IN MEMÓRIAM

SERGIO BESER ORTÍ

(1934-2010)

 Palabras pronunciadas en el Homenaje de la U.A.B. a Sergio Beser, 1 de junio de 2010.

Cartel Homenaje Sergio Beser        El pasado enero fallecía el profesor Sergio Beser Ortí, Catedrático de Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona. Por muchos motivos, de los que aquí y ahora sólo puedo expresar una pequeña parte, confieso que recuerdo pocas fechas más amargas para mí. Y han pasado los días porque esa es su cualidad, el pasar sin pedir permiso, y he hablado de Sergio con mucha gente. Días explicando a quien tenía la paciencia de escucharme quién era, cómo era, lo que había significado para mí. Días que han transcurrido, sin embargo, sin que una servidora haya podido escribir sobre él ni una línea. No lograba hacerlo ni como antigua alumna suya que lo soy, ni como seguidora incondicional de su trabajo académico del que hoy venimos a celebrar una muestra, ni como amiga orgullosa de serlo. Es posible que a Sergio le sorprendiera esto porque conocía bien mi incontinencia verbal y escrita, mi atrevimiento excesivo a abordar cualquier tema, en cualquier ocasión. Yo misma no lo entiendo, y más que sorprendida me he sentido bloqueada ante el teclado, perdida, buscando el hilo del que tirar en una maraña de recuerdos: clases, charlas, lecturas, anécdotas, bromas, discusiones... y, sobre todo, imágenes. Un flash tras otro, un pase de diapositivas sin orden ni concierto, una película muda en la que, cosa curiosa, sólo se oye de fondo la música de un bolero.

    Al ser convocada a hablar de Sergio Beser, en calidad de alumna suya en este Homenaje de la Autónoma a su persona, se han abierto las espitas del  sentimiento; y sé que no estaré a la altura de las circunstancias pero sé que me lo sabrán disculpar. Cada uno de los que han sido sus alumnos tiene a un Sergio Beser particular e intransferible que yo no podría cifrar ni en cien páginas que escribiese si las fuerzas me asistieran para ello. Pero al mismo tiempo, y con algo de perspectiva desde el momento de su pérdida, me he dado cuenta de que existe una visión unánimemente compacta y positiva de la figura de Sergio Beser. Y ello no porque fuera una personalidad sin facetas y sin aristas, sin luces ni sombras; sino porque no hubo un Sergio para cada ocasión, uno que se plegara a cada circunstancia por conveniencia, uno según quién tuviese delante. En eso debe consistir forjarse una personalidad siendo fiel a uno mismo. Quien tiene la suerte de conocer a alguien así lo sabe. Los que fuimos alumnos de Sergio lo sabemos y coincidimos en que serlo ha sido un privilegio.

        Sergio rompió en muchos de nosotros toda clase de tópicos. Y los rompió a su manera, como sólo un verdadero maestro sabe hacer: dejándonos pensar que éramos nosotros los que descubríamos las Américas de la literatura y de la vida. En mi caso, yo llegaba a la Autónoma con un cierto desencanto porque el lugar no correspondía en nada a la imagen “romántica” que una joven estudiante tenía de la Universidad. Esto no era un lugar histórico como Oxford, Cambridge, Santiago de Compostela o Salamanca, ni siquiera era ese edificio de Barcelona, que desde niña miré como quien mira un castillo encantado. En honor a la verdad, la palabra “campus” adquiría un sentido demasiado literal en el paraje desolado, a menudo embarrado, en que se alzaban las poco atractivas construcciones de la Autónoma, hoy por suerte bastante mejoradas. Pero para mi suerte, aunque los marcos incomparables ayudan, se demostró que las piedras no son más importantes que las personas y conocer a Sergio Beser contribuyó a romper ese primer mito. Ante el programa de carrera, uno intentaba organizarse un horario razonable, pero también elegir profesores que llegasen con buenas referencias de algún conocido. Una amiga me recomendó las clases de Beser con una frase extraña: “Tú no decidas nada sobre su asignatura hasta que oigas su voz”, me dijo. Ya lo he entendido. Ahora que la voz de Sergio leyendo pasajes de La Regenta es algo más que un recuerdo y se ha convertido en una de esas pocas verdades que a uno le confortan: que la literatura nos acompañará el resto de nuestra vida. No importa a lo que nos dediquemos o lo que nos suceda. Eso nos lo enseñó Sergio Beser.

        Ciertamente, era un especialista en Clarín, Galdós, en Literatura del siglo XIX y, desde luego también del XX; sus clases en este sentido eran magistrales. Pero las clases de Beser también eran de jazz, política, gastronomía, fútbol, cine, historia de los indios americanos, … cada conversación con Sergio era una exquisita antología de anécdotas, apuntes e historias, algunas de ellas tan inverosímiles que tenían por la fuerza que ser verdad o tendremos que empezar a admitir que, además de ante un verdadero erudito, hemos estado muchos años ante un verdadero narrador. Sergio no explicaba Literatura, no impartía las materias al alumnado, las convertía en una narración con su planteamiento, su nudo y sus múltiples desenlaces. Y lo hacía como sólo puede hacerlo quien llega de haber vivido, sentido, en su propia persona lo que cuenta. Por eso algunas clases podían, y así sucedía de la forma más natural del mundo, acabar alrededor de una mesa de café o de restaurant porque podían seguir siendo vividas, protagonizadas por el hombre que hablaba y sus embelesados oyentes. Sergio Beser fue el anfitrión de un ágape interminable, de una fiesta a la que habíamos sido invitados por motivos bien diversos. Porque esta era otra de sus cualidades, jamás Sergio quiso rodearse de una camarilla de escogidos. La selección se hacía de una forma natural y espontánea, pero él nunca dejó de atender, con interés y paciencia, a cuantos buscaron su magisterio.

        Nunca podremos, yo al menos, nunca podré recordarlo como el viejo profesor, porque fue más joven que muchos de nosotros. Su ideología política, que nunca trató de imponer ni inculcar a través de sus clases, formaba parte de una actitud ética y vital que sí nos fue transmitida como por destilación. Y su manera de estar de acuerdo era tan entusiasta; su manera de disentir tan educada, en ocasiones hasta en exceso discreta; tanto que uno acababa dudando de si el destinatario de su desacuerdo se habría dado por enterado.

Sergio Beser, Verba Manent        Es lugar común, así en la literatura como en la vida, encomiar a los difuntos. En este caso, podrían señalarse pocos aspectos negativos aunque lo intentásemos con fuerza. Sin embargo, no callaré dos motivos que me llevaron más de una vez y más de dos a cordiales discusiones con Sergio Beser. El primero su tenaz negativa a hacer uso de su prestigio y su condición de respetado hombre de letras en algunos asuntos, llamémosles, de función pública. A veces cabía lamentarlo, yo lo lamentaba porque le consideraba necesario, pero no se podía por menos que respetarlo siempre, porque era evidente que el carácter de Sergio Beser estaba en las antípodas del mundo de los figurones y los oropeles. Tanto que, aunque hubiera comprendido la buena intención, hasta este mismo acto en el que hoy le recordamos le hubiera parecido innecesario y nos hubiera propuesto ir a comer o cenar. El otro punto de discordia entre nosotros era su tremenda agrafía. Hoy celebramos un libro que reúne algunos de sus trabajos y que demuestra, en parte, que esa agrafía no era tan tremenda; pero todos sabemos que el volumen real de los saberes de Sergio Beser, de haberlos él plasmado con continuidad en artículos y ensayos, hubiera convertido ésta en una edición descomunal. Prefirió contar a escribir, de igual manera que la que les habla prefirió escucharle a tomar apuntes. ¿Cómo sino hubiera tenido tiempo de dejarme enredar por Sergio y pelearme con Pedro Antonio de Alarcón defendiendo a Ros de Olano, al tiempo que me enamoraba de Juan Valera y lloraba de risa con Espronceda y su Diablo Mundo? ¿Cómo hubiera podido perseguir a León López de Espila, liberal perseguido y convencido que deambuló tres años por Marruecos huyendo del despotismo? A pesar de que yo tuviese la desfachatez de reprocharle que no se prodigara en los papeles, reconozco que el nuestro fue un encuentro glorioso de seres entusiastas pero perezosos, aunque en lo que atañe a Sergio esa será siempre una lástima para los anales de la literaria y la cultura. Sólo había, como sabemos, un tema sobre el que Sergio nunca se negaba a escribir: Morella.

        Mi trabajo de investigación sobre literatura de viajes, sugerido, alentado, estimulado y dirigido por Sergio, me enseñó muchas cosas, pero hoy se me hace evidente la más importante de todas. Que con Sergio aprendí a emprender sin miedo mis viajes porque él me dio, en lo académico y en lo personal, parte del bagaje necesario para hacerlo. Me incitó con su ejemplo a transitar los libros y sus autores, sus épocas y sus estilos como quien transita la propia experiencia vital, con la mente abierta a afrontar la complejidad de lo humano y a ser compresiva con ella. Y siempre con entusiasmo, enamorándome de mis lecturas, esforzándome por formular sobre ellas mis propias teorías. Sergio Beser tenía la aguja de navegar en los inmensos territorios del conocimiento, y en su generosidad, con una sonrisa llena de bondad y picardía, como quien no quiere la cosa, repartió a cada alumno pequeños mapas de gran valor. Allí cada uno hemos trazado nuestro itinerario personal. Pero sé que quien ha sido alumno de Sergio Beser no se licencia nunca, siempre lo es y sólo me cabe desear que ninguno de nosotros pierda, bajo ninguna circunstancia, ese valioso pedacito de mapa que nos entregó en su día. Lo siento, pero no te vas del todo, Sergio Beser, maestro y amigo: te necesitamos demasiado.



 
Josefa Bauló Doménech
junio 2010



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   El Pasajero, nº 25, 2010