desde sus Sonatas y otras obras primerizas, “recicla” pedazos de realidad para incrustarlos en la ficción narrativa: historias de frailes y de bandoleros, revistas de teosofismo, cometas y premoniciones, crónicas acerca de Lope de Aguirre, versos de amor y canciones populares, bolívares, pesos bolivianos y soles peruanos, etnias reales y otras, como los chiromayos y chiromecas, inventadas por Valle-Inclán... todo abunda en la visión sintética de lo hispanoamericano y del entresiglo. Y todo ello con la propia personalidad contagiada y contagiosa del espíritu mismo de su trabajo literario; solo así pueden interpretarse respuestas como la que le diera a Manuel Horta a la pregunta. “- ¿Qué desearía usted ser ahora?... - General mexicano- responde Valle-Inclán con un brillo insólito en sus ojos tristes”15.

En definitiva, Valle-Inclán recreó sus impresiones tomándolas e introduciéndolas en un caleidoscopio que gira y gira presentando imágenes repetidas pero nunca iguales. Lo han dicho los críticos: Tirano Banderas es una novela circular; especular han dicho otros. Una sensación que no se obtiene sino por la simultaneidad, las correspondencias y la reiteración. Alberto Gironella fue también otro artista obsesionado con la repetición. Gustaba de las coincidencias, de la secuencialidad en el arte y en la vida: “Todo en mi obra tiene una lógica y una secuencia. Ramón Gómez de la Serna y Ramón López Velarde nacen en el mismo año 1888; igual que otro de mis autores predilectos, Fernando Pessoa. No será casualidad que los tres tengan algo en común ¿no? Y con Valle-Inclán, sí, ya son tres Ramones”. Él mismo decía de su trabajo: “Yo hago con mi obra lo que el Padre Ripalda en su catecismo: repetir, repetir y repetir”. También en el Tirano: Zacarías y el saco con los despojos de su niño; la calavera verdosa del Tirano; los brillos de la tumbaguita; carcamales y momias diplomáticas; la bola revolucionaria pendiente de trances magnéticos y premoniciones en recámaras verdes, el sonido insidioso del jueguito de la rana... elementos reiterados y siempre plasmados desde una óptica nueva hasta que la imagen queda fijada en la mente del lector-espectador con la fuerza de un hierro candente.



Fin de la historia de escritores, pintores y guerrilleros


No lo he visto, pero he leído que Gironella realizó un retrato del Sub-comandante Marcos que se titula Zapata actual. También he oído que en su testamento pidió que se regresara a su casa de Valle Bravo su retrato más famoso de Zapata. Fue 1972 y Gironella tomando la figura del general rebelde, aumentó el número de iconografías sobre el líder revolucionario con un cuadro que contaba su sepelio inspirándose en El entierro del Conde Orgaz de El Greco. No fue su única obra en ese sentido. Le tenía abierta simpatía a la lucha zapatista y viceversa. Era cosa conocida y así, a su muerte, el poeta y crítico de arte Mario del Valle le dedicaba un responso que recreaba la figura de Zapata:

Han pasado ya muchos años.
Pero mi ejército sigue en pie.
Aquí no hay jardines sino surcos y piedras.
Aquí hablamos con un susurro harto
cansado.
Como de metal sin eco.

Monto mi caballo, andaluz y charro.
Mi emblema es la imagen de la resurrección
y el fuego,
por eso galopo en los corredores del
tiempo
incendiando los discursos de anfiteatro en
palacios de cantera.16

Podríamos abundar en paralelismos, relaciones y ejemplos pero, probablemente, con lo dicho haya suficiente para entender y no cansar. La Historia, si no quiere mentir, tendrá que dejar unidos los nombres de varios guerrilleros que son uno, varios pintores que son uno y varios escritores que son uno también. Esa es la forma en la que Valle-Inclán y Gironella quedarán unidos para la posteridad como dos artistas capaces de crear brillantísimas y rotundas imágenes en las que lo literario y lo pictórico van confundiéndose y fundiéndose. Como dos artistas que no supieron, no pudieron, no quisieron, pasar por sus respectivas sociedades sin hacer ruido, mucho y necesario ruido. Sabido es -sabido es para el zapatista Marcos también- que los dictadores de todas las latitudes son duros de oído y de corazón.





NOTAS

1. Breve y seleccionada, algo de bibliografía: Bot, Yvon le, Subcomandante Marcos. El sueño zapatista, Mexico City, Plaza y Janés, 1997; Durán de Huerta, Marta (compiladora), Yo, Marcos, México: Ediciones del Milenio, 1994; Hernández Navarro, Luis, Chiapas: La guerra y la paz. Prólogo de Carlos Monsiváis, México: ADN Editores, 1995; Rovira, Guiomar, Mujeres de maíz. La voz de las indígenas de Chiapas y la rebelión zapatista, Barcelona, Virus, 1996; Russell, Philip L., The Chiapas Rebellion, Austin, Mexico Resource Center, 1995; Tello Díaz, Carlos, La rebelión de las Cañadas, Mexico City, Cal y Arena, 1995; Vos, Jan de, Historia de los pueblos indígenas de México. Vivir en frontera. La experiencia de los indios de Chiapas, México, Instituto Nacional Indigenista, 1994; EZLN: Documentos y Comunicados 1, 2, 3: 15 de agosto de 1994 - 29 septiembre de 1997, prólogo de Antonio García de León, Mexico, Era, 1995, 1996, 1997.

2. Sirva como ejemplo Marcos: la genial impostura, de Maite Rico y Bertrand de la Grange.

3. Por citar las ediciones más actuales: Sub. Marcos, Cuentos para una soledad desvelada, Virus-Ekosol-Colectiu de Solidaritat amb la rebel·lió zapatista, 1998: Marta/Marcos, El tejido del pasamontañas, Virus-Etcétera-Colectiu de Solidaritat amb la rebel·lió zapatista, 1999; Sub. Marcos, Siete piezas sueltas del rompecabezas mundial, Virus, 1999; Sub. Marcos, Relatos del viejo Antonio, G.E.Guarache, 1999.

4. Como breve muestra de valoración del movimiento zapatista no me resisto a reproducir esta cita de Octavio Paz, figura intelectual cuyo peso específico en México no necesita explicaciones: “Los insurgentes de Chiapas son decididamente ultramodernos en un sentido muy preciso: por su estilo. Se trata de una definición estética más que política. Desde su primera aparición pública el primero de enero, revelaron un notable dominio de un arte que los medios de comunicación modernos han llevado a una peligrosa perfección: la publicidad. Después durante las pláticas y negociaciones en la Catedral de San Cristóbal, cada una de sus representaciones ha tenido la solemnidad de un ritual y la seducción de un espectáculo. Desde el atuendo -los pasamontañas negros y azules, los paliacates de colores- hasta la maestría en el uso de símbolos como la bandera nacional y las imágenes religiosas. Inmovilidad de personajes encapuchados que la televisión simultáneamente acerca y aleja en la pantalla, próximos y remotos: cuadros vivos de la historia, alucinante museo de figuras de cera. [...] El encanto de estas imágenes se intensifica porque nos recuerda el romanticismo de esas escenas de las novelas y del cine en las que aparecen, enmascarados, unos conspiradores reunidos en una catacumba alrededor de un altar (en este caso la bóveda de una catedral)”. Paz, Octavio, Vuelta, Nº 207, febrero 1994, Nº 208, marzo 1994, Nº 209, abril 1994, Nº. 231, febrero 1996. A pesar de declararse defensor de los derechos de los indígenas Octavio Paz no parecía dispuesto a perdonar a los insurgentes lo que consideraba un atentado a la integridad nacional, una regresión al pasado más incivilizado y un flaco favor a la imagen de la nación mexicana ante el resto del mundo. En contrapartida, Marcos ha declarado públicamente su admiración por Paz, a pesar de los desacuerdos, y ha criticado duramente a los imitadores que suscriben sus palabras sin alcanzar ni en sueños su talla intelectual.

5. Existen cuatro cartas más de esta serie que pueden consultarse en el apartado de documentos de la página web www.ezln.org.

6. La recepción periodística del Tirano Banderas ha sido estudiada con el habitual rigor por Dru Dougherty en “La primera recepción de Tirano Banderas, novela de tierra caliente”, Valle-Inclán y su obra. Actas del Primer Congreso Internacional sobre Valle-Inclán, ed. Manuel Aznar Soler y Juan Rodríguez, Cop d’idees-Taller de investigacions valleinclanianes, Bellaterra, 1995. pp. 337-347.

7. El espacio y la prudencia aconsejan trazar con cierta brevedad el retrato de la vida y obra de Gironella en este artículo. También aconsejan acudir a obras más extensas y documentadas como las de Edouard Jaguer (Era, 1964) o Rita Eder (UNAM, 1981) o José Pierre (Galería OMR, México, 1988). Grandes amigos suyos escribieron sobre él: Agustí Bartra, Octavio Paz, Juan Rulfo, Arrabal, Carlos Fuentes...

8. En diciembre de 2000, el propio Meinke lo explicaba en una entrevista de Orso Arreola publicada en el periódico mexicano El informador:
“Al hablar de nuevos proyectos nos comentó que un gran proyecto se quedó truncado por la muerte prematura de Alberto Gironella. Recordó que él le traía a Alberto unas muestras el mismo día en que se murió: -Alberto me llamó cuando ya estaba mortalmente enfermo y me pidió que viniera inmediatamente [con] la propuesta editorial que consistía en hacer un libro conmemorativo del centenario de la muerte de Friedrich Nietzsche. Una edición en la que él colaboraría con grabados y con retratos de Nietzsche.
Hans me cuenta que le trajo dos retratos en calidad de pruebas para que él los viera, era para que se diera cuenta de la calidad de la impresión que tendría el libro: -Llegué a unas cuantas horas de que muriera. Su familia me llevó con él y pude verlo en su lecho de muerte, y sólo pude poner sobre la cama las pruebas que le llevaba, le hablé en voz alta porque él todavía me oía y ese proyecto se truncó, dice Hans Meinke con infinita tristeza.
Hans espera recuperar un proyecto que tiene pendiente con José Luis Cuevas, le gustaría tener para exponer en México una parte del legado de obras que tenemos de Alberto Gironella, que son todos los originales que hizo para el libro Bajo el volcán, así como los de Tirano Banderas“ (El informador, México, 2 de diciembre de 2000, http://www.informador.com.mx/lastest/2000/diciembre/02dic2000/02ar04b.htm)

9. Tal vez por ser una de las más recientes que precedieron a su muerte muchos son los que recuerdan la exposición de pintor, con motivo del Primer Congreso Internacional de la Lengua en Zacatecas, íntegramente dedicada a retratos de escritores: venticinco piezas muchas de las cuales eran de Ramón Mª del Valle-Inclán y de León Felipe. Una crónica del periódico El informador (9 de abril, 1997) explicaba que “el trabajo de Gironella vincula en forma entrañable lo mexicano con lo español presentando, por ejemplo, su interpretación de Valle-Inclán y de Zapata como expresiones de la lengua y las historia de dos grandes culturas. Tanto el escritor como el revolucionario son héroes que representan símbolos de las dos naciones: la lengua y la tierra como entidades para expresar lo espiritual y lo social”.

10. Dru Dougherty, Un Valle-Inclán olvidado: entrevistas y conferencias, Espiral/Fundamentos, Madrid, 1982, p. 109.

11. Dougherty (op. cit. p. 123, n.151) cita de Repertorio Americano, III, 9 de enero de 1922, p. 275.

12. Véase la edición de Tirano Banderas de Juan Rodríguez (Planeta, Barcelona, 1994) y Dru Dougherty «El segundo viaje a México de Valle-Inclán: una embajada olvidada», Cuadernos Americanos, XXXVIII, 2, 1979, pp. 137-176.

13. Y aún otra vez habría de volver Valle-Inclán a pronunciarse públicamente sobre el tema cuando, a propósito del nombramiento del embajador español en México representando al reciente gobierno de la Iª República, opinaba en El liberal que la revolución española era equiparable a la mexicana: “España ha hecho la revolución que hacen los hombres de bien contra los ladrones. Y ésta es la representación que se envía a México, que ha hecho otra gran revolución: la de redimir al indio” (21 de mayo de 1931).

14. Dougherty (op. cit. p.126, n. 155) cita de Speratti-Piñero, De la Sonata de otoño al esperpento, Támesis, Londres, 1968, pp. 203-204.

15. Dougherty (op. cit. pp. 115-118), El Heraldo de México, 20 de septiembre de 1921.

16. Cito de Responso para Alberto Gironella, Mario del Valle, www.unam.mx/difusion/revista/nov99.






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