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L a   c a b e z a  d e l   D r a g ó n
e n  a l e l u y a s

Por Carme Alerm Viloca
 T.I.V.

Ver las aleluyas


 

En el marco del «Teatro de los niños» (diciembre de 1909-marzo de 1910), un proyecto teatral promovido por Jacinto Benavente, el 5 de marzo de 1910 la compañía de Fernando Porredón estrenó La cabeza del dragón en el Teatro de la Comedia de Madrid. Tal como ha puesto de relieve la crítica, el carácter satírico de esta obra la distingue del resto de las piezas del repertorio, específicamente pensadas para un público infantil1. En esencia, la acción sigue los cauces del cuento maravilloso al recrear la historia de un príncipe que, con la ayuda de un duende prodigioso, logra salvar a una bella princesa de las feroces garras de un dragón que tenía atemorizado al reino; pero el autor transguede el atemporalismo mágico del cuento cuando se burla abiertamente del estamento militar y de la debilidad de los reyes «constitucionales»; o cuando salpica los diálogos con referencias a la Rusia prerrevolucionaria, al anarquismo y al problema de la emigración, cuestiones todas ellas de candente actualidad en la primera década2 del siglo XX . Es evidente, pues, que Valle-Inclán había llevado por otros derroteros el objetivo de Benavente de que «esto del teatro para los niños bien pudiera ser una obra de educación moral y artística»3. Y es que pocas enseñanzas «morales» podían recibir los niños de una obra irónicamente destinada, años después, a la «educación de príncipes»4, y corroída por alusiones incisivas a la realidad política y social del momento que sólo una mente adulta podía comprender.
    No pasó desapercibida a los cronistas del estreno la singularidad de esa contribución valleinclaniana al «Teatro de los niños»: «Valle-Inclán ha puesto muchas cosas de las que no puede asegurarse que sean precisamente infantiles» —escribía Alejandro Miquis—, pues «no ha podido contener los ímpetus de su sátira y fustiga muy ruda, demasiado violentamente quizás, para lo que del fino espíritu del autor de La cabeza del dragón, debíamos esperar, á cosas y personas»5. Con todo, «sea ó no bueno el régimen constitucional, y plausible ó no que los poetas den conferencias en América —concluía Miquis en otro lugar—, siempre interesará mucho á los más pequeñuelos las aventuras de la infantina desdichada y á [la] que salva por su amor y con su denuedo el príncipe Verdemar»6.
    En efecto, despojada de sus salaces ironías, esta «Comedia de D. Ramón» podía interpretarse sin más como un candoroso cuento «solo para niños». Ése es el propósito que inspira las aleluyas que reproducimos a continuación, donde las principales secuencias argumentales de la obra se resuelven en nueve viñetas acompañadas por sus correspondientes dísticos, impresos en letra gótica para sugerir así el aire legendario de la historia. Estas aleluyas, que —a lo que alcanzo— han pasado inadvertidas a la crítica, se publicaron diez días después del estreno de La cabeza del dragón en Comedias y Comediantes7, una interesante revista teatral que entre finales de 1909 y mayo de 1912 dio cumplida noticia del mundo de la farándula. Defensora de un «teatro mayoritario, pero de gran calidad» —al decir de Godoy Marquet8—, en sus páginas se reseñaron los principales estrenos de la época —entre ellos, Cuento de abril y La marquesa Rosalinda9, de Valle-Inclán—, pero también se debatieron importantes asuntos inherentes a la actualidad teatral, como la crisis del género chico o el auge de la opereta y de las varietés, al tiempo que se impulsó una de las iniciativas de renovación escénica más emblemáticas del momento: el «Teatro de Arte» de Alejandro Miquis.
    Al rigor informativo y a la reflexión crítica se sumó un especial cuidado en la ilustración gráfica, ofreciéndose abundantes fotografías —algunas a todo color—, así como secciones dedicadas a las aleluyas y a las caricaturas. En ellas era frecuente la firma de José Robledano Torres (1884-1974), el autor de la aleluya que presentamos aquí. Nacido en Madrid, este discípulo de Antonio Muñoz Degrain formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando inició su carrera artística como paisajista, obteniendo una mención honorífica en la Exposición de Bellas Artes de 1904. Tras una breve etapa como pintor de los barrios bajos madrileños, se orientó hacia el ámbito de la ilustración. Colaboró en diversas revistas infantiles, como Infancia (fundada en octubre de 1910), donde por primera vez se usó en España el bocadillo completamente integrado en la viñeta10; la labor de Robledano en este ámbito fue de tal magnitud que, junto a otros dibujantes como Xandaró y Atiza, es considerado uno de los impulsores del cómic español11. Por otra parte, su nombre aparece en un sinfín de publicaciones de distinto signo: El Cuento Semanal, Los Contemporáneos, La Novela de Hoy, La Esfera, Nuevo Mundo, Mundo Gráfico, Por Esos Mundos, El Imparcial, Blanco y Negro... Especialmente apreciadas fueron sus caricaturas, hasta el punto de que, según afirmaba José Francés en la semblanza que dedicó al artista en 1914:
 

Pronto fué popular el caricaturista Robledano. Sus dibujos alegraban todos los periódicos de Madrid y algunos de América. No se concebía semanario satírico sin dibujos de Robledano. Al organizarse una exposición humorística, su nombre había de figurar entre los primeros12.


Pero su carrera no se detuvo aquí: durante la dictadura de Primo de Rivera colaboró también en la revista Buen Humor, donde coincidió con dos artistas que tuvieron contacto con Valle-Inclán: Bagaría y Bartolozzi13. Por el momento, no nos consta que Robledano realizara ninguna caricatura de ese genial caricaturista de la palabra que fue don Ramón, ni que publicara otras aleluyas basadas en sus obras. Tal vez nos aguarde todavía alguna que otra sorpresa.... En cualquier caso, aquí tenemos estas deliciosas viñetas «solo para niños», a través de las cuales, con una ligera deformación en los trazos que preludia ya a un futuro autor de cómics, José de Robledano se propuso dar a conocer entre los más pequeños, ni que fuera comprimida en toscos pareados, una excelente obra de Ramón María del Valle-Inclán.


 

El Pasajero, estío 2002


 

1. Sobre el «Teatro de los niños» puede verse el artículo de J. M. Lavaud, «El teatro de los niños, 1909-1910» (en Hommage des Hispanistes français a Noel Salomón, Barcelona, Laia, 1979, pp. 499-507) y las páginas que dedica al tema en El teatro en prosa de Valle-Inclán (Barcelona, PPU, 1992, pp. 493-506).

2. Remito al libro de J. M. Lavaud,  Ibíd., pp. 577-583.

3. El texto corresponde a una conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 30 de enero de 1910 y recogida por José de la Loma en El Liberal (31-I-1910); cit. por J. M. Lavaud, Ibíd., p. 499.

4. Publicada en 1914, en 1926 se editó de nuevo, con el título de Farsa infantil de la cabeza del dragón, dentro de la trilogía Tablado de marionetas para educación de príncipes, junto a Farsa italiana de la enamorada del rey y Farsa y licencia de la reina castiza, ambas de 1920. La crítica a la monarquía y a las instituciones de poder que comparten las tres piezas dotaba de un sentido claramente irónico y provocador a la trilogía, sobre todo teniendo en cuenta que ésta vio la luz en plena dictadura de Primo de Rivera.

5. «La semana teatral», Nuevo Mundo, 845 (17 de marzo de 1910), p. s/n.

6. «Teatro de los niños. La cabeza del dragón en la Comedia», Diario Universal (6 de marzo de 1910), p.1.

7. Comedias y Comediantes, 11 (15 de marzo de 1910), p. XXVI.

8. Juan Miguel Godoy Marquet, «Comedias y Comediantes. Revista quincenal (1909-1912): al servicio de un teatro español de calidad», Anales de la literatura española contemporánea, 18, 3 (1993), p. 511.

9Concretamente en los números 12 y 40, respectivamente.

10. Tomo el dato de Antonio Martín, Historia del cómic español:1875-1939, Barcelona, Gustavo Gili, 1978, p. 45.

11. Ibíd., p. 48.

12. «Semblanzas artísticas: José Robledano», Por Esos Mundos, 251 (diciembre de 1915), p. 6.

13. Extraigo la información de A. Martín, Op. cit., p. 80. El lector interesado puede ver dos caricaturas de Bagaría sobre el escritor gallego en el libro de José Rubia Barcia, Mascarón de proa. Aportaciones al estudio de la obra de Don Ramón María del Valle-Inclán  y Montenegro, A Coruña, Ediciós do Castro, 1983, pp. 354-355. Bartolozzi, muy conocido por su semanario para niños Pinocho, fue el diseñador de los decorados y figurines de Farsa y licencia de la reina castiza cuando se estrenó en el teatro Muñoz Seca de Madrid el 3 de junio de 1931 (vid., sobre el tema, el artículo de David Vela Cervera, «Valle-Inclán y Salvador Bartolozzi. Farsa y licencia de la reina castiza», en Manuel Aznar Soler y Juan Rodríguez [eds.], Valle-Inclán y su obra, Sant Cugat del Vallès, Associació d’Idees-Taller d’Investigacions Valleinclanianes, 1995, pp. 173-178.
 
 




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